Punto de inflexión

En Chile, hemos sido testigos de una multitudinaria manifestación , expresada en millones, en las calles de Chile. El pueblo pacíficamente, alegremente, se expresa en un oleaje inconmensurable, pidiendo la inclusión masiva en las prioridades políticas y sociales del anciano, del que gana una miseria, del desprotegido de la seguridad social, del trabajador mínimamente remunerado, del carente de salud, del abusado por el retail y la banca.

Al mismo tiempo, minorías salvajes han desatado la violencia, el pillaje y el caos en ciertos puntos, generalmente comunas y sitios más modestos.

Hasta el momento los supuestos líderes no han sabido qué hacer. Solo contemplar atónitos a un país que desconocieron por décadas.

El preámbulo a estas explosiones pacíficas, mezcladas hay que decirlo, con violentas quemas y tomas y destrucción aislados, fue una elite gobernante pasmada, que hasta hace pocas semanas disfrutaba de su paz precaria.

Riéndose de sus propias frases ingeniosas. Pidiéndole a la gente que madrugara para no tener que soportar una indignante alza del Metro o señalando que las colas en los consultorios eran pretexto para hacer su vida social; o    sugiriendo bingos y “completadas” para mejorar las misérrima infraestructura de los colegios públicos .En fin. El epitome de la falta de empatía con el país de las mayorías.

La respuesta a todo este estado de cosas ha sido la rebelión, el desbande y sobre todo, la manifestación pacífica, alegre , inédita en lo masiva pero contundente, de los ofendidos y humillados que habían vivido en silencio, aislados unos de otros, los abusos múltiples, las   víctimas de un pésimo Estado, sin dientes para defenderlos y que todo lo entrega al mercado, cuyos administradores  son vistos como una tribu de ex compañeros de colegio, de balneario y de Club  de Golf.

Esos humillados y ofendidos por la desidia de sus representantes parlamentarios, que en medio de cambullones y cabildeos han administrado esta realidad son mirados como desatentos a todo lo que no sea sus propias agendas para mantener sus cuotas de poder, y que, para colmo, en forma transversal, han sido sorprendidos haciendo lobbies en favor de empresas que les retribuyen financiando sus campañas.

El juicio negativo respecto a los políticos es dramático en lo que se supone una democracia representativa, donde  el soberano, el pueblo, ha delegado su poder en representantes, a los cuales les ha dado hoy y durante toda  la semana, con la puerta en las narices.

La misma semana en que hemos visto al Presidente decir barbaridades (estamos en guerra) y dar marchas y contramarchas en sus palos de ciegos, con ofertones de última hora, manteniendo durante toda la semana, a ministros sin autoridad, como esperando, a lo Barros Luco, que las cosas se solucionen solas y que todos pasen piolas a través de esta tormenta.

También hemos visto a representantes en el Congreso haciendo show mediático, tironeos entre diputadas de un bando y otro; a jefes de partido pidiendo la renuncia del Presidente y a otros negándose a conversar una salida que solo puede traerles beneficios.

Me recuerdan a los Borbones del s.XVIII en vísperas de la guillotina. O al zar  Nicolás II en vísperas del asalto al palacio de invierno, diciendo: “todo está en paz”.

Nadie parece tener esa visión necesaria que se requiere para salir de este brete, en los mismos momentos en que el momento clama por  liderazgo y política,  entendiendo por tal aquel que reúna  no solo convicción , sino también pasión, responsabilidad y mesura, al decir de Max Weber, citado por el cientista Carlos Hunneus.

Visión que supone una estrategia  compartida  de corto, de mediano y de largo plazo, que otorgue un sustrato de confianza suficiente para que los excluidos se sientan incorporados y escuchados y no terminemos con la democracia, como el niño en la bañera, siendo arrojado junto con el agua sucia.

Es verdad que la llamada clase política está deslegitimada, pero es lo que hay. También es verdad que estas más que multitudinarias manifestaciones de personas en paz, exigen una amplia mesa de diálogo.

A la manera como nos recuerda James Robinson (autor del libro Porqué fracasan los países) respecto de los escandinavos en 1930, marcados  en su tiempo por la pobreza, la desigualdad y el violento reclamo social.

Allí, hace más de ochenta años, se sentaron todos los actores, no solo los políticos, sino todos los incumbentes, y transaron sus intereses hasta lograr un consenso  que se manifestó en un nuevo pacto social que proveyó de abundante democracia y justicia social. Que dura hasta hoy. Eso es aprovechar una crisis para forjar desde allí, un cambio cualitativo. Requiere escucha, levantamiento de temas pendientes, sí. Macron, en estos tiempos, salió de la furibunda protesta de los chalecos amarillos con escucha, valiéndose las redes y de los cabildos. De esa escucha se levantaron seis o siete temas de cambio, dominios de acción, y está hoy  haciendo las correspondientes propuestas legislativas.

No digo que la realidad de nuestro país sea equiparable a la de Francia, ni que un liderazgo a lo Macron sea una panacea. Solo digo que tanto en el ejemplo escandinavo como en Macron  hubo visión y liderazgo. Confiemos en que ambos surgirán en medio de este aparente caos.

Y nos convoquen a un nuevo trato.

Para este nuevo comienzo.

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