Migración en Chile, la ilusión de una falsa promesa

Las secuelas de la pandemia del Covid-19, un duro rebrote de la pobreza y una terrible cantidad de fallecimientos han disminuido durante algún tiempo el dramático impacto de la migración hacia Chile de miles de familias latinoamericanas, que transitan o caminan miles de kilómetros en un desesperado esfuerzo para ingresar al territorio nacional.

Se trata de un fenómeno de una magnitud inédita, los datos oficiales recientes indican que este flujo migratorio integra 1 millón 400 mil personas a la comunidad nacional. Hay quienes piensan que esas cifras están bajo la realidad. Como sea, es un desafío sin precedentes para el Estado de Chile.

Hasta ahora la autoridad balbucea ante un torrente humano que supera con creces la respuesta que ha formulado como gobierno, cuya orientación principal es mediática, hechos bombásticos, como filas con centenares de personas exhibidas con menoscabo de su dignidad en publicitadas expulsiones aéreas del país.

Pero, mientras son exoneradas de ese modo centenares de personas, unas decenas de ellas con antecedentes delictuales que lo justifican y otras indeterminadas que son injustamente desterradas, cuando eso ocurre y la burocracia estatal se fotografía sonriente ante esa falsa solución, por dificilísimas y remotas vías fronterizas son muchísimas más las familias que ingresan, según los propios datos recién entregados por el Ministerio del Interior.

A nivel continental, los gobernantes demostrando una vez más su inoperancia e ineptitud no tienen la voluntad de llevar a cabo la interlocución necesaria para formular una respuesta conjunta de los Estados y países comprometidos. Aún más, Piñera para agraviar a Maduro prometió puertas abiertas a la migración venezolana y no ha hecho más que intentar -estérilmente- cerrarlas y luego se victimiza por su descrédito.

Ante la fría incapacidad gubernamental se produce el cruce de la frontera por los extenuados migrantes en apartadas zonas desérticas, en medio del frío nocturno y el clima inhóspito del día. El riesgo de las familias se acentúa ante el engaño de las bandas mafiosas que hacen de la muerte y la desolación en la montaña desértica un lucrativo negocio.

Luego en diversas ciudades del norte, como Iquique y Antofagasta, las plazas, los bandejones de autopistas y terminales de buses se convierten en campamentos, frágiles e insalubres, que pasan a ser el sitio de hospedaje de esas familias desesperadas. Una calamidad pública de la cual el país toma conciencia en forma parcial, pero que desconoce globalmente.

No cabe duda que las condiciones de vida de esos millones de migrantes debieron ser angustiosas, así es la situación de Haití, como también de otros países distantes miles de kilómetros, en Venezuela o Colombia, o de vecinos como Peru o Bolivia, un jefe o jefa de hogar no se lanzará a la carretera a extenuarse caminando o arriesgarlo prácticamente todo si no es por una situación extrema.

En el caso de la comunidad haitiana, a las tramitaciones burocráticas y tribulaciones económicas, se suma el racismo y la violencia policial contra personas de cuerpos negros lo que agudiza la discriminación en su contra. Ese menoscabo, a su vez, favorece la super explotación que agobia a sus miembros determinando su inserción laboral en pésimas condiciones, como mano de obra barata que cae en manos de quienes lucran con la super explotación de sus trabajadores.

Sean los crímenes del narcotrafico, los abusos de autoridades despóticas o la pobreza congénita de sus naciones, sólo la angustia de no poder vivir en una vida insoportable puede hacer que una persona tome una decisión tan radical, como es abandonar el suelo materno y... andar y andar en la incertidumbre... por autopistas interminables o rutas desconocidas.

En algún momento de la jornada, ese hombre o mujer, alerta ante tantos peligros, agotado hasta lo indecible, piensa que en Chile hay una esperanza, eso le servirá para reponer algo de energías y seguir bregando, en esa marcha interminable...

Sin embargo, al llegar a Chile la tragedia continúa. El sueño se desvanece. No hay la menor voluntad del Gobierno de asumir esta crisis humanitaria que no sólo golpea la puerta sino que ya ingresó al país y está instalada a lo largo y ancho del territorio nacional. En esta crisis humanitaria, el Gobierno de Piñera sigue en lo mismo: "vamos a seguir con las expulsiones", declaró esta semana el ministro del Interior.

Cómo tantas veces ocurre, la tragedia de miles de familias es usada para operaciones comunicacionales en que la autoridad pretende lucirse frente a las cámaras sedientas de morbo, al final, lo que exhiben no es más que su pereza intelectual y la ausencia absoluta de una política de Estado que de cuenta del problema de fondo.

No le deseo mal a nadie. No importa el cargo. Que nadie tenga que pasar hambre y sed agobiado en una carretera sin recursos, a la espera de un mafioso que lo lleve a lo desconocido, llevando consigo esposa o esposo, hijos e hijas de corta edad, expuestos a las peores consecuencias, personas inocentes en la autopista o en la pampa con la angustia de la incertidumbre y el miedo en los huesos que no les abandonará la vida entera. Que a nadie lo dejen indefenso y caiga con el corazón reventado en un despoblado sin opción alguna de sobrevivir. Que a nadie le pasen las calamidades que afligen al migrante, pero que ese "nadie" alguna vez escuche...

Que cruel es la irresponsable incapacidad de los gobernantes en estas amargas circunstancias. Es lo que acontece cuando detentan el poder aquellos cuya mente se mueve por el volumen de sus ganancias y no por el bienestar de sus naciones.

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