Partidos centralizados

Uno de los problemas a la hora de enfrentar el centralismo exacerbado de Chile tiene que ver con una evidente falta de deliberación y, en consecuencia, con la falta de innovación. Entonces, usualmente el debate se reduce a fórmulas preestablecidas que suelen ser ejecutadas en contextos que se alejan de nuestra realidad. En esa lógica, la fuerza centralista -que en el fondo apunta a mantener el statu quo- tiende a predominar, pues siempre va a resultar más seguro retroceder que desafiar.

Un ejemplo de esto último lo encontramos en nuestro intento por descentralizar políticamente el país. Hace algún tiempo se llegó al acuerdo de que lo mínimo era contar con intendentes electos que permitieran generar contrapesos en una estructura de poder que estaba territorialmente concentrada. Se implementó la reforma, pero el cambio experimentado no ha dado lugar a las consecuencias deseadas, sino a autoridades sin poder y a polémicos casos de corrupción. El problema es que, como pocos estaban realmente encantados del problema, hoy sencillamente no vemos propuestas o medidas destinadas a hacernos cargo de todo eso que no ha funcionado. En plena carrera presidencial, no estamos discutiendo ninguna propuesta para solucionar las duplicidades de funciones, combatir la corrupción local o fortalecer la figura del gobernador regional. En cambio, proliferan más bien las voces que promueven el retroceso o, al menos, la inacción.

Lo curioso es que el desafío que dio origen a la reforma -es decir, la desconcentración territorial del poder- persiste y afecta directamente a la clase política. La evidencia muestra que la distancia que se ha generado frente a la élite gobernante se explica, en parte, por el espacio donde se vive, por las historias de segregación territorial y por la sensación de estar gobernados por un grupo que no conecta con la realidad local. Los candidatos parecen saberlo -por lo mismo, comienzan sus campañas en las "provincias"-, pero proponen programas escuálidos que no implican ningún avance estructural en la desconcentración real del poder.

El estado de constante evasión hace que el debate se vuelva cansador, aburrido, poco innovador y lleno de lugares comunes.

Pensemos, por ejemplo, en lo que pasa actualmente con la estructura de los partidos políticos y la fragmentación, un tema que suele ser abarcado en la agenda pero en base a propuestas que no consideran la arista espacial. Los partidos políticos son espacios en donde nítidamente se puede advertir la concentración del poder, con estructuras altamente centralizadas y con representantes regionales que se vuelven cada vez más simbólicos. El peso de las directivas regionales -y para qué decir de los miembros locales- en la determinación de los candidatos presidenciales o, incluso, en la elección de los aspirantes al parlamento es bastante insignificante. Todo el proceso suele estar liderado por las directivas nacionales, quienes son las que finalmente negocian los cupos que terminarán siendo incluidos en la papeleta. El problema de esto no solo se reduce a la proliferación de candidatos sin arraigo y a la alta rotación territorial de autoridades en ejercicio, sino que también se extiende a una mayor desafección y a la profundización del resentimiento. Este es un buen caso porque existen muy diversas alternativas que podrían ayudar a fortalecer la representación de las realidades locales y, al mismo tiempo, disminuir la fragmentación partidaria existente en el Congreso, pero nada de eso forma parte del debate.

El desarrollo regional exige, por esencia, salir del statu quo, desafiarnos, iterar e innovar. Pero eso, antes, requiere de liderazgos fuertes que sean conscientes realmente del problema.

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