La derecha con distintas estrategias

Previo al golpe de Estado de 1973, el bloque oligárquico-conservador alojó en su seno dos estrategias de poder, ambas acérrimas enemigas del Presidente Allende, que se fusionaron en el apoyo incondicional a Pinochet, una vez consumado el putsch.

La derecha tradicional tuvo como objetivo la derrota del gobierno popular aún al precio de socavar y quebrar el régimen democrático, para reponer el orden social oligárquico desarticulado por las transformaciones sociales y económicas, impulsadas por el Presidente Allende, las que afectaban sus poderosos intereses de clase.

Por su parte, la derecha fascista, agrupada en el llamado gremialismo, desde el cual nació la UDI, fue el núcleo de poder que impulsó e implementó implacablemente un proyecto refundacional del capitalismo dependiente, que significó la negación de la democracia casi dos décadas, la supresión de la oposición y la aniquilación física de la izquierda chilena.

Ese plan propició el traspaso del patrimonio del país, administrado por el Estado, a los grupos financieros para reorganizar la base económica desde un fuerte comando centralizado que controlara las palancas principales del aparato productivo, y fuera capaz de asegurar el control del mercado de capitales y realizara una intensa acumulación de activos, extraídos desde la propiedad estatal y social, para insertarse en la estructura financiera global.

En suma, la dictadura fascista fue el instrumento de terror de los oligarcas para reponer una dominación ultraconservadora, haciendo uso del poder sin contrapesos tras el afán de liquidar las conquistas históricas del pueblo chileno, logradas a través de la sucesiva profundización de la democracia. Mientras los ufanos banqueros amparados por el régimen dictatorial hacían negocios en Wall Street en Chile se ejecutaba el más feroz terrorismo de Estado.

En consecuencia, el bloque de ultraderecha en el poder liquidó el área social de la economía con la privatización acelerada de empresas estatales, también revirtió brutalmente parte de la reforma agraria a través de una violenta y cruel reposición de los terratenientes, y luego desbarató los derechos sociales de la población a salud, educación y vivienda traspasándolos al mercado, convirtiendo esas demandas fundamentales en factores de acumulación de capital de los consorcios financieros.

En el contexto de la guerra fría, el régimen militar actuó en irreductible alianza con las sanguinarias dictaduras del cono sur y la total anuencia norteamericana hasta la elección de James Carter, instalado en la Casa Blanca en Enero de 1977, cuando el cruel genocidio ideológico de la izquierda chilena se había llevado a cabo con total con bestial desenfreno e impunidad.

La transición iniciada en 1990 logró lo esencial, es decir, estabilidad democrática, hoy en Chile el ejercicio del poder emana de autoridades electas en comicios libres, secretos, universales e informados; así también, logró reducir de modo drástico la pobreza y la indigencia, repuso los derechos humanos fundamentales y mejoró los servicios sociales esenciales, pero no consiguió reemplazar el modelo de acumulación generador de una desigualdad estructural que está en la base del estallido social de Octubre del 2019, en adelante.

El acuerdo para el proceso constituyente, suscrito el 15 de Noviembre, al establecer la Convención Constitucional y poner en marcha un complejo e intenso período de elaboración de una nueva Constitución, nacida en democracia, significa por su naturaleza una reestructuración de las bases institucionales que ordenan y regulan la formación económico social. Por tanto, se recomponen nuevamente los pilares de la estructura de poder en el país.

Ante ello, hay un amplio sector en la derecha que quiere frenar el conjunto del proceso desgastando la Convención Constitucional, creando un clima de confrontación en su interior, deslegitimando su trabajo y creando condiciones para rechazar sus resoluciones. Sus apoyos están dentro y fuera de la UDI y RN, pero los rostros más siniestros no darán la cara, prefieren ocultarse tras el afán de protagonismo de figuras efímeras. Ese sector es reducido, pero está dispuesto a cualquier aventura.

En el clima político actual, de ásperas contradicciones, el triunfo de Sichel en las recientes primarias de la derecha no resuelve el problema de liderazgo en ese sector. En muchos aspectos lo agrava, se trata de un advenedizo de grandes ínfulas y escasa fuerza propia, el resultado del irreparable agotamiento de Lavin y el rechazo de la derecha dura a Desbordes.

Además, este candidato accidental llegó incitando y agravando el tumulto existente en la derecha parlamentaria exasperada por sus severas dificultades de reelegibilidad. En suma, el aparente desplante de Sichel no da cuenta de la dura realidad, esa que indica que le causa más problemas al bloque neoliberal que los que le resuelve.

Entonces, no debe sorprender que la candidatura de Kast asome como portavoz del núcleo regresivo y ultraconservador cuya estrategia es socavar la legitimidad de la Convención Constitucional, obstruir la gran tarea de redactar la nueva Constitución y aplastar la rebeldía que se produzca, a través del uso de la fuerza desde el Estado.

Otro sector de la derecha sabe que la guerra fría terminó hace más de 30 años, que la Unión Soviética ya no existe y que no tienen otra opción posible que no sea entrar al debate político y defender posiciones en ese escenario tomando distancia de la ortodoxia neoliberal más inflexible. El candidato "natural" de esa posición era Desbordes, pero la infinita pequeñez y odiosidad de sus adversarios en la derecha, también sus propios errores y la maledicencia de Piñera lo echaron abajo.

Ahora bien, la derecha económica, los dueños del poder y la fortuna están inquietos, oscilan entre Kast un extremista cuya retórica autoritaria genera una imagen que les incomoda y Sichel un locuaz recién llegado que aunque está avalado por Piñera que no les da confianza, ambos chocarán duramente porque no hay hegemonía clara, donde late predominante la tentación autoritaria. En lo inmediato, tendrán un enfrentamiento brutal para sobrevivir en medio de la crisis social surgida de la férrea ortodoxia del modelo que implantaron con la dictadura, a sangre y fuego.

Influye que los actuales mandos políticos de los partidos tradicionales de la derecha carecen del tonelaje y la claridad necesaria para recuperar la cohesión perdida, por eso, la política de confrontación del sector ultraconservador seguirá teniendo especial repercusión, amplificando su peso numérico, así, las provocaciones de la ultraderecha seguirán presente.

La mayoría democrática de Chile no debe dejarse provocar y encarar dos grandes tareas esenciales: unirse para lograr la Presidencia de la República, con una mayoría parlamentaria que le apoye, y asegurar la redacción de la nueva Constitución y su aprobación en el plebiscito que se convoque para su aprobación definitiva. El socialismo chileno cuenta con Paula Narváez para estos desafíos fundamentales. La convocatoria y la masividad de las primarias ciudadanas del 21 de agosto adquieren una proyección decisiva.

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