La trampa del protagonismo estéril

El bloque de gobierno, es decir, los partidos de la Nueva Mayoría, al no lograr unidad, expresada en una sola candidatura presidencial y un Programa que los represente se han dejado atrapar durante semanas, por un fuerte ensimismamiento y un alto grado de autoflagelación que daña su imagen y proyección política.

La razón es evidente: la fuerza y convocatoria de este bloque está en su unidad. Ninguno de sus partidos es mayoría por separado, pueden alcanzarla sólo si prevalece entre ellos la voluntad de la acción común, al existir ahora diversas opciones presidenciales tienen un escenario dé rivalidades que no vivían desde el mismo Golpe de Estado de 1973.

Al no haber unidad y un horizonte estratégico que agrupe las fuerzas, aparecen esas imperfecciones y yerros que se pueden sobrellevar cuando se potencia una alternativa nacional, que realza las virtudes y no los defectos, evitando pugnas que son odiosas. En el nuevo escenario hay que competir sin confrontarse y evitar un ruidoso, pero disgregante y estéril protagonismo.

Nada es tan virtuoso como el efecto de la unidad, ni las apariencias de las encuestas ni el perfilamiento de cada cual, ni las bondades del carisma de sus voceros y liderazgos. Por muy notable que sea una figura política, la unidad es más fuerte, ella alimenta las ideas y el activismo de campaña.

Cuando la separación o la división se imponen salen a la superficie males crónicos, figuraciones efímeras, cuentas pendientes o apetitos irrefrenables, todo ello en un círculo vicioso que hunde la política y los partidos en la más cruda expresión de sus pugnas de poder. Como se pierde la mayoría necesaria para gobernar se imponen los apetitos de corto alcance y los ajetreos más mezquinos.

La idea que la vía acertada para salir de la crisis es que cada cual avance y crezca por separado, es un espejismo que se aleja del problema de fondo: construir una alternativa viable que tenga una sólida mayoría nacional, que permita gobernar y conducir el Estado. Esa tarea es la fortaleza que dará la victoria.

Una propuesta de minoría, que exalte las diferencias partidistas y se empeñe en validarse con metas inalcanzables no podrá asumir el desafío central de una alternativa de auténtico alcance nacional: la gobernabilidad democrática del país.

Por eso, el valor político de mantener una voluntad de unidad es decisivo, aún cuando se compita en la primera vuelta. El país necesita contar con la seguridad que quienes tomen el gobierno lo harán bien, con visión de país, y que tendrán la capacidad de unificar la mayoría nacional requerida para tarea tan decisiva.

Por ello, los demócratas de centro y de izquierda deben ejercer el pluralismo y la convergencia en la diversidad; encerrarse en sí mismos incita la antigua tentación que es mejor solos que mal acompañados. Esa es una trampa funesta, de un protagonismo autodestructivo que disgrega y atomiza las fuerzas.

La unidad es el mejor aliciente y una vitamina infalible para la anemia y el decaimiento físico y metal, no hay nada mejor que la unidad, por su sólo y probado don misterioso de sumar y no restar, pero se debe cultivar permanentemente. La unidad hay que cuidarla, lamento que en las contingencias del último tiempo, se perdió de vista esa tarea tan esencial.

Hay que rehacer la unidad, mirando a largo plazo. Ninguna fuerza debe ser excluida, todas son necesarias, una Plataforma de Ideas Fundamentales, con vistas a la segunda vuelta presidencial en diciembre, sería un paso efectivo para recuperar la iniciativa y salir del desencuentro que hoy fractura el acuerdo estratégico que se logró entre la izquierda y el centro, haciendo realidad el sueño de  reinstalar la democracia en Chile.

Nada sería tan negativo como que se instalara la regresión social que planifica Piñera, como consecuencia inevitable de la desunión y la confrontación entre los demócratas chilenos, desde el centro hasta la izquierda, en el ámbito cultural, político y social. Hay que evitarlo.

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