La historia de don Belisario

Leer sobre vidas ajenas me gusta. A través de las experiencias que relatan puede uno conocer en carne propia las vicisitudes que rodearon el acontecer de los días de la persona de quien se habla. No es necesario que el personaje en cuestión haya tenido en sus manos la presidencia o haya sido emperador. Fouché, por ejemplo, me resultó apasionante en la descripción que Stefan Sweig hizo de su maldad, como genio en las sombras en la vida francesa desde fines del s. XVIII .

Cuando de autobiografías se trata, su lectura me resulta también apasionante, sobre todo, si uno conoce en algo al narrador y con el correr de las primeras páginas, el lector se da cuenta que se trata de alguien que describe las situaciones desde su punto de vista, con la sinceridad de quien ha andado largo trecho por la vida sin contarse cuentos ni contárselo a nadie.

Tal fue mi experiencia al leer sobre las experiencias vitales de Belisario Velasco en su obra de reciente aparición, “Esta historia es mi historia”.

Conozco lejanamente al autor. Éramos vecinos en la década del 80 en Vitacura y más de una vez, postulándome a dirigente comunal, en la clandestinidad al Gobierno de Pinochet, fui a pedirle consejos, que me los dio muy amablemente. Después, dos o tres llamados telefónicos y una que otra saludada en las calles de Cachagua, donde ambos somos vecinos.

Leyendo sus memorias no pude menos que recordar yo mismo mi propia historia. Por ejemplo, cuando, de recién casado con mi mujer poníamos la radio Balmaceda que en la mañana partía con una canción, abiertamente rebelde para los tiempos que corrían : “El sol nace para todos”. Y al terminar las trasmisiones se le mencionaba como director responsable.

Recordé también el verano del 77 del siglo pasado, cuando junto a varios amigos míos, jóvenes como yo entonces, periodistas cesados de la radio, nos lamentamos de su clausura. Eso recordaba yo.

Aquí, en estas páginas viene la recreación en primera persona de esos días dramáticos para la libertad de prensa; las mil y una maneras de esquivar la censura, las clausuras temporales, las relegaciones del director responsable a Putre y después más al norte, a Parinacota. Con lo puesto.

Los forcejeos antes de subirse a la avioneta, pensando que sería para lanzarlo al mar ¡Qué terrible! Las escenas ominosas, como la de aquel ex dirigente de la DC que, al toparlo en Arica, huye arrastrándose como un reptil por el suelo, para que nadie fuese a verlo con él.

No puede uno menos que reflexionar aquí sobre los daños colaterales, amén de las muertes, los exiliados, los torturados, los actos liberticidas, los abusos, etc., medidos en dignidad humana, que trae toda dictadura. Necesitada  del terror extendido de los gobernados para instalarse y perpetuarse.

Como obertura, Velasco relata cuando, al entrevistarse cara a cara con el dictador, en las horas finales antes del cambio de régimen, por razones institucionales efectuó en él el último nombramiento de su largo periplo por el poder y lo transformó así en la primera autoridad del gobierno democrático, Pinochet le dice, casi como recordando un partido de fútbol,… tuve que mandarlo de vacaciones al norte…es bonito el norte.

Nuestro narrador le responde impávido,… en cuanto al altiplano, a mí también me seduce, aunque no por tanto tiempo.

Eso, dicho en el prólogo, es un anticipo de un libro que desclasifica situaciones  impresionantes, en forma apasionada a veces , pero sin alarde  que haga dudar del verdadero interés del autor, que es dejar testimonio de una larga carrera política y de servicio público: Alto ejecutivo de empresas del Estado desde la década del 60; interlocutor privilegiado de Fidel Castro, cuando su nombre reinaba, para bien o para mal, en la constelación política de América; vicepresidente de la DC en la época de Allende; uno de los trece firmantes de la famosa carta oponiéndose al Golpe, oposición que el propio Patricio Aylwin reconocería como acertada en su libro “El reencuentro de los demócratas”; director gerente de la Radio Balmaceda, nombrado por el mismo don Patricio, quien , pese a las discrepancias políticas con Velasco , lo defendió en su momento en los Tribunales, lo visitó en sus días de relegado y le confirmó su confianza hasta hacerlo subsecretario del Interior en su Gobierno.

Transitan por las páginas sus 8 años de Subsecretario y, con ello, la acción política de quien une a la consecuencia con sus ideas humanistas, una acción pragmática, responsable, sensata.

Trasunta honestidad el relato de todo y la conciencia de saberse responsable, de que los actos de gobierno tienen impacto.

En ese sentido, las páginas finales, describiendo en detalle los meses y días previos al Transantiago en el primer Gobierno de Bachelet, sus razones para oponerse a el, y paradojalmente ser responsabilizado por la Oposición de entonces por su puesta en marcha, son uno de los muchos ejemplos de lo que digo.

La lectura de este libro evocó en mí pasajes de mi propia historia personal, cuando era muy joven. Pero especialmente me fue necesaria para refrescar dramáticamente la memoria de lo que significó para Chile la funesta dictadura.

Sobre todo, en tiempo en que algunos en la derecha “salen del closet” y proclaman a todos los vientos su condición de “pinochetistas”. Entre aplausos.

Terminé la lectura nostálgica de la presencia en nuestra escena política, tan mediática, tan falta de discursos y de ideas, de más políticos del fuste de Belisario Velasco.

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