La campanada

Se ha dado una campanada. Un fenómeno en el que se sincronizan respuestas sociales o políticas en los más diversos lugares sin respetar fronteras, por parte de personas que tienen algo importante en común. 

Ha sucedido muchas veces, el año 1968 y ahora con el movimiento feminista en muchos países. Todo depende de cuan preparado con anterioridad esté el ambiente, sin que nadie lo haya percibido con claridad. Eso hasta el momento en que algo detona la reacción en cadena. El año 68, el mayo francés fue el hecho más reporteado, y el de mayores repercusiones, pero el fenómeno del movimiento estudiantil se dio en los más variados ambientes. 

En estos días el movimiento feminista eclosionó, no por azar, pero sí por unos casos en particular lo suficientemente publicitados como para que nadie quedara indiferente ante el abuso, la discriminación y arbitrariedad. Ocurre como si, estudiantes en un caso, mujeres en el otro, tomaran conciencia de que “ahora es cuando”. Cada cual sabe que tiene que salir a escena, porque ha llegado la hora colectiva de hacerse presente. Se sintió la campanada. 

El problema que tenemos ahora es que este llamado no la sienten solo los idealistas y para causas nobles. También la experimentan los reaccionarios. Y es lo que está ocurriendo con Bolsonaro. 

Es la recuperación de lo que podríamos llamar el “orgullo dictatorial”, la salida de las catacumbas de los que apoyaron a dictadores y habían callado sus preferencias por muy largo tiempo. Pero un autoritario callado no es un demócrata converso; es el mismo autoritario de siempre en comisión de servicio en democracia. 

Pero ahora resulta que tenemos el caso de un ex capitán del ejército que, sin cambiar un ápice sus opiniones en pro de la violencia, la intolerancia y la prepotencia, puede llegar a gobernar el país más importante del subcontinente.

Es como si la historia los hubiera reivindicado a todos. Es el inverso exacto de “la historia me absolverá” de Fidel, en el juicio luego del asalto al cuartel Moncada. 

En Chile hemos presenciado, hace pocas semanas, el paso simbólico de la posta de un Krassnoff a otro Krassnoff. Este no es un acto que haya quedado superado, ni un episodio para olvidar. Muy por el contrario. Es un inicio, un reinicio. 

El acto que pudimos ver reproducido en su momento culminante, tiene el formato de lo preparado, no de la improvisación. La mayor parte de quienes lo vieron han concentrado su atención en las palabras no demasiado pulidas, pero de intención plenamente comprensible, de un oficial en proceso de retiro. 

Pero basta ver de nuevo la escena, ahora centrando la mirada en el auditorio que escucha las palabras de Krassnoff, para comprender que se asiste a una ceremonia en la que todos están conscientes de lo que se trata. Saben en lo que están. Algunos están camuflados de deportistas, pero el silencio es absoluto y la actitud es marcial. Es la campanada. La ultraderecha asoma a rostro descubierto a plena luz del día. Es un reto. No es para hacerse el desentendido. Sería algo muy cobarde. 

La defensa de la democracia se ha ido debilitando entre nosotros. Los líderes que debieran dar el ejemplo, están dedicados a pequeñas cosas y no advierten el peligro. Pero el peligro existe.

En Chile un 30% volvería a votar que SI. Repito, volverían a votar por Pinochet. Lo piensan y lo dicen. Por eso es ahora cuando hay que reaccionar. Estamos a tiempo para comprender que nuestras diferencias no tienen ni por asomo, la importancia que les damos frente a lo que se prepara. La democracia no solo se hereda, también se merece. 

¿Por qué tiene tanta importancia la irrupción de la ultraderecha como actor político público? Porque muestra cómo se han ido perdiendo fuerza los actores de centro e izquierda, y cómo cambió el modo en que vemos a los actores políticos. 

Ahora tenemos un foco, de desembozado lenguaje antidemocrático, autoritario por tradición y orgullo, irreductible a ser conducido por otros, con expresión política reforzada (sería una sorpresa que quienes están saliendo del Ejercito del servicio activo no pasen a la esfera partidaria). 

Hay otros partidos de derecha que, casi por un efecto físico, se ven desplazados hacia el centro, con lo cual este sector va ahora desde los autoritarios hasta las expresiones más moderadas. Abarca un campo político más amplio. Tiene partidos especializados en cada segmento.

Ya no serán pocos los que, queriendo refrenar a los sectores ultras, consideren pertinente apoyar a la derecha moderada, como la opción más válida para ese propósito. 

Cada cual se está especializando en cultivar esa imagen de diferencia, pero en ningún caso existe quien haya puesto en cuestión la existencia misma de la coalición que los tiene a todos en el poder. La derecha se diferencia partidariamente, pero se unen gubernamentalmente. 

Si se observa el comportamiento de los sectores más liberales del oficialismo, vemos que toman distancia de quienes fueron en peregrinación a Brasil, a rendir pleitesía a Bolsonaro, pero en momento alguno hacen de esto un caso de ruptura.

No hay quien diga, “defínanse a favor de la democracia y rechacen la opción política de Bolsonaro, si quieren que sigamos en la alianza”. Se diferencian del sector duro, pero no cuestionan su derecho a tener otra opción. 

Se puede contar con que la derecha seguirá siendo un sector políticamente diverso, electoralmente unido, orientado a mantenerse en el poder. 

En la centroizquierda, nos encontramos por ello en un momento decisivo. La tendencia natural ante el fortalecimiento de la derecha es a presentar un frente común equivalente. Las diferencias ni remotamente se aproximan a la distancia que existe entre demócratas y autoritarios que hoy se ven al frente. 

La tendencia a la aproximación no se ve dificultada por consideraciones que hoy se ven muy importantes, pero que, en caso de una verdadera emergencia (esta lo es), nos parecerán bastante relativas.

Las alternativas disponibles es saber si lo que se aglutina es el centro con la izquierda, o la izquierda con la izquierda. 

La diferencia es mucho más que de gustos y preferencias. Ocurre que en un caso volveríamos a ser una opción de gobierno y, en otro, nos condenaríamos a permanecer en la oposición por un tiempo bastante largo. 

Los números no mienten. Si la derecha se une y la izquierda se aglutina en exclusiva, quedando en centro aislado, la única que gana es la derecha. El oficialismo se encuentra muy próximo a la mayoría absoluta, y un debilitamiento del centro lo haría pasar holgadamente esa barrera.

Existe un electorado cuya segunda opción (en ausencia del centro) está hacia la derecha. Fue eso lo que ocurrió con Piñera y lo que volvería a repetirse en el futuro. También nosotros tenemos que escuchar la campanada.

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