Muchísimas réplicas tuvo el tuit que envié el 11 de mayo, a propósito de la conmemoración del 40° aniversario de la primera protesta popular en contra de la dictadura, al señalar que había que "unirse" para frenar el intento de regresión de la ultraderecha que se siente dueña del país, luego del resultado electoral del 7 de mayo recién pasado.
Es un llamado sin doble interpretación posible, interpela "a unirse" a quienes no comparten la visión ultraconservadora y negacionista en materia de derechos humanos que sostienen las figuras políticas más reconocidas del sector que ganó.
Entonces ¿qué pretende la crítica orquestada que se levantó en mi contra? De la derecha tradicional y de la ultraderecha resulta fácil entenderlo, es la vieja costumbre de falsear los argumentos del adversario para endosarle toda suerte de males y despropósitos, refiriéndose a lo que no dijo como si lo hubiera dicho.
También me explico que al nuevo o viejo pinochetismo no le gusta que se recuerde y valore a las jornadas de protesta nacional, hasta entonces prevalecía en Chile "la paz de los cementerios", como dijo el cardenal Silva Henríquez. Fueron esas movilizaciones las que crearon las condiciones políticas y sociales para que el dictador no se perpetuara en el poder.
Pero, qué sucede con quienes se consideran amigos, porque es una interpretación tan falseada de una frase que no admite error. Me preocupa que ya se estén preparando formas de evadir la obligación de rechazar cualquier práctica de autoritarismo o que se instalen expresiones de autocensura como las que, por mucho tiempo, impuso la dictadura y se alargaron incluso un extenso periodo de la interminable transición democrática vivida en el país.
Ya no estamos en el primer gobierno post dictadura, en que el exPresidente Aylwin debía cuidar cada palabra. Por supuesto, no se trata de caer en la imprudencia, pero no podemos callar lo mínimo, la necesidad de "unirse". En esa afirmación no hay ninguna provocación o imprudencia, en realidad es una advertencia de lo que ya está pasando, de cómo el discurso hegemónico puede llegar a condicionar nuestro propio lenguaje. Ante ese riesgo es urgente despertar.
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