La unidad socialista fue primordial

Es sabido que el cruento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, materializado por las Fuerzas Armadas, planificado por la CIA e impulsado por la derecha chilena, inició la ejecución del terrorismo de Estado sin ningún límite moral ni contención institucional, provocando una larguísima lista de víctimas en los partidos de izquierda que apoyaban el gobierno del Presidente Allende. Esa acción criminal significó un costo humano incalculable para dichas organizaciones.

Asimismo, en medio de la trágica derrota, las diferencias políticas que se expresaban en los partidos se agudizaron en medio del dolor y la derrota. En particular, el Partido Socialista de Chile comenzó a sufrir una serie de escisiones, quiebres o divisiones que agravaron aún más las enormes dificultades que el socialismo chileno ya vivía por la implacable persecución del régimen dictatorial.

Después del putsch ultraconservador, carentes de una institucionalidad democrática que permitiera tratar las diferencias y resolverlas de acuerdo a la voluntad partidaria, democráticamente expresada, las diferencias escaparon de control, se constituyeron múltiples orgánicas y el Partido Socialista vio severamente afectada su capacidad de acción. Desde el cruento golpe de Estado en adelante la conducción partidaria dirigida por los compañeros Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas, perseguida sin pausa por la dictadura, fue severamente afectada por la fractura que sufrió la orgánica socialista que, en circunstancias tan adversas, debían dirigir para resistir al fascismo. Esa dispersión daño al conjunto de la oposición democrática.

Los sádicos criminales y torturadores del régimen fomentaban las rivalidades y se reían de la ausencia de unidad. La prensa adicta los aplaudía. Ante los implacables golpes represivos los partidos y organizaciones democráticas no podían presentar un frente o bloque de fuerzas que les defendiera en conjunto de las aberraciones de la dictadura. Aún en tales circunstancias, aplastándose a diario los derechos humanos, el reagrupamiento de fuerzas demoró demasiado en concretarse. Hubo brotes significativos como la formación de las agrupaciones de DD.HH. y de la Coordinadora Nacional Sindical. También fue trascendente el "Grupo de los24", dedicado a elaborar una opción constitucional. Un momento relevante fue la conformación del Comando Nacional de Trabajadores, en los primeros meses de 1983, instancia unitaria que dio el gran paso de convocar a la primera protesta nacional en mayo de 1983.

En el socialismo chileno la ruta hacia la unidad tropezó con enormes obstáculos y graves retrocesos, como fue la división de mayo de 1979, la mayor fractura del PS en ese amargo período que abrió la puerta a otras lamentables escisiones. El daño derrumbó el dogma funesto que indicaba "el partido se fortalece depurándose". Los quiebres que se vivieron solo debilitaron al Partido Socialista.

Ahora bien, en 1983, al calor de las protestas nacionales el socialismo chileno recibió un impulso movilizador y se reactivaron las orgánicas que sobrevivían en la ilegalidad impuesta por Pinochet, después de 10 años resurgía una voluntad democrática de la mayoría, con altos y bajos se fueron creando condiciones para el reagrupamiento de los socialistas y encauzar su responsabilidad política en la transición democrática.

Una decisión clave fue la incorporación de las orgánicas socialistas en la formación del Comando por el NO, el 1 de febrero de 1988. Se daba un paso político fundamental. El dictador buscó su perpetuación legitimándose a través de un plebiscito que estuviera bajo su control. Sin embargo, un gran acuerdo democrático y un despliegue social y organizacional en el país podían impedirlo. Desde las protestas sociales ya no se vivía un escenario en que el régimen hiciera lo que quisiera como cuando instaló, fraudulentamente, la Constitución de 1980.

La unidad de acción del conjunto de la oposición, a pesar de las diferencias iniciales, la potencia y masividad de la Campaña del NO fueron determinantes. En ese clima de unidad y lucha, miles de socialistas se reencontraron en las calles con las banderas multicolores de la opción por el NO, las rivalidades se apaciguaron. Por fin, se materializaba un escenario en que era posible ganar. El 5 de octubre de 1988 el dictador fue derrotado, había fraguado un autogolpe, pero no pudo llevarlo a cabo, los propios militares se apartaron. No obstante, aún faltaba la campaña presidencial y parlamentaria de 1989. Hubo voluntad política y se logró la alternativa para ganar la Presidencia de Chile, pero no se lograron los 2/3 necesarios para las reformas constitucionales que culminaran la transición democrática. Así, Pinochet retuvo una cuantiosa cuota de poder desde la Comandancia en Jefe del Ejército.

Las orgánicas socialistas se reencontraron y convirtieron en una fuerza conjunta a lo largo de ese proceso. La unidad socialista adquirió plena viabilidad. En la etapa decisiva la voluntad política de Clodomiro Almeyda y Jorge Arrate, líderes de las fuerzas socialistas fundamentales, fue un factor decisivo. Luego de las elecciones presidenciales la instalación del gobierno democrático era inevitable, en ese contexto, el patrimonio histórico del Partido Socialista debía proyectarse con su identidad en la transición democrática y no subsumirse simplemente en el seno del PPD, como fue la posición de Ricardo Lagos y otros militantes. El proceso unitario integró, asimismo, a otras expresiones provenientes de las luchas de la izquierda chilena.

En suma, el 29 de diciembre de 1989, con Aylwin electo Presidente, pero, con Pinochet aún en La Moneda, en un salón repleto del Hotel Tupahue se repuso solemnemente la unidad del Partido Socialista lo que permitió la proyección de un actor vital para la estabilidad democrática en la larga transición chilena.

Ahora se revalorizan los 20 años de gobiernos de la Concertación como esenciales para reponer la institucionalidad democrática y lograr progreso económico y social. Pero, en la lucha presidencial del 2009-2010, se implementó una dura descalificación a lo hecho por la Concertación, unos -como Meo y los "díscolos"- falsearon el proceso histórico de la transición con la caricatura del "duopolio", negando la tensa brega política y social de ese período, por su parte, el piñerismo creo el concepto del "desalojo", hablando de "20 años perdidos". Lo que pretendían era cerrar como fuera la etapa concertacionista.

Hoy es imposible negar la trascendencia que tuvo para Chile la transición democrática bajo la conducción de la Concertación, en la que el Partido Socialista realizó un aporte decisivo a la consolidación de la democracia y a derrotar el afán regresivo de la derecha pinochetista. La sangre de nuestros mártires no se derramó en vano. La unidad socialista fue primordial para que las banderas de la izquierda fueran protagonistas del proceso de restablecimiento del régimen democrático. Fue un auténtico hecho histórico.

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