"Un fracaso". Así se refirió el gobernador Mundaca a la desoladora e indolente gestión de reconstrucción del incendio de Viña del Mar, Villa Alemana y Quilpué de 2024. Y es que pasado un año de la tragedia, las cifras son pavorosas: De las 7.236 viviendas destruidas, solo se han otorgado 53. De los 5 mil millones destinados al fondo de emergencia para la reconstrucción (FET), sólo se han ejecutado $13,8 millones (0,3% del total). El gobernador de Valparaíso y la alcaldesa de Viña del Mar -ambos del Frente Amplio- le echan la culpa al Gobierno -también del Frente Amplio-. La ministra a cargo de la reconstrucción -del Frente Amplio- le echa la culpa al Gobierno que ella representa. Una pelotera de acusaciones entrecruzadas incapaces de ocultar lo indesmentible: En los hechos, el Gobierno de Chile ha abandonado a las 21 mil familias afectadas, generando frustración e incluso más muertes -según la alcaldesa de Quilpué, ya van 18 suicidios post incendio-.
¿Se podría haber hecho distinto? Hace 15 años padecimos un terremoto que arrasó con 7 regiones, afectó al 75% de la población y dejó un saldo de 521 víctimas fatales, 370 mil viviendas afectadas y un costo de USD $30.000 millones. A los 2 meses, los más de 2 millones de alumnos afectados pudieron retomar sus clases, interviniendo 654 escuelas. A los 4 meses, 22 mil familias recibieron subsidios habitacionales y se entregaron 80 mil viviendas de emergencia. A los 6 meses, el 96,4% de la infraestructura afectada se encontraba operativa (incluyendo 9 aeropuertos, 1.554 kms. de caminos, 211 puentes, entre otros).
Cinco años atrás sufrimos otra catástrofe mundial. La pandemia del Covid-19 contagió a casi 800 millones de personas y tomó la vida de casi 30 millones, incluyendo 58.502 chilenos, con dramáticas consecuencias en pobreza, educación, salud mental, economía, entre otras. Al mes de su llegada a Chile, ya se habían aplicado medidas sin precedentes: cierre total de las fronteras, gestión digital de permisos (Comisaría Virtual), interacción total del sistema de salud para ampliar su cobertura, entre otros. A los 10 meses, y compitiendo con 194 países, Chile inició su exitosa campaña de vacunación, asegurando 3 dosis para toda la población (66.864.900 dosis administradas), siendo catalogados como el mejor país para pasar la pandemia del mundo en diciembre de 2021, según Bloomberg.
A esto podríamos sumarle la implementación en tiempo récord de la más robusta política social de nuestra historia para mitigar las consecuencias de la pandemia, con USD $33.700 millones transferidos a familias y pymes (10,6% del PIB), y la implementación de una contundente cartera de inversión pública (USD 34.000 millones), llevando a nuestra economía a la mayor expansión de su historia (12%) durante el 2021.
Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué antes se pudo y ahora no? ¿Qué cambió? El 2010 y 2020 estuvo el mismo equipo y presidente de timonel. Uno que no necesita estatuas para reconocer el tremendo aporte que hizo en la vida de tantos. Un grupo que entendió que cuando se está al mando, las palabras sobran y las acciones urgen. El 2024, en cambio, a quienes denostaron su gestión, solicitaron su renuncia y se llenaron la boca con el "mal gobierno de Sebastián Piñera" les tocó gestionar su primera -y esperemos última- catástrofe, viéndose enfrentados a lecciones que esperemos nunca olviden: Que la ideología es inerte frente a las emergencias; que el acuerdo, y no el puño en alto, es la única manera de gobernar; que la revolución es atractiva para los megáfonos pero muy inútil para dar soluciones; y que siempre son los más pobres los que pagan los platos rotos de la incompetencia de sus gobernantes.
Y es que no da lo mismo. No es baladí quiénes dirigen nuestro barco. No es lo mismo tener dirigentes preparados que hacen la pega o tener otros que explican, aclaran, apuntan con el dedo pero no resuelven. Dejar el Estado a la suerte de la olla tiene costos muy profundos. Necesitamos gente preparada y comprometida que pueda hacerse cargo de liderar un Estado que esté verdaderamente al servicio de las personas y que no le tiemble la mano ni le falten las horas para secar la última lágrima de este territorio dolido.
"La diferencia entre un sueño y una misión está en la voluntad, coraje y compromiso con que asumamos esta misión", decía el gobernante que recordamos a un año de su partida. Es hora que los sueños de un país mejor se hagan carne en proyectos concretos en beneficio de las familias, especialmente de las más necesitadas. En este año electoral, ¿tendremos el coraje de asumir este desafío? ¿Si no somos nosotros, quién lo hará? Porque cuando se trata de algo tan importante como la gestión del Estado, no da lo mismo. Pregúntenle a las familias de Viña. Nunca da lo mismo.
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