Con Pinochet se hacía lo que la organización empresarial decía. "Hay que cuidar a los ricos..." fue la voluntad del dictador. Sus ideólogos eran de ultraderecha, de modo que el modelo que se aplicó tuvo ese carácter, fue denominado con mucha pompa "neoliberal". Las reglas eran claras: el que no se sometía pagaba las consecuencias.
No les importó el costo social ni las violaciones a los derechos humanos, tampoco les detuvo las ejecuciones y asesinatos de quienes luchaban por la libertad, no se inquietaron por la supresión de las libertades democráticas y conculcar derechos sociales. Las penurias y el empobrecimiento de la población fueron un factor secundario para el régimen militar.
En el ideologizado criterio neoliberal esos eran sólo costos "colaterales", en caso de mayor exigencia argumentativa, la prensa afín repetía que las atroces denuncias de crímenes y torturas no eran más que la odiosa campaña del comunismo internacional contra la junta militar, por haber derribado el "régimen marxista".
Por ese rumbo extremista, dogmático, ultraconservador, sectario y represivo, Chile llegó a la durísima crisis de los años 82-83, una convulsión sin precedentes que remeció el país, cuyas consecuencias fueron una pobreza galopante, una cesantía sin control y un endeudamiento externo que asfixió el sistema productivo durante varios años.
Las movilizaciones populares y el descontento social crearon una demanda democrática tan fuerte que el régimen fue puesto a la defensiva y asumió una actitud tan beligerante como inútil ante la potencia de la protesta social. En 1983, con las protestas sociales, la planificada perpetuación del dictador quedó cuestionada. Así, Pinochet pasó días de rabia y angustia por su perruna y criminal obsecuencia a los deseos empresariales. Pero, su servilismo era infinito y les entregó las empresas del Estado mediante privatizaciones hechas a la medida.
Entonces, ante el descontento social y la protesta popular, el itinerario institucional tuvo un cambio decisivo, Chile se encaminó al plebiscito del 5 de octubre de 1988 en que fue derrotado el dictador, y posteriormente se realizaron las elecciones presidenciales y parlamentarias de diciembre de 1989, instalándose nuevamente un gobierno democrático en marzo de 1990.
Pero el gran empresariado no aprendió la lección, mantuvo inalterable su pretensión de ser un "poder fáctico" determinante, es decir, constituirse en quienes dijeran la última palabra en las decisiones del Estado y la economía, según denunciara entonces Andrés Allamand, presidente de Renovación Nacional, en ese momento el más importante conglomerado de la derecha política chilena.
Ahora, en el año 2023, hay un recrudecimiento de esa visión autoritaria y mesiánica en el sector empresarial, de considerarse dueños de la verdad y del país, pretendiendo intervenir en la composición del gabinete ministerial del gobierno, dirigido por el Presidente Boric.
Además, aumentó la tendencia a creer que por la dimensión de la fortuna de cada cual se puede afirmar cualquier cosa. Incluso, el señor Carlos Larraín, miembro de los mismos grupos económicos descontrolados que provocaron la crisis de 1982-1983, se ha permitido decir que "está gente está preparando un golpe de Estado". Esas declaraciones delirantes son totalmente inaceptables. Creen que la millonada que poseen les otorga fuero para salirse de madre cuando quieran.
Se trata de una desmesurada soberbia que resulta ser profundamente antidemocrática al intentar que sea el capital, es decir el peso de inconmensurables fortunas personales, el factor determinante en la marcha del Estado. El régimen presidencial en democracia se basa en la preponderancia del Presidente de la República, electo por votación popular, en la marcha y composición del gobierno.
Este rezago del régimen militar, presente hasta hoy en la cultura empresarial, debe quedar atrás en bien de la democracia chilena, lo que está en juego es si la voluntad ciudadana es el factor determinante en la gobernabilidad institucional o, por el contrario, se imponen tras bambalinas intereses que por ser tan minoritarios se convierten en espurios propósitos antidemócraticos.
Chile vive un momento delicado, se requiere un comportamiento responsable del conjunto de fuerzas y protagonistas que tienen acceso a la toma de decisiones y que pueden influir, directa o indirectamente en la marcha del país. No hay que olvidar ese deber esencial.
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