Recientemente se llevó a cabo un seminario sobre la socialdemocracia europea actual. En ese evento, Beatriz Sánchez declaró que el Frente Amplio debe ser la socialdemocracia chilena.
Por otro lado, con frecuencia personas cercanas a las ideas neoliberales se autoproclaman socialdemócratas, sin estar dispuestas a defender ninguna de sus ideas prácticas, como la negociación colectiva centralizada o altas tasas tributarias que financian un amplio Estado Social. ¿Qué pensar al respecto?
Soy de los que siempre ha sostenido que un proyecto de izquierda pasa primero por estabilizar la democracia representativa y permitir la expansión de la organización sindical y social. Pero sin abandonar, y acelerar en su momento, lo que le es propio estratégicamente.
Su proyecto debe ser "creación heroica" como dijo Mariátegui, es decir necesariamente inédito y propio.
Su base política debe ser una democracia política participativa y descentralizada, no condicionada por las oligarquías económicas sino sustentada en la soberanía popular.
La izquierda, si es democrática, debe estar dispuesta a aceptar el principio de mayoría y de alternancia en el poder. Debe rechazar la opción de supresión de las libertades en nombre de la resistencia a las oligarquías y a Estados Unidos y sus afanes de control hegemónico, porque al perder su legitimidad democrática - su única fuente de poder - no hace sino favorecer esos afanes, sin perjuicio de su derecho a defenderse con medios democráticos.
Su base económico-social debe ser una economía mixta en la regulación y la propiedad, con prevalencia del Estado en la expansión del interés público (subsidiariedad al revés: dejar al mercado o a la economía social solo lo que al Estado no le es necesario o muy costoso hacer, en vez de dejar al Estado solo lo que el mercado no puede hacer según la visión neoliberal) en:
1) la política monetaria, cambiaria, fiscal y de ingresos contracíclica y progresiva orientada a alcanzar el pleno empleo;
2) la fijación equitativa y eficiente de precios claves, salario mínimo y salarios reales públicos, tarifas de servicios básicos, precios ambientales;
3) la determinación de las normas de trabajo, negociación colectiva efectiva y salarios mínimos y de las condiciones de una relación capital-trabajo equitativa;
4) el uso y disposición de los recursos naturales;
5) la planificación estratégica de la economía circular, la agregación sostenible de valor y la inserción en cadenas globales;
6) la planificación de las grandes infraestructuras y de los espacios urbanos y rurales;
7) la promoción de la desconcentración, de la pequeña empresa y de la economía social, solidaria y sostenible, en especial mediante una banca de fomento efectiva;
8) la seguridad social para garantizar pensiones con tasas de reemplazo decente y la provisión universal de salud en condiciones dignas;
9) la educación y formación continua;
10) la provisión de un ingreso básico de inserción social según aumente la productividad y disminuyan los empleos formales con la automatización creciente.
Su base cultural debe ser el reconocimiento de la diversidad y de las libertades individuales, así como la lucha activa contra toda discriminación. Y el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios.
Además, debe propiciar la desconcentración de los medios de comunicación para asegurar la diversidad y la pluralidad de las expresiones legítimas existentes en la sociedad.
En todos estos temas hay mucho que aprender de Europa, especialmente de los nórdicos, y del Asia emergente, pero no para trasladar modelos.
La socialdemocracia europea cumplió un gran rol en el siglo XX, pero en el capitalismo financiarizado del siglo XXI perdió su coherencia política al virar Blair, Schroeder y otros al social-liberalismo y también al cambiar su base económica y electoral.
Dejó de representar preferentemente a un mundo del trabajo cada vez más fragmentado y se remitió crecientemente a representar élites transnacionalizadas y a sectores medios profesionales privados y públicos, y pasar de mayorías electorales a minorías en retroceso (como recientemente en Francia, Italia, Grecia y Alemania).
En otras experiencias ha complejizado su rol y llevado a cabo políticas progresistas, como recientemente en Portugal y España, o ha cambiado su orientación como en Gran Bretaña.
Nosotros en Chile no sacamos mucho con reivindicar el modelo socialdemócrata del siglo pasado, aunque cabe valorarlo, sino proponer un proyecto nacional-popular latinoamericano de transformación democrática y social-ecológica. O, para ser un poco más breve, una democracia social-ecológica equitativa y sostenible.
Estamos lejos de alcanzar una democracia de ese tipo, pero siempre en la izquierda es indispensable reivindicar un horizonte. La izquierda, pues esa es su identidad primigenia, no está para limitarse a lo existente.
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