Si usted tuviera un nombre ridículo, de esos que le causaban bochorno cuando el profesor pasaba la lista al comienzo de la clase, puede ir al Registro Civil y pedir que se lo cambien. Pero corre el riesgo de elegir un nombre aún más ridículo que el que tenía.
Es el desafío al que se enfrenta la Cámara de Diputados, algunos de cuyos distinguidos miembros estudian un proyecto para que esa rama del Parlamento se llame de ahora en adelante “Cámara de Diputados y Diputadas”.
¿Le parece curioso?
No es tanto, si recordamos que en este mes de mayo se cumple un año del estallido de las reivindicaciones feministas que tuvieron como escenario principal las universidades y las calles de Santiago y otras ciudades, con multitudinarias manifestaciones. “Mayo feminista”, es el título que escogió Faride Zerán para el libro que escribió en torno a esta “rebelión contra el patriarcado”.
En la huella de ese movimiento y en su empeño por igualar los derechos de la mujer con los derechos del hombre, la Comisión de Mujer y Equidad de Género de la Cámara aprobó cambiar el nombre a esta rama del Congreso Nacional. La idea fue ratificada por la Comisión de Régimen Interno e, incluso, la ministra Secretaria General de Gobierno, Cecilia Pérez, le dio su visto bueno.
“Nosotros creemos que sería una buena iniciativa”, dijo la Ministra, el pasado 26 de abril.
Los honorables y las honorables integrantes de la Cámara lo consideran como un asunto de vital importancia. Tanto como la reforma tributaria, el proyecto educacional sobre admisión justa, las modificaciones a los sistemas de salud, los cambios a la legislación laboral o el mejoramiento de las pensiones, entre otras materias.
Sólo que para modificar un nombre institucional no basta con reemplazar logos, membretes y señaléticas del edificio legislativo, para que ahora indiquen “Cámara de Diputados y Diputadas”. Será necesario que el proyecto sea aprobado por la sala de la Cámara, entre cuyos 155 miembros tienen un lugar destacado las 35 diputadas que alegran sus sesiones.
Tampoco basta con esa aprobación, porque los legisladores y legisladoras tendrán que modificar la Ley Orgánica del Congreso y el Reglamento de la Cámara, para que a partir de ahora tome en cuenta la nueva denominación.
Y como si fuera poco, y aquí entramos en el terreno de las palabras mayores, para concretar este cambio habrá que reformar la Constitución Política del Estado.
De modo que otra vez se escucharán las voces de quienes piden desde hace años una nueva Constitución, un proyecto que iba en esa línea fue enviado al Parlamento por la Presidenta Michelle Bachelet, al final de su administración. Desde entonces duerme el sueño de los justos, porque al Gobierno actual no le interesa el tema.
¿Por qué hay que enmendar la Constitución? Porque a partir del Capítulo V de sus disposiciones, en su artículo 46 establece que el Congreso Nacional “se compone de dos ramas: la Cámara de Diputados y el Senado”. Si se modifica la Carta ese artículo 46 deberá decir que el Congreso Nacional “se compone de dos ramas: “la Cámara de Diputados y Diputadas y el Senado”.
También habrá que cambiar el artículo 47, cuando dice que “la Cámara de Diputados está integrada por miembros elegidos en votación directa”. Y así, sucesivamente, cada vez que en la Constitución aparece la palabra “diputados” habría que agregar “y diputadas”. ¿Cuántas veces? Sesenta y una, para ser exactos, entre el artículo 46 y la disposición vigésimo octava transitoria.
Supongamos que el camino es menos complicado de lo que parece y por fin la Cámara adquiere una denominación amplia, que abarca a hombres y mujeres por igual.
Entonces ¿por qué no cambiar el nombre a la CUT, para que sea “Central Unitaria de Trabajadores y Trabajadoras”? Su Presidenta Bárbara Figueroa quizás estaría de acuerdo. El Colegio de Profesores podría ser también de profesoras. Y la ANEF sería la Agrupación Nacional de Empleados y Empleadas Fiscales.
La ola envolvería a un sinnúmero de instituciones, en un proceso algo infantil, desde el punto de vista del correcto uso del idioma. Hay normas de la Real Academia Española (RAE) que los señores diputados y las señoras diputadas ignoran o prefieren desconocer. Cuando un sustantivo designa a seres masculinos y femeninos, debe emplearse el masculino para abarcar todo el espectro. Por eso no es correcto hablar de “todos y todas”, basta con decir “todos”, según ha reiterado la RAE.
Pero la tendencia de los líderes políticos busca especificar cada género, porque eso atrae adhesiones y votos en las urnas electorales.
Una tendencia que a veces se vuelve en contra de quien la impulsa, como sucede cuando alguien se cambia un nombre ridículo y por ignorancia escoge otro peor.
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