Esta semana, a plena luz del día, asesinaron a balazos a un empresario en Quinta Normal. Por las características de los hechos, se sospecha que fue un crimen por encargo. Una noticia espeluznante que se suma a una seguidilla otros crímenes horrorosos a los que lamentablemente hemos tenido que acostumbrarnos en este último tiempo, como el asesinato a piedrazos de un padre de familia en Peñalolén, el de una mujer baleada en La Pintana o el cadáver con signos de tortura que fue hallado en una casa en Buin. Todos estos, ocurridos dentro de una semana, dan cuenta de cómo los homicidios y otros delitos han pasado a ser parte de una nueva normalidad en Chile, en la que la violencia se constituye como el telón de fondo de una realidad a la que nos enfrentamos con cada vez más miedo.
Como ciudadano de a pie, uno esperaría que cualquiera de los hechos descritos anteriormente fuera suficiente para poner a la clase política en alerta. Para que las disputas se hubiesen pausado y, en honor a la crisis por la que atravesamos, la energía se canalizara en atender todos los flancos pendientes en materia de seguridad. En atender todos aquellos proyectos de ley pendientes que ya no pueden seguir esperando, como el que fortalece la seguridad municipal, el que moderniza el Sistema de Inteligencia del Estado o el que crea la Defensoría de las Víctimas, entre otros. Hubiera esperado, por último, que cualquiera de estos escalofriantes crímenes hubiese sido, para nuestros políticos, la noticia del día.
Sin embargo, la realidad fue otra y debimos ser tristes espectadores de una clase política y, particularmente, de un Senado que decidió enfocarse en disputas estériles que poco tienen que ver con proyectos políticos o diferencias programáticas, ni menos con enfrentar los desafíos más urgentes para el país. Como si nos hubiesen lanzado un balde de agua fría, quienes aún recordamos aquel país que se unía frente a la adversidad, tuvimos que contentarnos con que la noticia del día fue un vulgar choque de egos.
Me pregunto si los parlamentarios se darán cuenta que fuera de los muros del Congreso, lejos de los cálculos partidistas y las negociaciones de pasillo, hay un país que sufre, hay familias que viven encerradas, hay plazas y calles en las que, después de cierta hora, nadie puede caminar, hay madres que aún lloran a un hijo que les fue arrebatado por una bala perdida y padres que vieron a los suyos perderse en la droga.
Me gustaría que quienes dirigen los destinos de nuestra patria supiesen que el temor bajo el que viven los chilenos no es una ficción, ni menos una creación artificial de los medios, es una realidad palpable que se vive día a día y cuyas consecuencias son cada vez más perjudiciales, al punto de que podrían ser irreversibles si es que no hay un golpe de timón decisivo. Tener a un gobierno y a parlamentarios más conectados con la realidad nacional es lo que creo se merecen las miles de familias que todos los días se levantan a trabajar por sus sueños.
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