La empanada y vino tinto de Boric

Jorge Gómez Arismendi
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Algo poco mencionado cuando se recuerda la caída de la UP es que los afanes insurreccionales de una parte importante de la izquierda de ese entonces quitó enjundia a la promesa democrática de "la empanada y vino tinto" de Allende.

La vía armada, que la izquierda avaló abiertamente desde mediados de los '60, convirtió en un cascarón vacío la supuesta vía democrática y reformista que Allende decía defender, no sólo porque contribuyó a llevar a la democracia chilena al matadero como alertaba Radomiro Tomic, sino porque develó el afán totalitario, ad hoc al socialismo real de la época, del proyecto de la Unidad Popular.

Considerar lo anterior es de suma importancia para el presente, sobre todo porque Gabriel Boric ha intentado mostrarse como un continuador de Allende y del proyecto de la Unidad Popular. Así, lo hecho por la Concertación, con sus pro (que son muchos) y sus contra, sería para el candidato una traición a ese legado. La propia diputada frenteamplista Maite Orsini también esbozó una idea similar al decir que los 30 años posteriores al plebiscito, que corresponden al período concertacionista y de mayor desarrollo en la historia chilena, no empañaban la gesta democrática del 5 de octubre. Es fácil ser general después de la batalla. Frente a este tipo de juicios, lo que queda de la Concertación debe comprender que una cosa es querer cambios y otra es ser masoquista haciendo alianza con quienes te desprecian moralmente.

Como Allende, Boric juega una ambivalencia peligrosa entre el demócrata y el revolucionario. Es importante tomar en cuenta lo anterior porque es claro que tanto fuera como dentro del Frente Amplio existen grupos de izquierda con claros afanes refundacionales que quieren llevar a Chile a un modelo socialista (del siglo XX o XXI importa poco, las fórmulas son las mismas). En ese sentido, haber disfrazado a Gabriel Boric de abogado hípster o un burgués socialdemócrata, a ojos del estalinista Eduardo Artés, sólo busca camuflar esa ambivalencia táctica. Porque lo cierto es que como quieren un modelo socialista, no descartan el recurso de la violencia como un medio de acción para barrer con toda la institucionalidad, disidencias y oposiciones que no les gustan. Es decir, que están por tanto dispuestos a desconocer reglas, límites, acuerdos y azuzar la violencia con tal de hacerse del poder o impedir gobernar a sus adversarios.

Por eso mismo, buscan invalidar y deslegitimar el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 (¿Boric terminará cuestionando su propio rol en eso?). Eso es lo que se ve en el Congreso y también en la Convención. El propio Alfredo Joignant planteó que "el PC está en una postura pre insurreccional y eso viene de antes del estallido social". Nada de raro, si son bolcheviques. Y los bolcheviques no creen en la democracia burguesa, ni el pluralismo partidario, sí creen en el terror como medio. No hay que olvidar que ahí donde se hacen del poder, los comunistas acaban con socialdemócratas, democristianos, socialistas moderados, liberales, anarquistas o mencheviques. Siempre hacen lo mismo pues, inspirados en el "centralismo democrático", quieren el poder total para su partido. En otras palabras, son gente que no cree en la democracia, en tanto pluralista y diversa, sino en su poder impuesto a como dé lugar. ¿Esos serían los eventuales aliados de la DC, el PS o el PPD en segunda vuelta?

La ambivalencia peligrosa entre el demócrata y el revolucionario de Boric también alimenta la idea, ya visible en diversos grupos de izquierda, de que es un traidor o un amarillo. Igual como lo hacía una parte de la izquierda con Allende. Incluso Daniel Jadue durante los debates de las primarias no dudó en responsabilizar a Boric por la existencia de los llamados presos políticos. Una jugada baja que muestra a lo que están dispuestos quienes tienen afanes insurreccionales.

No es raro que días después, la misma agonizante y mal llamada Lista del Pueblo aplaudiera el puñetazo que recibió Boric cuando visitó una cárcel, calificándolo como un acto de justicia. Ese es el criterio, propio de barras bravas, tomas adolescentes o asambleas universitarias, que algunos han traído al plano político.

Si consideramos que al interior de la coalición que respalda a Boric también hay varios con afanes abiertamente insurreccionales el problema se hace más complejo. Incluso algunos son abiertamente chavistas como la diputada Claudia Mix o Esteban Silva. También están al interior de su comando, partiendo por los miembros del Partido Comunista. No son socialdemócratas a la escandinava como intentan dar a entender algunos. Lo que tienen en su cabeza como modelo no es Nueva Zelanda, un país capitalista con bienestar social y multipartidismo, sino alguna variante del fracasado socialismo del siglo XXI.

La ambivalencia entre el demócrata y el revolucionario de Boric se refleja en su ambigüedad, al igual que Allende, respecto a cuestiones como la violencia política. Gabriel Boric rechaza la piromanía atávica en Iquique, pero no dice ni pío respecto al afán incendiario en lugares de La Araucanía como Carahue, donde hace poco un hombre terminó muerto. Por tanto, qué certeza existe de que gobernando hará respetar el Derecho y la institucionalidad por sobre los afanes y ensoñaciones insurreccionales de algunos grupos o la de sus propios sus aliados.

El problema de fondo es que no se puede jugar a demócrata y revolucionario a la vez. Son cosas totalmente incompatibles. No puedes presumir mejorar la democracia yendo contra sus fundamentos más esenciales. La democracia exige ceñirse a reglas, respetar espacios, considerar diversidades y matices. Las insurrecciones, en cambio, son como actos de fe ciega, donde al romperse las reglas termina imperando más bien el voluntarismo. Y por ello son también impredecibles. Despiertan los impulsos atávicos como la piromanía del populacho.

Como el fuego, las revoluciones abren la puerta a afanes y senderos inesperados. Tanto es así, que algunos rebeldes terminan devorados por la revolución o enjuiciados por sus propios camaradas. Incluso, puede suceder que otros, no los que se presumen revolucionarios, terminen haciendo finalmente una revolución. Eso, aunque a los que azuzaron los vientos de la revolución y avivaron el fuego de las hogueras, no les guste el resultado.

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