La aversión de los partidos al riesgo

La no realización de primarias parlamentarias incumple un compromiso de los partidos con la ampliación de la participación de la ciudadanía, con mas democracia y debilita el objetivo de tener un parlamento para los cambios.

Los partidos políticos en su conjunto hicieron una oferta a la ciudadanía que creyó en esta posibilidad de participación que permitía, en parte, sobrepasar el rígido esquema del binominal y hoy, cuando pese a haber ley, no hay primarias parlamentarias en ningún sector, se produce una nueva frustración que golpeará la credibilidad de los partidos y de los políticos y que derivará seguramente en más apatía y desconfianza.

En el fondo de este fracaso de los partidos hay un problema cultural respecto de las primarias: los partidos no están convencidos de la conveniencia de las primarias parlamentarias y continúan actuando con el viejo criterio de mantener sus cuotas de poder y no colocarlas en la palestra de una competencia democrática previa, como es una primaria. La primaria aireaba el sistema político y eso hoy está en cuestión.

Hay en los partidos, y en no pocos parlamentarios, un sentido profundamente conservador, una verdadera aversión al riesgo, a la incertidumbre. Una incomprensión de los tiempos líquidos, como les llama Bauman, que vivimos. En el mundo de la incertidumbre los partidos se aferran a las certezas muy transitorias del poder y se niegan a poner en discusión los cupos parlamentarios en un terreno democrático donde sea electo no “el que tiene mantiene” sino el que más votos y apoyo tiene en la ciudadanía en este momento.

Los partidos parecen no comprender los tiempos que se viven, no captan ni están en sintonía con los deseos de una población que no acepta más los acuerdos entre cuatro paredes o que le impongan candidatos en un país con un sistema electoral, que como el binominal, excluye candidaturas que vayan más allá de los partidos y no permite una competencia real entre alternativas efectivas y no ficticias.

Los partidos no captan que el país está estupefacto con lo que ha ocurrido.Gente que nunca pensó en participar en las primarias se había comprado, al menos teóricamente o tal vez como un mal menor, la importancia de la realización de ellas y se sienten hoy personalmente engañados por la clase política y especialmente por la oposición.

Las redes sociales estallan, la gente exige que alguien de una explicación frente al coro de dirigentes políticos, algunos de ellos presidentes de partidos y negociadores que fueron protagonistas del desacuerdo y del rechazo de las primarias, que se lamentan públicamente de la no existencia de primarias parlamentarias aún cuando privadamente prefieren el acuerdo político y el listón sin intervención alguna de los ciudadanos. Una escena que bien podría entrar en “Vizi privati, pubbliche virtu” título de la película del gran director de cine húngaro Miklós Jancsó.

Es decir, un cinismo político llevado al extremo porque nadie quiere asumir el costo del papelón de partidos que hacen una ley para no aplicarla. Porque, en verdad, el único que en Chile dice abiertamente, y lo fundamenta con orgullo, que está en contra de las primarias parlamentarias es Longueira para quien resolver personalmente la lista de la UDI es lo más democrático que podía ocurrir a su partido.

De paso, el desacierto de los partidos de la oposición tuvo el efecto comunicacional de hacer pasar rápidamente a segundo plano la crisis y caída de la candidatura de Golborne y la llegada de Longueira como candidato de una UDI que espera ganar la primaria con su líder carismático, aún perdiendo la presidencial, defender al menos el alto número de diputados y senadores del gremialismo.

Hoy, la oposición, debe acoger la exigencia de Michelle Bachelet y de la propia sociedad civil, para realizar primarias, en este caso sin el marco de la ley, para los candidatos a diputados y senadores. Ya lo hicimos con éxito de esta forma en las pasadas elecciones municipales y, por cierto, incluso en anteriores elecciones presenciales.

Pero además de las primarias, en la mayor cantidad de distritos y circunscripciones, la oposición se debe abrir a un pacto político y programático con Revolución Democrática y con otros movimientos y líderes sociales de manera que puedan tener espacios en las listas parlamentarias y ser parte efectivamente de una nueva mayoría para los cambios.

En concreto me parece que debe haber espacio para que tanto Jackson, como otros líderes juveniles y sociales, puedan ser candidatos de la oposición decididos en primarias vinculantes y debe haber primarias organizadas por los partidos en todas aquellas circunscripciones y distritos donde hayan más candidatos que cupos y donde los partidos deban resolver sus diferencias.

Sin embargo, el grave error cometido por los dirigentes de los partidos de oposición al no inscribirse en las primarias legales no debe hacer pasar a segundo plano el que el problema de fondo del sistema político es el binominal y que mientras éste no se cambie por un sistema electoral proporcional, en cualquiera de sus formas, seguirá existiendo un pluralismo limitado, un parlamento empatado, una distorsión de la soberanía popular y se seguirá negando la participación a la ciudadanía.

Hay que explicar con claridad, y no se ha hecho en estos días, en que las consecuencias del binominal y su estrecha camisa de fuerza hace que se vean como un peligro la realización de primarias especialmente por los partidos más pequeños que podrían perder en ellas cupos que en cambio obtienen en una negociación política.

Es decir, paradojalmente la primaria podría imponer una exclusión, que es uno de los efectos más desastrosos para la democracia del actual sistema electoral. Por ello, sí a las primarias pero sin olvidar que el tema de fondo es cambiar el binominal y democratizar el sistema.

No habría necesidad de primarias parlamentarias si en vez del binominal tuviéramos un sistema proporcional que permitiera una mayor cantidad de candidatos, la electividad de parlamentarios provenientes de los partidos pequeños o independientes y el respeto al voto de los ciudadanos en la composición del parlamento y en la legitimidad de los representantes.

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