Ignoramos si aún se canta en nuestros colegios y escuelas la famosa tonada compuesta por don Donato Román en 1935, conocida como "Mi Banderita Chilena". De cualquier manera, estamos seguros de que esa canción, que alude a nuestro azul del cielo, a la nieve de las montañas y al rojo del copihue y de la sangre araucana, aún remece al niño que todos llevamos dentro.
Recordar esa canción, además, sirve de verdadero exorcismo en contra del repugnante acto de ultraje a nuestra bandera ocurrido en un acto anunciado, financiado y publicitado por el alcalde Jorge Sharp y comandos del Apruebo a la nueva Constitución (NC) en Valparaíso, cuando un integrante de un conocido grupo de transformistas procedió a dejar su trasero al aire, desde el cual extrajo nuestro símbolo patrio. Lo bizarro y aberrante del hecho lo convirtió en noticia nacional e internacional.
Es cierto que el acto recibió el repudio de los principales representantes nacionales de aquella opción. Sin embargo, no podemos olvidar el elocuente silencio que éstos mantuvieron durante meses ante numerosos actos de desprecio y humillación a nuestros símbolos patrios (incluyendo uno igualmente repugnante, en el cual participaron los mismos transformistas). El proceso constituyente posterior también destacó por la virtual ausencia de nuestro pabellón nacional, siempre reemplazado por la supuesta bandera mapuche -que, en realidad, es un invento de los años '90-, o por versiones adulteradas de nuestra bandera como la bandera negra o, en el último acto del apruebo en Talca, una bandera con la estrella mapuche en vez de la estrella solitaria. Incluso la portada del propio texto oficial de la NC presenta una extraña versión de la bandera nacional dividida en pequeños y desiguales cuadritos, reflejando plásticamente la intención de trocear nuestro país en innumerables regiones y comunas autónomas, autonomías indígenas, territorios especiales, etc., y en otras incontables categorías étnicas.
Por esto, sería ingenuo considerar a este escándalo porteño como una "excepción" a la tónica octubrista que ha caracterizado a todo el proceso constituyente. La izquierda que lo originó y lo conduce quiere hacer desaparecer al país tal como lo conocemos, para reconstruir una versión del mismo tan deteriorada y de mal gusto como el sumidero lleno de grafitis en que el alcalde Sharp ha convertido al pobre Valparaíso. No estamos sino ante una versión postmoderna del internacionalismo propio de la extrema izquierda, que desprecia los sentimientos patrios para extender por sobre nuestro continente, como una mancha de aceite, un paraíso bolivariano e indigenista.
Tomemos nota de ello y actuemos en consecuencia. Es cierto que hay muchas cosas que mejorar en Chile -en este valle de lágrimas, siempre hay muchas cosas que mejorar-, pero la NC no es más que el camino a una interminable y decadente performance apruebo-indigenista. Por nuestro país, nuestra familia y todo lo que nos es más querido, rechacemos ese demencial camino. Y que nuestros hijos y nietos puedan seguir cantando: "flameando siempre serena, mi banderita chilena...".
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