Lo que el viento se llevó

Jaime Maldonado
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Los políticos jóvenes ya aprendieron lo necesario como para que, cuando critiquemos a los viejos, ellos también estén dentro de la misma bolsa.

No ha pasado mucho tiempo desde aquella primavera en la cual repentina y espontáneamente surgió una hornada de jóvenes visionarios, idealistas, que irrumpieron en el escenario político.

No sólo traían nuevas e interesantes ideas, sino que además, prometían limpiar las peores lacras de los viejos políticos. Prometían aunque no lo dijeran expresamente, con su sola y diáfana actitud ante las cámaras, con una manera rapidísima de hablar, como temiendo que le pudieran quitar el micrófono, que ellos jamás caerían en esas malas prácticas, prácticas que a nosotros nos tienen tan crispados.

Jóvenes estudiantes de liceos, periodistas, sociólogo, académicos, pobladores de lejanas regiones. Surgieron como las flores del desierto después de aquellas copiosas lluvias, mostrando que todo lo inerte vuelva inexorablemente a la vitalidad. Todos ellos pusieron en jaque a las autoridades con su voz tolerante, pero tenaz; con la voluntad de estar al frente de las movilizaciones, alejados de toda componenda partidista, todos ellos nos crearon la ilusión de que la primavera traería el florecimiento republicano que tanto anhelamos.

Tantas bellas palabras, tantas frases de esperanza, no fueron más que lo que el viento se llevó.

Cuán rápidamente llegaron esos jóvenes a ser viejos; atrapados en las marañas, abducidos por la maquinaria del poder, por las componendas y las consabidas ambiciones, los conciliábulos de pasillo, los favores, las prebendas y vicios parecidos. Uno de ellos se vio embelesado con tantos recursos a la mano, que los empezó a repartir a sus familiares.

Otros olvidaron que, siendo estudiantes, andaban en buses y desfilaban por las calles, con su mochila a cuestas, aunque lloviera; los periodistas, conocieron la infamia desde abajo, lo que se habla off the record, los secretos que se traman entre gallos y medianoche; en fin, los pobladores, conocieron el sufrimiento de los desvalidos, y aún con este origen arraigado en la pobreza y el clamor de los que no tienen voz, cayeron en la vorágine consumista usando vehículos inexplicablemente costosos.

Se mostraron intolerantes a las tradiciones ceremoniales, al protocolo de los ritos republicanos; (llevaron a sus bebés a las sesiones parlamentarias), trajeron un lenguaje un tanto soez a las discusiones parlamentarias y así, introdujeron una cantidad de cambios informales.

Y para colmo, el show final: una espeluznante contienda por ganarse cupos parlamentarios. ¡Ya no se toleran ni ellos mismos!

Sí. Lo que el viento se llevó  tan rápidamente fue nuestra ilusión, porque ellos nunca van a hacer lo que nosotros creíamos que harían. Ellos ingresaron a la arena política que funciona con sus brutales leyes de facto. Son juegos de guerra sólo para valientes. Hay que proceder de la única manera que se pueden equilibrar los poderes: con más poder que paciencia, con más fuerza que inteligencia, con más sagacidad que corazón.

No faltará quien diga que ni siquiera es culpa de los jóvenes, porque ellos son idealistas, generosos, inteligentes, aunque ingenuos, como toda la gente bien intencionada.

A final de cuentas, han pasado a formar parte del problema en lugar de la solución; sin embargo, no está todo perdido puesto que ellos han abierto una puerta.

Han demostrado que ciudadanos comunes y corrientes, con decisión y valentía, pueden poner en jaque a la jerarquía política, al poder de facto y darnos un nuevo aire. Ya vendrán más y algún día podrán todos ellos, alcanzar la masa crítica suficiente para desarticular el sistema y el desierto se convertirá en una tierra pródiga y generosa.

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