La unidad mueve montañas

En esta semana se ha conmemorado un año más de la decisiva unidad política y social que culminó con la victoria democrática del NO, en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988, esencial en la derrota de Pinochet y la reimplantación de la democracia.

En los relatos sucesivos, sobre todo si se narra un triunfo, los hechos se subjetivizan, son  difíciles de captar en toda su complejidad, de modo especial en sus contradicciones, en la manifestación de los polos opuestos que en ardua conflictividad se tensionaron, incluso confrontaron y condujeron, finalmente, al suceso histórico de que se trata, superando los fenómenos que lo condicionaron antes de su irrupción.

En el caso del NO, fue dura esa compleja "lucha de contrarios”, no fue fácil llegar a su "feliz" final. Como en todo hecho de tal trascendencia se corría el riesgo del error, en este caso, debido al control dictatorial que con las dosis de miedo respectivas, se inoculaba sobre la población para asegurar su implantación institucional por tiempo indefinido. Era la apuesta con que el propio Pinochet, ante su aislamiento interno y externo, mantuvo el apoyo de la derecha, perpetuarse con un mecanismo posible de manipular desde el poder.

Los contrarios a la política del NO, tomaron una actitud agresiva y descalificatoria de quienes sostenían que el NO, al derrotar a Pinochet, daba la ocasión de provocar un cambio de rumbo en el país. Su idea era que ello era bailar la música del tirano, caer en una trampa hecha para cazar incautos, pero no tenían respuesta al reto estratégico que significaba la institucionalización de la dictadura.

El riesgo de fraude era un dato de la causa y ante ese peligro lo que correspondía hacer no era cruzarse de brazos, había que impedirlo con un control de los sufragios nunca antes efectuado en Chile. Aun así la manipulación de los resultados y el fortalecimiento que podía obtener Pinochet de un recuento amañado que lo proclamara ganador era un factor que como nube negra amenazaba el escenario nacional.

Era un debate áspero, ya que mucho estaba en juego. Además, un sector social radicalizado en la lucha anti dictatorial, poblacional y estudiantil esencialmente, se mostraba renuente e irritado ante esa nueva perspectiva en el carácter de la movilización de la oposición. Los datos de la experiencia internacional sobre la materia tampoco ayudaban.

Sin embargo, huir del escenario hacía una hipotética rebelión de masas, posterior a la coyuntura plebiscitaria como repudio a un "fraude del tirano" no tenía ningún asidero. Había que reunir las fuerzas y la convicción para imponer la voluntad democrática en el mismo Plebiscito. No bastaba tener razón, una amplia y mayoritaria presión popular era condición necesaria para que esa política lograra romper en su eje el plan pinochetista. Era un cambio esencial, de las calles a las urnas, de las protestas a defender cada voto.

No participar era sin desearlo, "hacer el juego" al opresor, restarse era lo que el régimen esperaba, que la rabia por los abusos de poder y el terrorismo de Estado fuesen causantes de una conducta ciega que coadyuvara al plan pinochetista, cuyas provocaciones apuntaban a que no hubiera lucidez y primaran la ira y el encono. Ante ello, desde la cárcel donde estaba por exigir su derecho a vivir en la patria, el líder Clodomiro Almeyda, insistía en que se debía evitar un "testimonialismo infecundo" que desviara del objetivo principal: derrotar a Pinochet.

Esta brega dura, cruenta, con dolor y rabia acumulada fue el lugar en que ocurrió la reunificación del socialismo chileno. Luego de un largo proceso, en que se mezcló una persecución implacable con fuertes divisiones que habían agotado sus fuerzas, el ancho escenario del NO a Pinochet le permitió recuperar sus raíces populares, reponerse y erigirse en un actor crucial de esa inolvidable batalla por la libertad de Chile.

La experiencia de tantas luchas y su conocimiento profundo de la realidad chilena, formaron en las fuerzas del NO una voluntad inquebrantable: ese era el momento, una ocasión que no se debía perder por ninguna duda o ideologismo pues era irrepetible. Así fue, desde el Chile más profundo brotó tal idea, que alimentó la certeza de millones de personas que querían liberarse de la bota opresora y decidir su propio destino. Una vez creada esa convicción nada pudo detener la victoria del NO.

De otro modo no se explica cómo se interelacionaron dos procesos simultáneos: la ascendente y amplísima inscripción en los registros electorales, doblando los cálculos del aparato dictatorial, así como, el macizo y enorme esfuerzo organizacional de inscripción de los partidos opositores que levantaron el NO (excepto el Socialista al que se aplicó la proscripción del artículo 8' de la versión entonces vigente de la Constitución del 80) como su opción.

También, factor central fue la excepcional capacidad, para unas fuerzas políticas golpeadas a diario por la represión, de estructurar hasta en el último rincón de Chile la red de apoderados, mesa a mesa, que impidió el fraude y tuvo un resultado veraz y en tiempo político oportuno para frenar -como ocurrió- cualquier jugarreta del dictador.

Hay otros aspectos ya conocidos por las nuevas generaciones, gracias a la película sobre el NO y otros relatos, como la calidad de la franja televisiva,  o el acierto y atractivo de las piezas publicitarias ideadas por los creativos de la campaña. En ellas, se consiguió expresar y transmitir la crucial épica que requería esa gesta ciudadana.

En todo caso, nada pudo más que la inédita amplitud de la tarea realizada, la que derrotó cualquier asomo de estrechez o sectarismo. Se generó así una voluntad nacional irrevocable, que llegó también a las jefaturas de las instituciones armadas que dejaron sin respaldo a Pinochet cuando intento desconocer el triunfo del NO en las horas posteriores al cierre del recuento de los sufragios.

Fue una proeza del pueblo de Chile. Se logró construir con amplitud y tenacidad lo que muchos pensaron era imposible. El tirano era derrotado en su propia cancha. Cuando hay realismo en el análisis y fuerza social y política organizada, con visión de país y sin sectarismo, la unidad mueve montañas.

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