La fuerza moral de la historia

Muchos poderosos reiteradamente intentan que en la percepción ciudadana no exista historia, sea nacional o universal, gustan de la farándula intrascendente, y en el debate público prefieren el lucimiento de algunos ególatras y la inconsciencia colectiva. 

Es decir, amplifican el descrédito de las instituciones democráticas, y en particular, observan con agrado el deterioro de la política, así van creando el caldo de cultivo para el caudillismo populista, la imposición de la demagogia sin proyecto político.

Hay personas retrógradas que empujan la idea de reducir la historia en la formación educacional, temen sus efectos, ya que no sólo es parte esencial del patrimonio cultural  de la humanidad, además es el gran testigo de aciertos y errores, hazañas y tragedias, grandes proezas como estériles ambiciones, que marcan el curso de la civilización humana.

Sus operadores quieren perpetuar a tales poderosos intereses, les resulta más útil la ignorancia de las personas, manipularlas con el consumismo o en hechos inconexos que permitan la autocomplacencia de los gobernantes, y mover a las multitudes por impulsos banales, por la inmediatez de acciones individuales que, en definitiva, perpetúan la desigualdad y el poder.

Aseguran que así dan más libertad, extraño paternalismo autoritario, por el contrario, negar el conocimiento de la historia no tiene más efecto que generar ignorancia y el desconocimiento de las ideas y de los hechos, la oscuridad de las conciencias y el vacío cultural termina aplastando la libertad.

La dominación mediática interesada, superficial, no está en condiciones de aceptar la perspectiva histórica, aquella que pueda indicar o descubrir el origen de los hechos y los ubique o articule con otros, en apariencia inconexos, pero condicionados  por circunstancias interdependientes sacando a luz las auténticas causas que permiten saber y entender porque los acontecimientos históricos ocurrieron o se precipitaron de una manera determinada.

El conocimiento de la historia abre un amplio horizonte al ser humano, fundamenta el espíritu crítico y estimula la investigación científica acerca del devenir social, de la formación de los Estados y partidos políticos, de la gravitación de los movimientos sociales, de los golpes e intromisiones castrenses y la influencia de las Iglesias y las religiones.

Quien ama su país quiere y debe saber su historia, sus proezas y sus tragedias, conocer los recovecos de los laberintos que descubren o denuncian hechos ya pasados, y las circunstancias que removieron estructuras, cambiaron costumbres, desataron pasiones, remecieron las conciencias y aún estremecen los sentimientos y las emociones del país.

Hay que estudiar la historia. La ruta es larga para entender la patria que debe cobijar y proteger, que debe cuidar y defender a los suyos y que tantas veces no lo hizo por la acción de tiranos inescrupulosos o gobernantes ambiciosos y personalistas.

En la perspectiva histórica emerge el carácter de los liderazgos, la sabiduría o la mediocridad de los dirigentes, el coraje o la cobardía de los contendientes, las penurias de los pueblos y la sevicia de los vencedores. En la trama de la historia surge el que puede parecer intrascendente y en el gigante se desnudan los pies de barro.

La historia es una referencia insustituible para el conocimiento humano, es asomarse a una escena impactante e irrepetible de sucesos, escenarios, rostros y desafíos que deben ser puestos al alcance de las nuevas generaciones que llegan a tratar de establecer su huella, a dar su propia palabra e inscribirse en esa marcha infinita.

La derecha sabe que sucumbe ante la visión histórica, en la dictadura apoyó el crimen y el terror para sostener su dominación y sus privilegios, y recurrió a artilugios institucionales para cercenar y defraudar la voluntad soberana de la nación, por eso, teme la fuerza moral de la historia, no desea que los estudios de miles de analistas vayan a indagar en las miserias de su deplorable conducta, cuando entregó el honor a cambio de mantener la fortuna, y pretende eludir una condena moral inevitable.

En la sucesión de acontecimientos se van configurando procesos y conductas, que una vez establecidos no dan vuelta atrás, el criminal ya lo fue, el corrupto se deshonró, el cobarde nunca será valiente ni el mezquino generoso, aquel que no lo fue no será jamás un “gran señor”.

Ese es el juicio histórico que la derecha desea escamotear, la ciudadanía no lo debe aceptar.

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