Pareciera que el poder tiene efectos alucinógenos. El consumo de la pócima del poder inevitablemente haría olvidar las promesas de campaña, como uno puede advertir gobierno tras gobierno, las que fueron certezas ideológicas excluyentes y casi religiosas, entran en un campo de ambigüedades, hace pedir perdón a los que detentan los símbolos de la república cuando se sorprenden ingenuamente que otra cosa era "con guitarra", situación que paradojalmente los obliga a tomar decisiones idénticas a la que tomaron los gobiernos anteriores y que entonces tanto criticaron.
En términos simples hablamos de doble estándar, doble estándar que sirve para ganar elecciones pero no para gobernar, y después se quejan o me reclaman que al final todos hacen lo mismo, por lo tanto mi molestia no es sólo injustificada sino que injusta, además, traiciono a un sector político que de verdad quería cambiar las cosas y que si no lo ha hecho es por culpa de los demás (oposición, poderes fácticos, teorías conspirativas, y por supuesto los medios) el mismo discurso que en otros tiempos usaron otros de signos políticos contrarios para avanzar en agendas supuestamente "modernizadoras".
En fin, el perro del hortelano, no come ni deja comer; una política que lejos de los acuerdos y los consensos es la de los modelos excluyentes y de las revanchas, de las vueltas de mano usando los mismos constructos lingüísticos.
Esa droga del poder los seduce a más no poder... por más poder; se les ocurre necesario limitar la libre expresión de los medios de comunicación, con el pretexto de que ninguno de esos medios es partidario de ellos, y que los atacan o no se puede gobernar, como si fuera poco, disponen de un presidente para el canal estatal que se manda una frase tan torpe respecto de que la televisora pública debe cubrir las actividades del Presidente y de los ministros y de los poderes del estado, acaso queriendo decir que le corresponde además hacerles una buena campaña de RR.PP. y tratarlos con guante blanco, olvidando que los medios públicos no se deben a las autoridades del poder sino a la ciudadanía, a una que, por el contrario exige independencia y rigor a sus gobernantes, y mucha transparencia.
La pócima hace olvidar también que lo que supone una reunión entre distintos sectores del país con la clase política, en cualquier café, almuerzo o completo en el Dominó con poderes empresariales sea una acción de lobby. No se trata de que el lobby sea una acción proscrita sino que ésta debe hacerse de cara a la ciudadanía, de frente, nadie debe sospechar que la acción de conversar en casa de un mediador sea malo o perverso, al contrario, en política es necesaria mucha conversación, también con gremios y ciudadanos, pero eso debe registrarse como cita de individuos o sectores con autoridades con intereses específicos en honor a superar opacidades en el quehacer público.
¿No los sabían ministros y subsecretario? ¿Tan ignorantes son de la normativa vigente, tan livianos en su percepción de la realidad, es la pócima del poder que los marea? ¿O creen que somos imbéciles?
Me vienen a la mente episodios tan cantinflescos como el de la nominación de Pablo Piñera en la embajada de Buenos Aires por parte de su hermano Presidente, o el mismo Mandatario que se hizo acompañar de sus hijos en sendas reuniones de libre comercio con China, en los salones mismo del gigante asiático con las máximas autoridades de ese país.
Me da náusea. Realmente resulta patético ver y escuchar a tantos políticos tratando de convencernos con desparpajo que el felino de cuatro patas y que maúlla no es un gato, una vez más perdiendo el tiempo con explicaciones del deber ser y de lo que no fue en vez de concentrarse en lo importante como sí lo importante además no fuera urgente.
El poder al seducir, embriaga, confunde, te convence que la soberanía recae en los que gobiernan por mandato divino, como Luis XIV, lo que antes fue ideología hoy se relativiza; el poder desorienta, marea, hace que olvides los acordes básicos de la guitarra, las posturas para canciones de cuna, por eso no se dan cuenta los ortegas, putines ni los maduros que sus éticas políticas que se desmoronan como los sueños de los más fervientes y obtusos seguidores, mientras los ciudadanos deambulan como zombis entre la desesperanza, el populismo o la indiferencia cómplice. Señales equívocas a los delincuentes, al narcotráfico en series de televisión y cantantes estelares que colmaran las portadas y los ratings de los festivales sin un asomo de filtro ni sentido común a la hora de tomar decisiones, los delincuentes del lumpen y el saqueo y el incendio se disfrazan al relato de los idealistas trasnochados de héroes de la revolución social mientras que los crímenes de los totalitarismos se relativizan por las ingentes cantidades de dinero que produce el intercambio comercial.
Pareciera que el poder es un brebaje que democratiza la esquizofrenia del poder, izquierdas y derechas se mimetizan, actúan igual y peor una y otra en una competencia sin cuartel por alejarse de la sensatez y de la gente, creyéndose el cuento de hadas que significa estrechar manos de dignatarios mundiales, pasear en autos de 6 plazas y guardia motorizada, frecuentar palacios de gobierno, gozar de los beneficios que nuestro ordenamiento democrático entrega por un rato a los que vienen a prometernos este cielo y el otro en campañas que sólo sirven para de cabeza de playa a las tropas de infantería política con sus secuaces operadores que se instalan en los puestos de gobierno para arrasar con todo lo que quedaba en pie y reproducir un modelo que a Argentina la tiene al borde del colapso y a América Latina anquilosada en su porfiado subdesarrollo. Políticos seducidos y encandilados por la fama que significa el saludar a la chusma enfervorizada que clama por una selfi como si el alto funcionario fuera un cantante de reguetón, un afiche en la puerta de la cocina, un fantasma del cual se olvidarán tan pronto como emergió al parnaso de Oz.
La lista pareciera eterna, desaguisados de todo tipo, que hacen que los aciertos y las buenas intenciones se disiparan en una niebla densa de torpezas insólitas de nuestra historia reciente: papelones en las embajadas con funcionarios ineptos, ministros instalados a destiempo y recurriendo a aquellos próceres que tanto denostaron de los partidos de la época de la Concertación. Ahí están, aún pendientes los proyectos de obras públicas, una delincuencia que no sólo aumenta sino se transforma peligrosamente, una policía superada por la circunstancia, el narcotráfico que se apodera de vastos territorios; los conflictos de la Macro Zona Sur finalmente, como tanto se dijo, en su mayoría tienen origen en el crimen organizado y robo de maderas más que hermosas utopías políticas de pueblos originarios, como porfiadamente ha ido mostrando la realidad con sus innumerables decretos de zona de excepción ya casi por 2 años seguidos, pueblos que en todo caso, siguen postergados en la pobreza y la falta de oportunidades.
Una discusión eterna y llena de alambicados recovecos técnicos distraen el comentario público entre los porcentajes solidarios e individuales de una reforma previsional que no cuenta con apoyos de lado y lado mientras los patrocinadores no son capaces de allegar votos para una resolución tan esperada, qué decir lo de las isapre y la salud en regiones, disminución de personal sanitario, menos recursos y la desaparición de toda campaña de vacunación del Covid mientras sigue muriendo gente por ese virus. Para qué seguir.
Los males de este gobierno no son patrimonio solo de este gobierno, sin duda, lo triste es que el discurso con el que llegó al poder (porque con otro relato no llega) era hacer precisamente lo contrario de los que los gobiernos anteriores hicieron (los famosos oscuros 30 años anteriores tan desprestigiados por estos jóvenes románticos e inexpertos), y formar un gobierno donde la corruptela de algunos de sus militantes y partidos no era nada de distinta de la que hubo antes, y con conglomerados superficialmente hiperideologizados de eslóganes y frases escolares respecto de la justicia social y la desigualdad como otros que siguen soñando con los gobiernos colectivistas que tanto daño hicieron.
Y por otro lado, una oposición aún tributaria a los peores tiempos de la dictadura, que añoran con nostalgia los exabruptos del general y no terminan por convencerse que el s. XIX es parte del pasado porque viven cínicamente enredados en las sábanas sagradas de ultramontanismo y las mantas ensangrentadas que cubrieron los muertos arrojados al mar desde los aviones y helicópteros del estado. Ahí están, muchos de ellos siguen mandando en las sombras y en las empresas, en los gremios y en las iglesias financiando de limosna con su mano derecha mientras que con la izquierda estrujan a los trabajadores por unos pesos que parecen fichas azules y rojas de vieja salitrera.
Hace rato que la clase política no da el ancho, los partidos sucumbieron ante el populismo, los sectores más moderados fueron incapaces de mantener una estatura moral que sostuviera la sinrazón, hasta pensaron en disc-jockeys para alcaldes, bailarinas formalizadas, viejos políticos escondiendo plata en las paredes, altos generales regalando joyas a las amigas de sus señoras, jóvenes oficial entregando niños huérfanos de la caravana de la muerte; una casta de sacerdotes que como terroríficos lobos feroces se comieron a las pequeñas ovejas que pastoreaban a vista y paciencia de obispos y cardenales y las viejas de la alta sociedad rasgando vestiduras por la santidad de los depredadores sexuales de crucifijos y cilicios.
El poder no es ningún brebaje místico, es una herramienta ciudadana para servir a un interés común, a la edificación constante de un país de bienestar, un país que entregue las libertades individuales para crear y soñar pero también las condiciones de solidaridad para ayudar al que más lo necesita, generar una ciudadanía igualitaria donde las diferencias sean solo las que cada uno quiera establecer por su propio mérito, no por el empedrado, la cuna ni la falta de oportunidades. El bienestar personal necesariamente pasa por el del prójimo, mi felicidad no es sino la del hermano, la sociedad es la que construimos todos y para eso el propósito de una clase política electa sin privilegios y con el honor y desafío de satisfacer las necesidades de la gente por un período acotado, con autonomía de poderes, non normativas claras y un estado alerta para que ninguna pócima, por mágica que parezca, vuelva a marear el sueño de una promesa de campaña, y distanciar tanto el derrotero de una utopía esquiva con la más sencilla y desnuda realidad que nos toca enfrentar a diario y que es a lo que nos debemos abocar sin tanta prisa pero sobre todo que no nos distraiga ninguna pausa.
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