Piñera en su monumento

Como tirando el mundo, o, al menos, el mundo conocido hasta ahora. Con la esperanza de poder derribar de una buena vez, un modelo que se ha mostrado en su plenitud. La nuda vida frente a un poder soberano que tambalea, pero que no cae, y es precisamente eso lo que pueden estar buscando quienes derriban estatuas.

Todos, en algún minuto, hemos querido tirar de esas cuerdas, sentir por algún segundo, que caen siglos de una dominación prepotente. Pero claro, sabemos que con derribar estatuas no basta, nadie creerá que sólo es eso. Pero el poder simbólico de este actuar, que está muy lejos de ser un acto vandálico, es lo que importa, es lo que deberíamos estar analizando, reflexionando, transmitiendo a niñas, niños, niñes: el patrimonio cultural, también puede (y debe) ser analizado críticamente.

En EE.UU. y en otras partes del mundo, luego del vil asesinato de George Floyd, han sido ya varias las estatuas derribadas o mutiladas, por ser, según los manifestantes, representaciones de una visión de mundo excluyente y autoritaria.

La estatua de Cristobal Colón decapitada, otra de Edward Colston, arracada de cuajo y lanzada al río en la ciudad británica de Bristol.

En Liverpool, la universidad de esa Ciudad, rebautizará un edificio por llevar como nombre el de un ex primer Ministro ligado a la trata de esclavos, Williams Gladstone. En Londres, puntualmente en el distrito de Docklands, se retiró un monumento de Robert Milligan, cuya familia fue dueña de plantaciones de azúcar en Jamaica. Así, como un sismo contra hegemónico, aquí y allá caen estatuas y/o monumentos que están ligados al esclavismo en todas sus formas.

Las y los manifestantes que tiran y tiran de las estatuas, lo hacen no queriendo, en esto, necesariamente pensar en cambiar el orden de las cosas, pero claramente es un acto potente desde lo simbólico.

Acá en nuestro país, la rabia contenida de siglos, resuena como el grito subterráneo que desde un Wallmapu ultrajado, corre por las venas abiertas de Chile, estallando en cada estatua o monumento que representa una dominación autoritaria.

Esa dominación que siempre ha tratado a un sector de la población, como populacho, chusma inconsciente, plebe, etc., esa dominación del cepo, de los carros jaulas vergonzosos utilizados en la época portaliana, esa dominación que forzaba a los pobres a engrosar los ejércitos de los ricos, para luego abandonarlos en la más absoluta miseria.

Y paradójicamente, ha sido esa dominación la que se ve reflejada en las calles, en los nombres de estas, en las estatuas y monumentos públicos, y son esas, las que hoy estallan, las que son arrancadas o mutiladas, como diciéndonos que aquí la cosa parte de cero (al menos en la disputa simbólica).

Toda marca patrimonial, es fruto de un proceso dialéctico de calificación, descalificación y recalificación.

El poder soberano, en su discurso hegemónico, calificó una historia, unos relatos, unos ciudadanos por sobre otros, e inauguró monumentos públicos y estatuas para recordar ese discurso (excluyente).

Hoy, los movimientos sociales, el pueblo hastiado, descalifica ese discurso, mediante arrancar estatuas, descalifica una visión de la historia (y su herencia patrimonial) que ha dejado en el olvido a los anónimos de la historia que no tienen ni nombre de calles ni mucho menos estatua, y en este proceso, están recalificando esos lugares, la Plaza de la Dignidad es un buen ejemplo. Un debate abierto y una posibilidad de democratizar la discusión patrimonial. pero de verdad.

Una lección de todo esto, podría perfectamente sacarla don Sebastián Piñera, quien, a punta de actos prepotentes, tanto suyos como de sus ministros, quiere perpetuar una tradición autoritaria, la tradición monumentalista de una clase agónica.

Sin entender que los lazos llegaron para quedarse, él intenta aferrarse a su imaginado monumento, desde donde actúa confiado. Confianza que dan siglos de dominación. Pero, sabemos, que el pueblo movilizado, ya descalificó esta forma de gobernar, ya descalificó esta democracia, esta forma de hacer política está completamente descalificada.

¿Lo que viene? La recalificación de la democracia, desde sus bases, abriendo ventanas y puertas para que corra el nuevo aire. De no entender Piñera y toda una clase política este asunto, solo serán monumentos en el suelo.

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