En Argentina ganó Javier Milei, candidato de una heterogénea alianza de derecha y ultraderecha, que desplegó una estridente retórica descalificatoria del peronismo, las "élites" e incluso el papa. Sin embargo, su objetivo primordial es jibarizar el Estado, reducirlo a la impotencia para que facilite la circulación sin regulaciones del capital financiero e integre sin restricciones a Argentina en los mercados regidos por los consorcios globales.
Ahora bien, se hacen llamar "libertarios", pero los esclaviza de adoración al mercado, cuyo rol de disolución de la vida económico-social expresa su idea de la "libertad" la qué pasa a ser privilegio de los más fuertes, los grupos de poder preponderantes que concentrarán aún más la riqueza y acrecentarán su dominación a tal punto que se socavará permanentemente la estabilidad de los Estados.
Con esa perspectiva en ninguna nación será viable la cohesión social necesaria y no habrá integración de la diversidad en un proyecto nacional; así se abre el camino a la fractura social. En suma, al criterio "anarcolibertario" no le interesa el país, lo suyo es el mercado como la fuente primigenia de sus impulsos.
Por sus dichos, hay muchos que calificaron al mandatario recién electo de "loco", sea por sus atrabiliarias propuestas o las agresiones verbales con que intenta acallar a quienes piensan distinto a sus recetas las que por lo demás, ya fueron aplicadas por las dictaduras militares de la "seguridad nacional" que implantaron en Sudamérica la versión más cruel del capitalismo salvaje.
Así, se confirma que la ultraderecha mira la organización social como una gran feria de compra y venta de productos; se trata de una visión totalmente ideologizada, ven en el "mercado" la fuente originaria y definitiva de la compleja evolución de la civilización humana.
Esa ideología extremista, los Chicago Boys la aplicaron en Chile a través de una dictadura militar implacable, también se aplicó en otros países reduciendo las estructuras productivas generando pobreza e inestabilidad social, llevando el descalabro a las comunidades nacionales o, lisa y llanamente, a estallidos sociales que estremecieron países o regiones.
Ese "modelo" provocó un costo social que lanzó a millones de personas a protestar de múltiples formas, incluidas multitudinarias manifestaciones callejeras, la respuesta de las dictaduras fue el terrorismo de Estado, agobiar a los pueblos aumentando la represión y recrudeciendo las violaciones de los Derechos Humanos. Esa es la marca de la ultraderecha en el poder.
Pero, ese grupo minoritario en otros periodos, ahora gana elecciones cabalgando en hechos deplorables y/o yerros garrafales de las fuerzas gobernantes, en especial, en la incapacidad de frenar la corrupción que cubre y deslegitima a diversas figuras públicas, como también en los desbordes inflacionarios que torna muy duro el diario vivir para amplios sectores populares y de la clase media. La legitimidad de la acción política ha sufrido un grave debilitamiento.
El desorden socioeconómico conlleva el descrédito del sistema político debilitando los partidos y ayuda a la irrupción de los grupos populistas, en particular, extremistas de derecha con recetas fáciles, pero inviables, que ante el deterioro de las fuerzas tradicionales se abren paso por la apatía de amplios sectores de la ciudadanía.
A la hora de gobernar se manifiesta la incoherencia de la propuesta de ultraderecha a través de un híbrido en que aplican parte de sus estrafalarias promesas, pero incumplen otras y se consumen en contradicciones y conflictos insolucionables.
Estamos ante un reto sin precedentes para el régimen democrático. La ultraderecha agita soluciones rápidas aunque sean inviables, así suma electoralmente, lo que reduce a la derecha tradicional y grupos de centroderecha, la réplica del liderazgo de esas fuerzas, sin estatura de país, es pasarse al discurso de la extrema derecha, dado que parte de sus vocerías lo comparten, o lisa y llanamente, porque ven allí la tabla de salvación de sus decaídas o convulsas formaciones políticas.
Lo más penoso son algunos en la derecha tradicional y el centro, de un discurso hasta hace poco muy "progresista", que por pugnas políticas pasadas o debido a indescifrables razones toman posición junto a la ultraderecha. La irresponsabilidad con el futuro democrático de Chile es vergonzoso.
Lamentablemente, se está repitiendo la trágica experiencia del auge del nazi fascismo de los años 30, entonces, los grupos conservadores y monárquicos distantes inicialmente del partido nazi, golpeados por el impacto de la Gran Depresión de 1929 y los enormes pagos por las indemnizaciones de la I Guerra Mundial, se volcaron hacia Hitler y se alinearon en la frenética alternativa de ultraderecha que arrastró a Europa a la peor confrontación bélica de la civilización humana.
Los demócratas chilenos no podemos cerrar los ojos ante el riesgo que ha surgido en el continente latinoamericano. Lo mal hecho no se debe ignorar, hay que condenar la corrupción y dar eficaz gobernabilidad democrática a nuestros países.
Ahora, a corto plazo, lo esencial es unirse, sin exclusiones, derrotando la regresión ultraconservadora, en el Plebiscito del próximo 17 de Diciembre. Que no vuelva a quedar impresa en nuestra historia la cruel y trágica marca de la dominación de ultraderecha.
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