Una vez controlada la terrible emergencia provocada por los incendios en el centro sur del país se deberán volver a levantar las familias y sus hogares, reponer cultivos y animales, reconstruir poblados y localidades, rehacer caminos y ciudades. El pueblo de Chile será capaz de sobreponerse a la tragedia.
Ahora bien, la tragedia no debe volver a ocurrir, ni a las familias y tampoco en el sistema productivo. Chile y la humanidad necesitan que se vuelva a pensar que es lo mejor para reducir el devastador impacto del calentamiento global.
La introducción vertiginosa de la industria forestal redujo drásticamente el espacio y la importancia de la agricultura tradicional y de la economía familiar campesina trastocando radicalmente el ecosistema, gigantescas plantas procesadoras de celulosa y derivados pasaron a engullir en sus instalaciones miles y miles de pesados remolques con millones de toneladas de madera provenientes de extensas plantaciones capaces de captar, agotar y contaminar los cursos de aguas para hacer crecer y expandir la producción que abasteciera los requerimientos e intercambios de la globalización. Así se creó un desequilibrio ambiental insostenible.
Por eso, la explotación del suelo a través de plantaciones de pinos deberá corregirse a un punto que haga posible recuperar el balance ecológico que se perdió, de lo contrario, nuevamente, en pocos años las lenguas de fuego devastarán todo a su paso.
Sin embargo, los megaconsorcios de la industria forestal se opondrán duramente a cualquier medida mínimamente sensata, lo que es esencial para el futuro. Las palabras de sus voceros al Presidente Boric, cuando indicó que eran necesarias regulaciones que protegieran a la población, de inmediato resultaron ser exasperadas y descomedidas.
Muchas veces la ambición desmedida "rompe el saco", como dice un antiguo adagio popular. Hay también criminales pirómanos en la masa enorme de focos incendiarios, pero la ilimitada sed de ganancias, expresada en un tipo de irrefrenable productivismo que atrapó tierra y recursos humanos sin límites, fatalmente se volvió contra sus desmedidos protagonistas y el país en su conjunto.
El antiguo bosque nativo que a lo largo de siglos fue formando capas de humedad en el suelo y cuyo tejido de ramas y vegetales de variadas especies creaban barreras protectoras de los excesos de sol, hasta el techo de sus majestuosos árboles nativos que, junto a su belleza, irradiaban sombras que resguardaban la naturaleza allí concebida, esa milenaria evolución se quebrantó al carecer de los resguardos indispensables ante una explotación intensiva que resulta ser insostenible en su impacto medioambiental.
La causa de la tragedia no es una sola. Reitero que también está la mano criminal de muchos incendiarios de fines inconfesables. Asimismo, habrá más causas que influyen en la tragedia, pero, es insostenible ambientalmente que una hilera interminable de bosques de pino cubra la superficie de varias regiones, si así quedara todo otra vez, como país nos condenaríamos a otra devastación.
Por eso, esta dramática situación debe hacer pensar, el exceso no puede ser virtud, no hay que saturar la naturaleza, las mejores cifras de crecimiento económico deben ser las que se consiguen armonizando el corto, mediano y largo plazo, porque a la postre el peor negocio es la explotación irracional que depreda los recursos que encuentra a su paso.
En consecuencia, lograr el desarrollo es más que crecimiento, es hacer la acción productiva con una voluntad que proteja la vida y la dignidad del ser humano y la preservación de la naturaleza, ese es el gran desafío del tiempo que viene. Si se agota el suelo y liquida el entorno se estará imposibilitando la existencia del ser humano.
Deben florecer de nuevo las especies diversas, juntarse las aguas y recuperarse la tierra y resurgirá la comunidad social que hoy está amagada. Esa perspectiva es posible, sólo hace falta que la ambición de algunos no rompa el saco.
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