La DC y el aborto libre

Alexis Ceballos
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Similar a lo sucedido en el proceso legislativo respecto al aborto en tres causales, aprobado hace exactamente un año atrás, los votos de la Democracia Cristiana volverán a ser decisivos para aprobar o rechazar, nuevamente, el proyecto de Ley de aborto libre en ambas cámaras legislativas, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, una vez que el proyecto sea presentado por el bloque liderado por el diputado Guido Girardi (PPD). Dicho proyecto establecería como único límite un plazo de catorce semanas de gestación para practicar la interrupción del embarazo. 

Tras el anuncio, bastó que el nuevo presidente del Partido Demócrata Cristiano de Chile, Fuad Chahin, afirmara por la prensa de manera enfática que la DC no apoyaría de ninguna manera el aborto para que internamente se generara un nuevo quiebre de opiniones y posturas de parte de mujeres militantes.

Según Chahin, el partido falangista tiene una posición sumamente clara al respecto, traducido en rechazar bajo toda perspectiva un proyecto de ley de esa naturaleza. Y es cierto. También afirmó que se generarían instancias para que el asunto se discutiese de cara al sexto Congreso Ideológico, con fecha determinada para el próximo año 2019. 

El único gran tema, sin embargo, es que el asunto está hoy sobre la mesa, y aquel grupo de mujeres del mismo partido no está dispuesto a esperar un año para que suceda.

Pareciese a simple vista ser demasiado tiempo, casi excesivo, cuando una gran parte de la población femenina de nuestro país se toma las calles exigiendo igualdad ante la opinión pública.

Una de esas marchas se saldó con tres manifestantes apuñaladas en plena arteria principal de la capital chilena, con las consecuencias que aquel acto conllevaría para el Estado y la figura del Presidente de la República Sebastián Piñera, quien se opone terminantemente a la medida. 

El tema del aborto libre abre una vez más una realidad que se respira en el aire, y es la de una profunda y pocas veces reconciliable división de almas en el país, y por supuesto dentro del partido falangista. Toda clase de excusas son utilizadas para oponerse al aborto, a una práctica tan real como antigua (que sucede de toda la vida) en la sociedad chilena, eso sí, tapada, oculta, elevada a la categoría de tabú y cubierta bajo un manto grueso, opaco, poco claro con la Iglesia y la medicina como estandarte de oposición moral ante un supuesto crimen contra la vida del que está por nacer. 

Sin embargo, en la práctica y respaldada con números duros, fríos, del ministerio de Salud Pública, la realidad es distinta. 33 000 abortos al año y 90 diarios entre las chilenas hablan de algo cuanto menos habitual, de todos los días.

Desde la promulgación de la ley que despenaliza el aborto bajo tres causales, solo un 3% está siendo incluido. Es decir, prácticamente nada. ¿Sirve entonces esta ley que en su minuto fue tan polémica y disputada por dichas almas? Por supuesto que sí.

La gran encrucijada es que nos queda otra abrumadora cifra, fuera de esas causales, mujeres y ciudadanas como usted o como yo que continúan siendo criminalizadas, que siguen enriqueciendo y normalizando por un lado a la industria del aborto (clínicas clandestinas, médicos, laboratorios y tráfico de Misopostrol, etc.) y por otro poniendo en peligro sus vidas. 

En la cultura machista (el término patriarcal debo confesar que me genera cierta alergia) en la que crecimos las generaciones hasta mi edad, las mujeres eran tratadas como si fueran menores de edad, donde nosotros los hombres debíamos velar por su bienestar personal, por su cuerpo y por sus hijos, por su descendencia.

Eso incluía que nosotros, los hombres, teníamos como sostenedores económicos cierta responsabilidad (que en realidad fue y es un completo invento que nos hemos creado en la cabeza por certezas culturales demasiado específicas, a la vez que insulares) y autoridad moral para decidir sobre sus interiores, y eso incluye por supuesto a sus órganos reproductivos, decisión y autoridad sobre ellos y qué hacer con ellos. Básicamente. 

A pesar de todo este embrollo, no menor, de esa estructura de pensamiento digno de la masculinidad de la Edad Media, la nueva sociedad chilena se transformó impactante y ferozmente tras la aparición histórica de Internet y las redes de sociabilización digital, donde la apertura de información, por ende de la cabeza, del raciocinio y el pensamiento (de la elección), ha desplazado a la sociedad chilena hacia términos y opiniones compartidas sumamente claras, que exigen cosas y cambios específicos.

En el caso de las mujeres, tener la libertad personal completa de decidir sobre sus propios cuerpos. Desconocerlo sería encerrarse bajo llave en una habitación vacía, donde nuestro propio eco en esas estructuras mentales del pasado resonarían tan fuertes que nos den de bofetadas en la cara, a palma abierta. Y así está sucediendo.

Eso evidentemente resuena con igual potencia acústica en las urnas. Y de eso, la Democracia Cristiana debiese haber aprendido de sobra tras las últimas elecciones.

Anteponer concepciones personales morales o religiosas a temas sociales donde el 70 u 80% de la población dice A, deben tener un límite para que esas mismas preconcepciones no nos obliguen a decir B, por nuestro propio bien y el de los demás.

Debemos siempre tener un punto medio, y para eso hay que detenerse un minuto, como parar al medio del paseo Huérfanos con Ahumada, observar detenidamente a la gente y determinar qué debe hacer un buen político, uno de calidad, de esos buenos que se recuerdan con cariño, casi filosóficamente pero conociendo muy bien la realidad.

En esa responsabilidad, un buen político debe ponerse siempre, siempre, de parte de la gente, de los ciudadanos, de la sociedad. Negarse al aborto es negarse a garantizar derechos que un Estado tiene la obligación de asegurar a las ciudadanas, a proteger su derecho propio a decidir, a no tratarla como menores de edad, como niñas.

Y en eso la Democracia Cristiana debe ser inteligente, no afiebrarse con morales pasadas de su fundación, hace 61 años, donde la sociedad era abismalmente distinta a la actual, a la nuestra, a la suya y la mía. A otro Chile.

La DC no solo debe abrir el espectro del debate público respecto al aborto libre, sino generarlo y ser pionero si quiere volver a gozar del voto popular en las urnas. Y el voto popular en las urnas se consigue única y exclusivamente poniéndose de parte de los ciudadanos.

Negarse al aborto libre será plantar un bofetón a miles de mujeres que hoy son criminalizadas por hacerlo, muchas de ellas que se ven obligadas por distintas razones.

Nadie aborta por gusto, y hay que tenerlo muy claro. Ni una sola trabajadora sexual aborta por gusto. Si Usted es hombre y parlamentario, haga el ejercicio de ponerse en sus zapatos. Quizá entenderá así el drama que significa.

Personalmente, como demócrata cristiano y católico en el mes de la solidaridad, no me opondré a que ninguna mujer en este país, en Chile, sea privada de su derecho a elegir, porque es legítimo.

Al final, de eso, de tener la posibilidad de elección, es de lo que se trata la Democracia. Y es lo que tenemos que defender. Y eso es lo que haré, principalmente como un demócrata: defender la Democracia. Estoy con todas las chilenas.

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