Nosotros, los rubios

La victoria política y electoral del Presidente electo Sebastián permitió apreciar, después de la champaña y el papel picado, la desencajada y soberbia cara de una parte de la izquierda.

Es humano y comprensible actuar erráticamente cuando la derrota ha sido estrepitosa y por sobre todo impensada. Apenas hace cuatro años, tras el liderazgo traído del Olimpo neoyorkino de Bachelet, las banderas de una flamante Nueva Mayoría ondeaban orgullosas y altivas, como esos temibles ejércitos medievales que no dejan nada a su paso y no dejaban prisioneros. Hace solo tres años Peñailillo, Elizalde, Eyzaguirre y Arenas asomaban como una renovación cabal de la política que no solo prometía gobierno por muchos años sino refundar Chile eliminando todo vestigio del modelo, ante la sombra de una derecha derrotada, diría auto derrotada, y descafeinada.

Hoy en cambio, ante la cruda derrota, buscan con amargura y en voz baja un culpable, responsabilizando como los malos equipos al estado de la cancha, al árbitro o a la altura en lugar de concentrarse en el juego de su equipo.

Algunos miran al Frente Amplio, tal como lo hicieron con Marco Enríquez-Ominami el 2009 y los responsabilizan de la falta de unidad del sector.

El propio Guillier, quien aun no parece entender cómo perdió, señala que el problema era el miedo que la derecha infundió en la sociedad. Los más radicalizados, como se aprecia en redes sociales, responsablizan a quienes creen deberían ser sus votantes y que no habrían estado a la altura. Así surge la queja contra el “facho pobre”, el “desclasado” y contra la “falta de conciencia de clase”.

Tres ejemplos representan esa forma de enfrentar la derrota. El primero, un comentario de la diputada comunista Karol Cariola, quejándose incomprensiblemente del “exceso de rubios” en Recoleta que habrían llegado a alterar la normalidad de la elección. El segundo, una actriz que se burlaba diciendo que “no porque voten por Piñera los van a invitar al Club de Polo”. El tercero, del también diputado comunista Hugo Gutierrez, que se quejaba lastimosamente de los “pobres votando por la derecha facha”, y acusándolos de idiotas, citando a Facundo Cabral.

Es fácil entender la amargura tras las palabras de gente como Gutiérrez y de Cariola, pero difícil compartir su diagnóstico. Piensan, en su fuero interno, que los “desclasados”, los pobres o de clase media menos acomodada que votaron por Piñera son unos desagradecidos, que no aprecian todo lo que les han dado. Ese desprecio por lo popular y ese odio a aquello que no les es propio parece ser parte del pensamiento no declarado de una porción integrante de las elites de la izquierda.

Ya sea sentados en la terraza del Liguria o tomando una cerveza en algún local cercano a Plaza Italia, pareciera que la izquierda no comprende adecuadamente por qué este País fue tan injusto con ellos, por qué el pueblo no les reconoce sus innumerables virtudes, por qué prefieren al “fascismo” antes que a los "demócratas”. En suma, parecen no entender que algo cambió.

No entienden por qué RN sea el partido más grande de Chile y qué Chilevamos y no ellos sea la coalición más grande del país. Y lo que es peor, no pueden comprender por qué hay gente como nosotros, idiotas según Gutiérrez, que votamos por la centro derecha con orgullo.

Y así como tampoco lo hicieron el 2009, hoy no parecen querer preguntarse en serio por qué perdieron. La Concertación se ahorró el trabajo de replantearse sus errores, ocultándolos tras figura de Bachelet.

Esa es, en principio, una de las claves de la victoria de la centro derecha: se hizo la pega tras la derrota del 2013, se cuestionó a si misma, emergieron voces disonantes de políticos e intelectuales criticando el pasado, brotaron tendencias nuevas, se sinceraron posturas y se dejó de lado por fin al nefasto cosismo y a esa tan penosa lógica despolitizada, sin contenido y que solo solucionaba “problemas reales de la gente” sin contenido. Anita Tijoux, con ironía, le cantaba a fines de los noventa a aquel “personaje que repartió las encuestas / y dice que a cada una le tiene su respuesta.”

Entonces, adelantándonos a la discusión que la extinta Nueva Mayoría quiere esquivar, la pregunta de fondo a hacerse es ¿por qué perdieron al centro?

Es posible que la izquierda, así como la más soterrada extrema derecha, no consideren la existencia del centro como un factor real. Pero ahí está. Es ese 1.1 millón de votos que la DC perdió en estos 24 años. Son esas personas que en segunda vuelta se volcaron a votar masivamente por el Presidente Piñera. Es esa gente que, manejando un Uber o reduciendo costos por la cesantía, hoy resiente su situación y presiente que los “tiempos mejores” podrían ser ciertos con la centroderecha.

La más sensata explicación posible consiste en entender que el problema no serían precisamente los rubios ni la ingratitud popular. El problema es que la centroizquierda olvidó el gran secreto de su éxito por años: la clave era mantener a la extrema izquierda controlada pero afuera del pacto.

Al ingresar el PC en la Nueva Mayoría y al permitirse que existieran voces extremas en una coalición de centro izquierda, estas - tal vez sin quererlo - parecen haber dedicado más tiempo en cobrarse una revancha por el rol de la DC en 1973 que en pensar en el 2018.

El costo que pagaron para ello es alto, perder el gobierno y ceder terreno al Frente Amplio, quienes hoy tienen todas las herramientas posibles para debilitarlos definitiva y significativamente Arrinconaron al centro de tal modo que llegaron al punto de asfixiarlo. Por ejemplificarlo la DC no puede ya seguir siendo parte del mismo pacto con el PC no solo porque no tengan propósitos en común sino porque no tienen nada que hacer en ese pacto salvo perder electores. 

Sumando y restando, en términos del ajedrez, la izquierda regaló a la Reina y puso en riesgo al Rey en una jugada que le costó el jaque mate a sus aspiraciones. 

Y mientras más se demoren en darse cuenta de los errores cometidos, más alto es el riesgo para ellos de seguir perdiendo partidas… incluso contra nosotros, los rubios, a quienes califican como idiotas.

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