Las almas de la mala fiesta

Ser el alma de la fiesta debe ser una de las experiencias más gratificantes para quien gusta de la buena vida, el vino y la música. Nuestra democracia tenía fecha, hora y lugar para su propia fiesta, una que por cierto nos merecíamos, la Convención Constitucional era la llamada a invitarnos con ágapes y brebajes sanadores y conciliadores, poner una larga mesa donde nos pudiésemos sentar, sobre todo después de ser un país impactado y golpeado por los efectos del estallido social, con su violencia y odio desparramado, y si eso fuera poco, los dolorosos y agobiantes meses de pandemia que sigue asolando al mundo desde 2020.

Esa idea de fiesta cúlmine y estelar de nuestra democracia y sentido republicano comenzó triste y dramáticamente a esfumarse, el glamour y diversión fue mutando en una farra, con una "caña moral" que nos puede durar por décadas, si es que el apruebo se impone este 4 de septiembre. Al poco rato, nos dimos cuenta que no estábamos invitados y que tampoco iba a ser la fiesta prometida. Prontamente esta farra se convirtió en el epicentro de los personajes infumables y odiosos devenidos en borrachines sumergidos de ideas añejas y con actitudes mesiánicas, el olor a la decepción se fue tomando el aire.

Empecemos el recuerdo de los "pastelazos": El big bang de la fanfarronería partió con Elisa Labraña, interrumpiendo el himno nacional en la ceremonia de instalación, ese fue el primer acto expropiatorio de la confianza ciudadana en la Convención, y cuando recién nos recuperábamos de ese primer shock de realidad llegó la revelación de la verdad sobre Rodrigo Rojas Vade, el emperador de los embriagado de mentiras, violencia y engaños que empezaron a pulular desde el 18-0.

Mientras tanto, y ya en un ambiente de ranciedad, comenzaron a aparecer los primeros "curados odiosos", aquellos que al primer sorbo de algún brebaje pierden el sentido de humildad y se dejan encantar por la soberbia. En eso Daniel Stingo se transformó en el campeón del mundo, y como algo natural, la presencia de teóricos de las conspiraciones como María Rivera, con su propuesta de revivir el modelo soviético con asambleas populares, se lleva el título.

Ahora, en este tipo de farras también hay personajes pintorescos (inocuos al inicio, pero dañinos a la larga), disfrazados y representando personajes. A priori, nombres como Giovanna Grandón y Cristóbal Andrade no suenen tanto, pero caracterizados como Tía Pikachú y Dinosaurio Azul vienen rápido a la memoria. Personajes que florecen en los momentos de ocio y vaya que tuvo momentos así la Convención.

La Convención no sólo se dejó llevar por perfomances de disfraces, también hubo espacio para la música, y al son del "PluriChile, es tu cielo azulado'' de Félix Galleguillos (PP.OO) esta farra se seguía consumiendo y dando numeritos, como el circense guitarreo de Nicolás Núñez para ''desformalizar los espacios formales del poder''. Gracias, por tanto. No faltaba más.

El constituyente, ya transformado en un carrete-asamblea universitaria, reportó el arribo de sus alcoholizados filósofos, derrochando soberbia y mesianismo en sus estrellas: Jaime Bassa y Fernando Atria, en loca carrera por ser los nuevos ''Jaime Guzmán''.

En fin, podríamos pasar la tarde entera recordando los numeritos de un par de estos convencionales, pero es hora de llamar al conserje, parar la música y poner orden. Todos quien pretendieron ser el alma de esta fiesta, nos quieren traspasar su caña moral y condenarnos a vivir en ese limbo tóxico. Queremos celebrar, queremos de una buena vez por toda sacarnos esta nube negra post 18-0 y pandemia. Necesitamos una Constitución que nos una y que esté a la altura de lo que nos merecemos. Una fiesta familiar y una fiesta de la democracia plena y no una farra de pocos, para algunos.

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