La importancia histórica del Plebiscito

Este domingo 26 de abril debía realizarse el Plebiscito para aprobar o no la redacción de una nueva Constitución para Chile, nacida en democracia, que sustituya la que rige ahora, impuesta fraudulentamente en 1980, por la dictadura que dominaba el país. Como se sabe, la pandemia del Coronavirus obligó a su postergación hasta el 25 de octubre, materia en la que estuvo de acuerdo la unanimidad del sistema político.

Ahora bien, esta no es la primera vez que se considera un Plebiscito como alternativa para resolver un dilema constitucional de gran profundidad y significado que se presente en el país.

En efecto, el Presidente Allende, el sábado 8 de septiembre de 1973, comunicó a los jefes o representantes de los Partidos de la Unidad Popular su decisión de efectuar un Plebiscito para resolver la aguda polarización política y frenar la intensificación de los esfuerzos de la ultraderecha para romper la institucionalidad y encomendó al ministro del Interior y relevante jurista Carlos Briones la preparación jurídica del discurso en que informaría al país de su convocatoria.

El propio Presidente Allende informó ese mismo sábado a Pinochet que concurrió de civil a su casa de calle Tomás Moro, ante ello, el domingo 9, Pinochet y los miembros de la conjura golpista adelantaron el golpe de Estado, haciendo imposible su realización.

Los instigadores y ejecutores del putsch de ultraderecha no pensaban en una solución a la crisis política a través de un Plebiscito, lo que pretendían y materializaron con la dictadura, era derrumbar la institucionalidad democrática existente entonces en el país con el expreso objetivo de demoler las conquistas sociales de los trabajadores. Por eso, recurrieron en forma implacable al terrorismo de Estado.

El año 78, la demanda de un Plebiscito ya estaba en las propuestas del grupo de los 24, una voz colectiva de constitucionalistas democráticos que con gran valentía, en medio de la represión y de la férrea censura imperante, se atrevían a sugerir una vía posible de una salida democrática. Pero, la derecha y sus “grandes” políticos estaban “amarrados” a Pinochet con todo, en una alianza sin parangón en Chile y siguieron por ese camino.

Incluso aplaudieron la destitución de Gustavo Leigh que fue de los primeros y más feroces generales que estuvo con el “golpe” porque pidió un itinerario de vuelta a la democracia. La derecha actuaba sin escrúpulos tapando cualquier vía que abriera una ruta al término de la dictadura.

Usaron la represión masiva, los asesinatos y desapariciones de los detenidos, el homicidio, con atentados selectivos a personas que podían unir al país y dar garantías a todos los sectores políticos y de opinión. Con furia incontenible llegaron a la agresión física de los obispos chilenos que defendían los Derechos Humanos.

Esa historia vergonzosa, plagada de canalladas y traiciones, es la que hoy tratan de tapar sin pudor, intentando blanquear a quienes se convirtieron en criminales y se mofaban del dolor de las víctimas. En la UDI piensan que ocultando los crímenes de la dictadura logran esconder su propia responsabilidad en el terrorismo de Estado y la defensa de un régimen inmoral, hecho desde su origen sobre la base de una criminalidad patológica.

Por eso, nunca Jaime Guzmán y el llamado gremialismo aceptaron que un Plebiscito fuera el camino para el retorno a la democracia. No es casual que ahora reaparezca uno de sus “coroneles”, hace poco cerebro gris del gobierno piñerista, sembrando la duda sobre el Plebiscito para avanzar a una nueva Constitución que debe realizarse el 25 de octubre próximo.

La lucha por un Plebiscito estuvo en todo este periodo histórico. De hecho el ex Presidente Frei Montalva, antes que se consumara por la fuerza la imposición fraudulenta de la Constitución de 1980 y que Jaime Guzmán terminara de hacer “un traje constitucional” a la medida de Pinochet, corrigiendo el proyecto original presentado por el ex Presidente Jorge Alessandri, en representación del Consejo de Estado, el organismo oficial que redactó la primera propuesta que desagradó al dictador.

Ante esa aplanadora de poder brutal, en el discurso que pronunció en el teatro Caupolican, el 28 de agosto de 1980, Frei Montalva propuso un Plebiscito con las condiciones democráticas indispensables que impidieran el fraude que se pretendía consumar, es decir, con registro electoral, libertad de expresión, partidos políticos, apoderados, en fin, si se creaban las garantías necesarias que le dieran validez, un Plebiscito era el camino que reiniciaba la restauración de la democracia. Con el monopolio de las armas bajo su autoridad, Pinochet impuso lo que quiso imponer.

En enero de 1982 murió Frei Montalva, sufrió la implacable revancha del poder dictatorial, no resistió las sustancias tóxicas que manos asesinas le inocularon en el ciclo pos operatorio de una intervención quirúrgica en una clínica de Santiago.

Las protestas populares comenzadas en mayo de 1983, como respuesta a la crisis económica y social de la época, también incluyeron como demanda la propuesta que un Plebiscito decidiera la ruta a seguir para restablecer la democracia, pero el dictador las reprimió brutalmente provocando decenas de muertes de personas que pedían democracia.

La matanza más tremenda, de varias decenas de pobladores asesinados en las comunas populares, sucedió en el curso de la protesta social de agosto de 1983, siendo Onofre Jarpa el ministro del Interior, así, a un costo social incalculable, con todo el respaldo de la derecha civil, el dictador siguió aferrado al poder. Esa vez tampoco se realizó un Plebiscito, hubo ráfagas en su reemplazo.

Ese fue el oscuro papel de quien algunos llaman “un grande” de la política nacional. Al día subsiguiente de la protesta, en la zona Sur de Santiago, la ruta 5 era una fila de carrozas seguidas de familias y adherentes que iban al cementerio Metropolitano a despedir a las víctimas y en La Moneda los aduladores del dictador, que nunca tuvieron un mínimo respeto por el dolor de los pobladores, como “gran” política preparaban la división de la fuerzas de la oposición, engañando al país a gran escala, con una “apertura” que no dejó de ser un tremendo artificio.

El joven socialista Carlos Godoy Echegoyen, asesinado en medio de la tortura por la Dicomcar en la localidad de Quinteros, en febrero de 1985, sí que fue “un grande” de la lucha por la libertad de Chile. Miles de jóvenes como él son los que abrieron paso a la democracia. Es una burla que Piñera haya presentado a los opresores como los liberadores. Es inaudito.

La lucha democrática generó un contexto político de unidad y organización, lo que derrotó el miedo en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988. Así ganó la libertad y fue derrotada la opresión. Pinochet corrió solo y llegó segundo. Nunca más quiso saber ni escuchar la palabra Plebiscito, pero se defendió gracias a los enclaves autoritarios y el apoyo de la derecha civil.

Antes de las elecciones presidenciales de 1989, en el mes de Julio, hubo un Plebiscito, con Pinochet derrotado, pero aún en La Moneda, esa vez no hubo resolución para aspectos clave de una institucionalidad democrática.

Lo más significativo fue que se eliminó el artículo 8° de la Constitución, que excluía de la institucionalidad por causa ideológica a más de la tercera parte del país. Una vez más, la derecha civil instalada en el ministerio del Interior por intermedio de Carlos Cáceres dio su completo apoyo al dictador sacándolo del apuro.

Así quedaron implantados los enclaves autoritarios dando origen a una democracia “semisoberana” que se mantuvo hasta las reformas del 2005, aprobadas en el Parlamento, que limpiaron una parte de esos tumores antidemocráticos, como los senadores designados y vitalicios, la inamovilidad de los Comandantes en Jefe y el rol tutelar del Consejo de Seguridad Nacional. Pero, la derecha se negó a legislar sobre el Plebiscito en la Constitución para decidir temas fundamentales del país y el primer gobierno de Piñera se mantuvo en esa posición.

Las multitudinarias manifestaciones del 18 de octubre en adelante cambiaron en forma decisiva la situación nacional, la respuesta presidencial de considerar la rebelión social como una guerra y establecer el Estado de Emergencia no hizo más que estimular las protestas y la desobediencia civil se tornó incontrolable para Piñera.

La represión de Carabineros exacerbó la situación con el uso criminal de disparos de perdigones al rostro, causando mutilaciones irreparables a decenas de jóvenes que legítimamente exigían sus derechos, la brutalidad indiscriminada y asesina fue tan enorme que se generó una rebeldía que provocó un desgobierno sin precedentes en Chile. Aunque no se reconozca, el hecho real es que el gobierno cada día era remecido por la magnitud de la protesta social.

En esas circunstancias, la derecha tuvo que ceder lo que negó durante 4 décadas: un acuerdo político para aprobar en el Parlamento el Plebiscito como herramienta institucional en que se confirme o no una mayoría que permita abrir paso a una nueva Constitución, nacida en democracia, a través de una Convención Constitucional, que si gana la opción que sea íntegramente electa se convierte por su propio carácter en una Asamblea Constituyente.

Por eso, es tan importante el histórico logro de la multitudinaria movilización social de octubre y noviembre. La pandemia interrumpió transitoriamente lo que es un paso fundamental para la democracia y el término de los enclaves que limitan el ejercicio de la voluntad ciudadana al poder de veto de los consorcios financieros, a través de los resortes institucionales que permanecen vigentes desde 1980.

No hay que olvidarlo ni dejarse engañar por maniobras inventadas por la derecha.

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