Hay momentos en que la política se llena de humo. Y me parece que, en Chile, ese humo tiene nombre: las encuestas. No hay niebla más densa que la de los números fabricados para orientar el ánimo de un pueblo. Desde hace años se han convertido en el instrumento predilecto de quienes confunden el arte de gobernar con el arte de manipular. No buscan conocer la verdad, sino fabricarla.
Ya lo vi antes: lo hicieron contra Ricardo Lagos, cuando, a fuerza de repetir cifras amañadas, lograron erosionar su posición y su apoyo electoral. Hoy repiten el rito en forma contumaz. El procedimiento es siempre el mismo: una encuesta llena de vacíos metodológicos se publica, sin transparencia sobre su financiamiento ni sobre su efectivo margen de error. Al día siguiente, los mismos opinólogos -tan dueños de la palabra como carentes de pudor- la repiten en los matinales, en las radios, en los diarios. El mensaje se instala, se propaga como humo por las rendijas de las casas: "Ella no gana en segunda vuelta". Y así, la profecía busca cumplirse a sí misma.
Siempre me ha parecido grave esta costumbre de tratar los números como oráculos. Las encuestas no describen la realidad: la alteran, en el sentido que son por definición una parcialidad y una simplificación de la realidad, pero la condicionan. No existe en Chile una regulación seria de este negocio que mezcla poder y dinero. ¿Quiénes las financian? ¿Algunas empresas? ¿Candidatos con recursos? No hay auditoría pública, ni sanción cuando se miente. Y mientras tanto se distorsiona el voto, se empobrece la deliberación, se degrada la voluntad ciudadana.
No es un error técnico: es una enfermedad moral. Y como toda enfermedad de esa índole, no se cura solo con leyes, sino que conciencia. Al final, la única defensa posible es cívica: no dejarse usar, no votar con el miedo ni con la resignación. Respirar por encima del humo. Mirar más alto.
He aprendido que las encuestas no miden lo que importa. No miden los barrios, ni las conversaciones en las ferias, ni la dignidad silenciosa de quienes no son parte de los paneles de opinión, ni a los que por temor tiene guardada y bien guardada su opción. Su papel en el proceso puede incidir en el resultado de la elección, aunque en este caso es más difícil la manipulación porque la verdad es que el resultado de segunda vuelta está totalmente abierto, aunque lo nieguen los fácticos y traten de crear una falsa sensación de triunfo anticipado.
Entre tanto ruido hay un hecho inocultable: una militante comunista ganó una primaria y su triunfo fue reconocido sin objeción alguna. Jeannette Jara enfrentó el ninguneo, el prejuicio y la desconfianza no solo de la derecha, sino también de una parte de su propio mundo político. Muchos la dieron por perdida desde el comienzo. Y me pregunto: ¿No les suena esa vieja pregunta -tan revestida de aparente inocencia- sobre si el país "está preparado para tener una Presidenta mujer"?
En nuestra democracia, ¿una militante del Partido Comunista puede ser Presidenta? ¿O el país tampoco está maduro para eso? Es la misma objeción, el mismo prejuicio, solo que ahora en clave política en vez de machista. Pues bien: ella no solo estaba preparada. Preparó al país para mirarse sin complejos. De sus conflictos partidarios salió airosa, mostrando algo que ningún focus group mide: carácter.
Ese fuego amigo, que para otros sería ruina, para ella fue prueba. Y la pasó con la mejor nota. Porque no pertenece al elenco estable de la clase dirigente -y justamente por eso conecta con la gente que vive fuera de ese club cerrado donde se repiten los cargos, los apellidos y los discursos-. Jeannette Jara no debe favores a nadie. No depende de grupos económicos ni de familias políticas. Es transparente, idealista, firme. Representa un tipo de liderazgo que este país no ha tenido: una presidenta que viene de abajo, que sabe lo que cuesta vivir y que no teme decir lo que piensa.
¿Qué necesita Chile? Una mano firme contra el narco y el crimen organizado, sin duda. Con fuerza, sí. Pero también alguien que nos gobierne con justicia, con inteligencia, con madurez y con cariño. Chile no necesita un general de las SS. Necesita a alguien que una al país, que lo acoja y que lo proteja como lo haría una madre con su familia.
A veces me asombra lo que ella ha hecho en tan poco tiempo. ¿Recuerdan cuando los opinólogos, hace apenas un año, repetían que la distancia entre Matthei y el resto era "irremontable"? ¿Qué sucedió entonces? Que, sintiéndose ganadora, la derecha tradicional se dejó estar, convencida de que ninguna de sus banderas peligraba. Y así fueron devorados por sus propios aliados más radicales. Eso, en nuestro idioma político, se llama "comerse la color".
Como si el espectáculo no bastara, se abrió de golpe un gran paquete de regalo en cuyo interior estaban -y debieron mostrarse- los exconcertacionistas-piñeristas que hace rato habían cruzado el Rubicón, pero de noche. Les llegó la hora de la fotito, de la listita, de la entrevista justificadora. Allí estaban, sonrientes, reacomodándose al sol del poder que creían eterno, explicando con el mismo aplomo de siempre por qué lo "razonable" era resignarse. Pero el país los miró y entendió que ya no representan a nadie. Porque, más allá de la anécdota, se desinflaron.
Todavía buscan ese "voto de centro" que, lo he dicho mil veces, no existe en un país polarizado. Mientras lo buscan, Kast y Kaiser se los devoran. Porque la mayor parte de la derecha chilena piensa como Kast y Kaiser, no como Matthei. La derecha tradicional quedó atrapada en su espejismo: la nostalgia de un país jerárquico, clasista y obediente. Y cuando ese país desapareció, no supieron ofrecer nada más que miedo.
Pueden seguir buscando el voto de centro; lo único que encontrarán será su propio extravío. Y da igual cuántos exministros hayan cruzado el Rubicón: no aportan nada salvo arrogancia y desconexión. Jeannette, en cambio, no buscó un voto inexistente. Fue directamente al encuentro de los ciudadanos, en sus barrios, plazas, trabajos, universidades, ferias, regiones. Recorrió todo Chile buscando apoyo en el pueblo, que es lo que hacen los demócratas. Mientras otros calculaban porcentajes y estrategias, ella miraba a los ojos a la gente y escuchaba sus historias. Por eso su candidatura creció: no la empujaron los números, la levantó la esperanza.
Recuerdo ese emplazamiento casi burlón: "¿Cuántos economistas tiene Jara?". Conocimiento, capacidad y experiencia hay de sobra. Y si gana, le sobrarán quienes hoy la miran con desdén. Pero eso no importa, porque lo que no se compra, ni se vende, ni se arrienda, es la dignidad y la consecuencia. Y eso vale más que mil economistas de manual, de esos que ya deben estar buscando la excusa para pasarse a Kast, convencidos de que apostaron mal.
¿No decían acaso que había que votar por Matthei para que no saliera Kast? Será penoso verlos ahora intentar la cuadratura del círculo, buscando la coartada intelectual que les permita apoyar al mismo que antes decían temer. La historia, que no se burla de nadie pero siempre ajusta cuentas, los pondrá frente al espejo de sus propias excusas.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado