Recientemente realicé un viaje por la Ruta 5 Sur, desde Santiago a Chillán, unos 400 kilómetros de distancia. En todo mi trayecto conté unas 100 animitas en la ruta, a veces escondidas entre arbustos, otras decoradas con flores plásticas y fotografías descoloridas. Me acompañaron como testigos de tragedias que ya ocurrieron. Más de 100 de ellas, solo en ese tramo, marcan la geografía del dolor, del quiebre irreversible, del "aquí fue" que tantas familias recuerdan cada día.
Pero, ¿qué nos pasa como sociedad que hemos llegado a normalizarlas? ¿Qué clase de anestesia colectiva nos impide ver en ellas una real advertencia? Las animitas viales representan un grito de auxilio, una alerta permanente de que algo estamos haciendo mal. Sin embargo, se han convertido en parte del paisaje y no pasa nada, absolutamente nada. Esa indiferencia es un reflejo profundo de una forma clara de violencia.
Chile vive una verdadera crisis de seguridad vial. Cada año, alrededor de 2.000 personas fallecen en las rutas y más de 30 mil resultan lesionadas, todas causas evitables.
Las animitas en la ruta nos recuerdan un profundo dolor. Nos interpelan profundamente que, a pesar de su presencia constante, no hayamos logrado transformar esa memoria dolorosa en acciones concretas. Pero seguimos corriendo en las autopistas, mirando el celular al conducir, sobrepasando los límites de velocidad, sin detenernos a pensar que podríamos ser los próximos.
Pero, ¿por qué no nos conmueven? Tal vez porque hemos perdido la capacidad de conectar, o porque no vemos en esas animitas a personas, sino a "otros", creyendo que a nosotros no nos va a pasar. O porque, simplemente, la seguridad vial sigue estando lejos del centro de la agenda pública, política y mediática.
Necesitamos despertar de esta sociedad indiferente y actuar. Un cambio real que parta por reconocer que cada animita representa no solo una vida truncada, sino una oportunidad para prevenir la próxima. No permitamos que las animitas sean parte del paisaje normal. Deben movernos a realizar cambios profundos como sociedad, desde la gobernanza, institucionalidad, normativa, fiscalización y, sobre todo, educación vial.
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