A la mayor parte de las fuerzas políticas les cuesta reconocer las derrotas y si estas pasan, dan explicaciones con escasa consistencia y no asumen responsabilidades. Por cierto, no todos los partidos responden de ese modo a las realidades adversas. Un caso muy reciente es la segunda vuelta para elegir gobernadores regionales, donde la derecha que esperaba proclamarse vencedora recurre a tretas repulsivas para desviar la atención, como es la denuncia por acoso contra el Presidente Boric.
La vileza de esta operación expresa la profundidad de la frustración de la derecha cuyo objetivo era pasar a imponer de facto sus condiciones al gobierno y al país. Es cierto que el peligro de ser superados por la ultra republicana no sucedió, pero en el balance nacional tuvieron un rendimiento claramente insatisfactorio.
El desencanto y la desorientación de sus voceros o líderes ese día en la noche fue manifiesta. No hallaban que conducta tomar con la candidatura derrotada que pretendían proclamar como vencedora. En rigor, no sabían qué hacer con el personaje que habían levantado y ya no les servía. Una carta "ganadora" que pasó a ser desechable. No respetaron su dignidad ni un segundo.
El domingo 24, en el cierre del balotaje, se prepararon para otro resultado, llegaron engalanados a una celebración y escenificaron un papelón. Es lo que les ha sucedido tantas veces, la borrachera exitista les enceguece. La codicia por el poder les nublo la mirada y en ese clima de frustración aparece una inescrupulosa operación de camuflaje mediático que intenta distraer la atención y deslegitimar al Presidente Boric. Es la razón por la que no dan confianza a Chile. Aún más, algunos de sus elementos más extremistas y sectarios no abandonan la tentación de provocar ingobernabilidad, herramienta a la que tantas veces ha recurrido el sector más reaccionario de la derecha chilena para imponer sus intereses.
El desafío de las fuerzas de izquierda y centroizquierda es ser capaces de unirse con amplitud y sin soberbia. Ningún sector o partido tiene la mayoría por sí solo. En un año electoral los apetitos crecen y las ambiciones dividen, pero, sin unidad un buen resultado no es posible. Separar aguas sin razones fundadas es un grave error.
Asimismo, aunar las voluntades para precisar y puntualizar las expectativas ante un próximo escenario de elecciones presidenciales y parlamentarias mejor dicho, conseguir una buena y realista perspectiva programática a presentar al país es un desafío de gran alcance y evita inducir una división entre "buenos y malos".
Únicamente una ceguera total podría convencer a algunos de estar en condiciones de imponerse a los demás y despreciar la necesidad del entendimiento unitario. Hay que tener cuidado. La derecha sabe sembrar la división y las desavenencias. Queda un año para la definición de un nuevo ciclo político institucional. Seamos capaces de entendernos por el bien de Chile.
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