La actitud del Gobierno, exigiendo respuestas inmediatas desde la derecha respecto a un acuerdo para un nuevo proceso constitucional, refleja que en la coalición gobernante la reflexión respecto a los resultados del plebiscito ha sido más bien pobre e insincera. Parecen no se darse cuenta de que el 4 de septiembre la ciudadanía le dio un portazo a lo que se proponía como un modelo para Chile y una herramienta para el programa de gobierno. Es tal la ceguera, que incluso pretenden presionar un acuerdo a base de los mismos mecanismos que en parte incidieron en el fiasco constituyente y que incluya el proyecto que fue rechazado de forma rotunda hace pocos días.
Es tan pobre la reflexión al interior del bloque oficialista que en ningún caso se considera que lo errado podría ser lo que ellos proponen o presumen adecuado para el país. Peor aún, en un claro paternalismo, parecen presumir que su equivocación sería simplemente estar mal situados en el tiempo. Es decir, el querer ir más a rápido y a la vanguardia de una sociedad (¿Retrógrada y conservadora?) que no les sigue el ritmo.
Es tal la arrogancia de la izquierda radical, que presume erróneamente que la eventual necesidad de una nueva Constitución se liga directamente con las perspectivas ideológicas que ellos ofrecen para Chile. Pero, que la sociedad chilena quiera cambios no significa que quiera seguir las pautas ideológicas que la izquierda, que representa el Frente Amplio y el Partido Comunista, ha abrazado.
El patrón arrogante de la vanguardia versus el pueblo pastoril se ha hecho visible en varios puntos y declaraciones. Por ejemplo, en la propuesta de acuerdo que hizo el Frente Amplio días atrás. En ésta intentan repetir mecanismos que entre otras cosas dieron origen a ese tercio intransigente conformado por el Partido Comunista junto a la mal llamada Lista del Pueblo y los escaños reservados (esos supuestos líderes indígenas en exceso sobrerrepresentados). Una mezcla así se debe evitar a toda costa si se quiere realizar un proceso adecuado.
Debido a que la derrota la ven como un error de lectura de la ciudadanía, por no comprender las bondades de la propuesta y haberse dejado engañar por el Rechazo, la derecha, los medios, los empresarios y un largo etc., entonces no encuentran nada mejor que proponer, bajo la excusa de establecer mecanismos de participación y difusión, supervisar a la ciudadanía en la conformación de sus opiniones. O sea, como presumen que la ciudadanía es ciega en cuanto a comprender sus intereses, plantean ponerle un lazarillo. Una sutil forma de menospreciar al pueblo. Una arrogancia brutal de la que han hecho alarde varios votantes del Apruebo en redes sociales desde el mismo día 4 de septiembre.
Detrás de la propuesta hay un intento claro de retomar el control de un proceso constitucional que presumían bajo su absoluto dominicio. El triunfalismo era tal que llevó a algunos de sus voceros, como Vlado Mirosevic, a desdeñar durante semanas de quienes habían optado legítimamente por el Rechazo. Los trataron de todo. Jaime Bassa incluso, en una especie de acto fallido, el mismo día del plebiscito habló del retraso. Claro, esa mañana del 4 de septiembre se creían absueltos por la historia, vencedores absolutos. Pero como la gente no votó como ellos querían, como el Gobierno quería y la izquierda radical quería, asumen que eso se debe a que los votantes fueron engañados. Y entonces, para arrear las ovejas nuevamente por el buen camino, nada mejor que sea el gobierno, uno de los grandes derrotados del plebiscito, el que pastoree a los ciudadanos hacia las buenas y sanas decisiones electorales. Paternalismo puro.
No hay que ser ingenuos para ver que el afán, desde el Frente Amplio y el PC, por apurar un acuerdo presionando a la derecha, tiene como objetivo aminorar la derrota apabullante sufrida en el plebiscito para no perder el control sobre un proceso en el cual se presumían amos y señores. Ello explica que el gobierno quiera estar metido en un acuerdo que compete a los miembros del Congreso. Es que en el fondo no quieren que se les escape de las manos la oportunidad de imponer una constitución ad hoc a sus afanes ideológicos.
En otras palabras, el apuro no es por darle estabilidad a Chile como dicen, sino por agarrar el timón de un proceso que se les soltó de las manos cuando el Rechazo ganó con notoria ventaja, la noche cuando Chile separó de forma notoria la necesidad de una nueva constitución del programa ideológico y político que la izquierda radical y octubrista quería imponer en la República.
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