Primero el proyecto

Los partidos, así como las coaliciones políticas que marcan la historia, no nacen de la simple voluntad de un grupo de iluminados que las fundan. Nacen de procesos sociales profundos, de objetivos de cambios que necesitan de confluencias políticas para abrirles camino, de idealidades que crean culturas comunes y todo ello es lo que le confiere identidad y legitimidad.

Así nació la Concertación por la Democracia.

Se trataba de superar los tres tercios en que estuvo dividida la política chilena, de unir a los demócratas contra una dictadura feroz, de crear una opción de centroizquierda que permitiera desplazar a la dictadura, reinstalar la democracia, las libertades y la vigencia de los derechos humanos, dar estabilidad al país, instalar a Chile de nuevo en el mundo después de 17 años de aislamiento y llevar adelante una política que permitiera sacar de la pobreza a casi la mitad de los chilenos, crear mayor justicia social y oportunidades.

La Concertación por la Democracia cumplió, desde el gobierno, con esos objetivos que constituyeron la base no solo de su unidad sino también de su identidad, de su idealidad y de su proyecto político.

Veinte años después el país y el mundo en que nació la Concertación es otro; son otros los paradigmas, otro el propio espacio de la política y otras las exigencias que plantea una sociedad más compleja, globalizada, conectada por la revolución eléctrica y la digital.

Seguramente por no haberlo comprendido a cabalidad y no haberlo reflejado en un nuevo proyecto político acorde a los cambios del siglo XXI, la Concertación perdió las elecciones presidenciales y es hoy un bloque de oposición a un gobierno de derecha.

Si ha cambiado así tan radicalmente el mundo, si vivimos -parafraseando al viejo Marx y hoy a Baumann- en sociedades líquidas, complejas, con temas cada vez más globales que abordar, es obligatorio que se coloque la pregunta de cuánta vigencia puede tener hoy una Concertación que nació en otro escenario y en medio de contradicciones vitales que ya no existen o se colocan de manera completamente nuevas.

Ello no significa renegar del pasado épico que significó la derrota de la dictadura ni de ninguna de las grandes realizaciones de los gobiernos democráticos. Tampoco ocultar los límites que esta experiencia conlleva.

Simplemente, significa auscultar si esta alianza tiene aún vigencia, si aún perviven las razones de la unidad de las fuerzas políticas que la componen y, sobre todo, una herramienta eficaz -porque eso son los partidos y las alianzas por nobles que sean o nos parezcan- para continuar produciendo cambios progresistas en la sociedad chilena.

La primera respuesta, es que Chile necesita, de la alianza de los partidos de centroizquierda, de matriz socialdemócrata y socialcristiana, para avanzar en los objetivos progresistas. Pero, a la vez, es claro que esta alianza por sí sola ya no basta, y que más allá de la Concertación hay fuerzas políticas, sociales y ciudadanas, más grandes o pequeñas, articuladas o en gestación, permanentes, temáticas o episódicas, con las cuales es necesario confluir, si queremos derrotar a la derecha y volver a abrir una estación de cambios profundos para nuestro país.

Esto no es algo que pueda ser resuelto “a tavolino”, ni responder a caprichos de grupos de dirigentes que quieren conservar en la nostalgia o romper en declamativo salto al vacío.

Lo principal es concordar un proyecto común que ofrecerle al país. Éste debe contener la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo sustentable, de políticas de distribución del ingreso que disminuyan radicalmente la brecha de desigualdad, de una fuerte centralidad de las políticas medioambientales, de más derechos especialmente para los sectores discriminados, de más fiscalización para impedir conductas monopólicas y abusos contra los usuarios; de más amplios espacios de libertad, de consagrar nuevas formas de hacer política que garantice la expresión y la participación de la ciudadanía en las decisiones.

Lo principal, es que seamos parte de esta nueva ebullición que recorre Chile y buena parte del mundo. Que estemos, en la lógica y en los objetivos, junto a los movimientos ciudadanos, contribuyendo desde la política, la sociedad y las instituciones, a concretar estas aspiraciones.

Somos gobernados por una derecha que probablemente no hará época y a la cual le resulta culturalmente casi insuperable cotejarse con los nuevos fenómenos, materiales e inmateriales, que cruzan los acontecimientos de hoy.

En este nuevo escenario, más que nunca, el país requiere de un gobierno progresista. Desde una oposición que mire siempre el interés del país, dediquémonos con pasión a construir esa alternativa.

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