La fraternidad como camino de unidad

En estos días dolorosos y traumáticos para nuestra sociedad, cabe tener esperanza en que será la prudencia, el respeto, el diálogo y la necesidad de pensarnos y reflexionar sobre nuestro país, lo que nos permita encontrar un camino para restablecer la paz social y la convivencia que nos merecemos.

La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad pueden ser nuevamente el modelo para recomponer la fractura social producida en nuestro país estos últimos días, y que nos restituya en un sentido efectivo de comunidad.

La Fraternidad nos une directamente con el concepto de empatizar con la condición fundamentalmente humana de todos los que integramos la sociedad, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Es la sociedad y mi contexto el que me definen como ser, y por eso reconozco a los otros como mis hermanos, porque desde las bases sociales básicas aprendo a caminar junto a ellos. Soy capaz de dar y compartir permanentemente. Es la negación del egoísmo. Si existo, si soy, es con los otros.

Me doy a los demás a través de mi trabajo y por este recibo una retribución que permite mi propio desarrollo. Así como mi acción es para otros, la de otros es para mí.

La Libertad la concebiremos como la facultad que tiene el ser humano de autodeterminarse, de obrar de una manera u otra, o de no obrar. Ella constituye un atributo inherente a la mujer y al hombre, en tanto ser individual y social. Sin libertad no hay ser, ergo sin libertad no hay sociedad posible.

La Igualdad podremos alcanzarla - independiente del postulado filosófico en que todos los seres humanos nacemos iguales -, en tanto reconozcamos que somos todos determinados por una misma condición humana, con sus debilidades y fortalezas, solo diferenciables por el mérito, el esfuerzo, el talento, la sabiduría, la virtud, como únicas distinciones admisibles.

Pero sin fraternidad, la libertad y la igualdad no pueden existir, así como sin libertad e igualdad tampoco puede haber fraternidad. Es la fraternidad entonces el lazo que unifica no sólo a las sociedades sino también las naciones y a las diversas razas.

La responsabilidad es de todos y todas. Podemos exigir del gobernante, del primer mandatario - porque es el primero que se debe al resto -, la altura ética y moral para conducir al país hacia la paz social y a un bienestar equitativo, para la sociedad toda y cada uno de sus integrantes, siendo la institucionalidad la que debe resolver respecto a las inequidades profundas de nuestra nación.

Para eso necesitamos Estado, para resolver las necesidades de las comunidades, y República, para incorporarnos a todos y para todos.

Asimismo, sería ciego e irresponsable no comprender que el problema demanda que las mujeres y hombres de esta República actuemos con responsabilidad en nuestra propia acción diaria, en nuestro propio microespacio, en nuestras familias y en nuestro trabajo.

La búsqueda de caminos que nos conduzcan a ser una sociedad más libre, más igualitaria y fraterna, depende de todos nosotros en nuestro diario vivir.

Los que más tienen, poder o riqueza-, deben ser capaces de obrar para que los que menos tienen, no sean avasallados, abusados o marginados. Que sean tratados con respeto y aporten sus talentos a la sociedad de la que todos debemos obtener beneficios y seguridades, de acuerdo a su esfuerzo cotidiano.

Frente a lo que conmueve a Chile, esta es la hora en que todos debemos estar a la altura de la exigencia social generada para resolver esta crisis, replicando a Maturana, desde la comprensión del otro como un legítimo otro.

Como un igual, como un hermano.

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