Nuestra frágil clase media

La clase media de nuestro país vive en un aparente estado de bienestar que es de una fragilidad preocupante. Se trata de un sector  expuesto a diversas situaciones que pueden hacerle perder de un día para otro todo lo ganado con una vida de trabajo y sacrificio.

Por ejemplo, muchos de los habitantes de Ñuñoa y Providencia  si enfrentan un despido, una enfermedad costosa o un accidente están obligados a tener que modificar su estilo de vida, cambiar a los niños de colegio o, definitivamente, dejar el barrio.

Esto es especialmente crítico para los adultos mayores.Tenemos un número muy grande de pensionados que están excluidos de los beneficios sociales del Estado pero cuyos ingresos apenas alcanzan para cubrir sus gastos mínimos de alimentación y salud, o a veces pagar las contribuciones de sus casas.

Aunque no se trate de pobreza marginal, estamos hablando de situaciones muy angustiantes, de vecinos que pasan hambre, que se encalillan con casas comerciales y que finalmente viven para pagar sus deudas.

Por lo mismo, es urgente revisar el tema de las pensiones, porque es impresentable que las AFP sigan siendo un negocio seguro sólo para sus dueños e incierto para los ahorrantes.

Necesitamos buscar vías que alivien un poco su situación, garantizar el acceso a medicamentos, descuentos en el uso del transporte público y reducción o postergación del pago de contribuciones. Son avances que pueden marcar la diferencia.

También existe una importante población de adultos jóvenes y de parejas con hijos chicos. Son personas que pagan por todo: salud, educación, acceso a autopistas… hacen grandes esfuerzos por mantener un nivel de vida que depende de su estabilidad laboral.

Es fundamental poder entregarles ciertas seguridades mínimas en Educación y Salud para que sientan que si en algún minuto falla el sueldo no quedarán completamente desamparados.

Y eso se aplica también para una gran cantidad de chilenos que tienen ganas de emprender, de abrir sus propios negocios, y no se atreven a hacerlo porque “lanzarse a la piscina” implica arriesgar el futuro de sus hijos.

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