Es frecuente en ciertos círculos políticos en estos últimos días plantearse una pregunta: ¿Son los republicanos el equivalente en la derecha del Frente Amplio? ¿Son dos caras de la misma moneda? Si bien doctrinariamente se ubican en polos opuestos del espectro político, es innegable que existen similitudes de carácter estructural y funcional entre ambos -acá detectamos al menos cinco- que los hacen compartir ciertos patrones organizacionales y sociopolíticos.
En primer término, la valoración de sí mismos es muy parecida. Es cosa de recordar el tan ponderado y humilde slogan aquel, "solo queda Republicanos", enarbolado con inusitado orgullo por... ellos mismos. De acuerdo a éste, los demás actores políticos fueron eliminados, derrotados o superados moralmente. Nada distinto a la muy mal envejecida frase de Giorgio Jackson, esa de "nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió". Evidente arrogancia, un tanto adolescente, falta de autocrítica y que denota en ambos casos un evidente desprecio por la diversidad.
Luego, ambos surgen como respuestas a coyunturas de crisis de representación en el sistema político tradicional chileno, ocupando nichos insatisfechos por partidos históricos y articulando discursos contra el establishment político. Tanto Frente Amplio como Republicanos se presentan como fuerzas "transformadoras" o restauradoras, ofreciendo alternativas a las coaliciones históricas, y han aglutinado apoyos en sectores sociales descontentos, especialmente jóvenes y sectores urbanos-populares.
También ambos se consolidaron políticamente mediante una fuerte disciplina interna y una marcada cohesión ideológica, en contraste con las tensiones de los partidos históricos, lo que les permitió obtener niveles relevantes de representación parlamentaria en cortos lapsos. En efecto, la expresión draconiana sancionatoria a las disidencias internas es un aspecto común en ambos partidos. Bien lo saben, por ejemplo, Gabriel Boric -expulsado del partido que él mismo fundó- en un bando; y Rojo Edwards y Carmen Gloria Aravena en el otro.
Una cuarta similitud es que ambos se fundan en una narrativa de polarización nacionalista respecto a sus adversarios. Si bien el Frente Amplio lo asocia a valores latinoamericanistas y sociales, y los republicanos a un nacionalismo más conservador, ambos apelan a la identidad nacional como recurso movilizado. Desde la teoría de los sistemas de partidos -Sartori- y de la representación -Mair-, ambos comparten el fenómeno de constituirse en polos antitéticos que contribuyen a una mayor fragmentación y polarización, en un sistema que ha desdibujado el eje centro histórico.
En quinto término, hay en ambos una épica refundacional, un afán de un "nuevo Chile", que quedó gráficamente demostrada durante las dos convenciones constitucionales que respaldaron respectivamente. Y en ambos casos hay un cierto mesianismo de sus palabras reflejada en el discurso de los seguidores y un profundo desprecio a la técnica por sobre el discurso. No por nada los "estudiantes en práctica" de este gobierno parecen haber reprobado de acuerdo con la opinión pública, y caben razonables dudas del éxito de un gobierno dirigido por Republicanos, con escaso conocimiento del Estado.
De alguna forma, ambos se necesitan. Ambos coexisten de una forma extraña y asociativa de dependencia. Desde la perspectiva teórica del antagonismo político, puede desprenderse una especie de "necesidad simbiótica" en el plano discursivo entre partidos como Republicanos y Frente Amplio, aunque no en un sentido de cooperación, sino de construcción de identidad. Laclau y Mouffe, ya lo saben los frenteamplistas, afirman que la identidad de un bloque político se fortalece frente a la existencia de un "otro antagónico".
No sería riguroso decir que unos sean la copia de los otros. Pero sí que existe es una relación de dos caras de una misma moneda, que se potencian entre sí, mirando -paradojalmente- a La Moneda. Se necesitan. Se requieren. Sus enemigos no declarados explícitamente están a sus costados, más que al frente. Eso explicaría por qué el Presidente Boric vuelve a ser Gabriel, el jefe de la barra brava, para desafiar a José Antonio, quien le responde como un par. Tal vez pretenden, en un pacto no declarado, ser los puentes de, según sus cálculos, las recíprocas y eventuales -imaginarias hasta aquí- reelecciones presidenciales, excluyendo a sus respectivas competencias proclives al centro.
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