La democracia liberal, nacida de los valores de la Revolución Francesa, está desnudando toda su esencia que le dio origen, el totalitarismo jacobino. Se está manifestando la democracia que ejecutó el genocidio de la "La Vendée". La democracia de la intolerancia, disfrazada de libertad; la del privilegio, disfrazada de igualdad; la del sectarismo, disfrazada de fraternidad. La mentira ilustrada está mostrando su verdad, la intolerancia contra la persona humana.
La pregunta es si hay una democracia alternativa a la liberal, al totalitarismo jacobino. La respuesta es sí. Lamentablemente, no han existido colectivos políticos a la altura para sostener una democracia alternativa a pesar del sustento filosófico y político que la promueve. Esta es la democracia cristiana como proyecto sociopolítico nacido desde las antiguas reflexiones de san Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam pasando por los aportes de monseñor Emanuel Ketteler y del papa León XIII, y en general de toda la Doctrina Social de la Iglesia Católica, de filósofos como Jacques Maritain, Emanuel Mounier y místicos como Simone Weil y León Bloy.
Una vez que la Revolución Francesa socava el orden socialcristiano, sólo dos ideales histórico-concretos de corte social-católico surgieron; el Imperio Austrohúngaro y el régimen del general Franco, pero en el campo de la sucesión electoral de las autoridades, los proyectos han muerto en el intento. Así, ¿cómo es posible un orden democristiano? La respuesta está en la concepción personalista-comunitaria en donde la vida de la persona se dignifica en tanto trasciende a la vida comunitaria. Es decir, no hay democracia cristiana sin promover una sociedad comunitaria. Es ahí cuando surge el primer problema, ya que cuando se intenta conciliar el valor de la libertad individual con el de la libertad personal y no supeditar el primero al segundo, se contamina y se descompone el intento cristiano por forjar una democracia auténticamente basada en el bien común, porque se desvirtúa la naturaleza ética de la democracia.
En Chile, las juntas de vecinos son una institucionalidad sociocultural propia de la historia patria, reivindicada por el gobierno democristiano de Eduardo Frei Montalva. Son la expresión más genuina de una sociedad comunitaria. Luego, el régimen militar coarta su desarrollo y la derecha las imposibilita en 1992. Este abismo, se profundiza cuando las elites políticas, privilegian expandir la burocracia representativa de cliques locales a través de las gobernaciones y consejos regionales en desmedro de las juntas de vecinos que son el sujeto popular legítimo y genuino nacional para entenderse con el intendente en una correcta colaboración sociopolítica que se desahució.
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