Rememorando

A fines de 1972 fui candidato de la Unidad Popular Juvenil a la presidencia de la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago. La elección se efectuó el 15 de noviembre de 1972 y la Feses se dividió, reflejando la aguda polarización política que entonces se vivía. Esa vez participaron los liceos fiscales de Santiago, con un número cercano a los 70 mil estudiant@s, debido a la aplicación de la elección directa.

Este evento adquirió mayor importancia por la disyuntiva histórica entre dictadura y democracia. Las movilizaciones estudiantiles eran atrapadas por la estrategia desestabilizadora de la derecha que movía a sus grupos de choque para crear desgobierno y caos urbano. A la postre, la conjura golpista fue eficiente e implacable y, junto a las carencias de la Unidad Popular, terminó derrumbando el régimen democrático y se instauró una dictadura militar que impuso un proyecto de regresión ultraconservadora que marcó la evolución política e institucional de Chile hasta hoy.

Desde septiembre de 1973, implantada la dictadura, los centros de alumnos fueron prohibidos y muchos jóvenes secundarios fueron ejecutados, torturados, encarcelados o exiliados por el régimen militar, como mi compañero de curso Eduardo Muñoz, asesinado por la DINA en agosto de 1974. Así también la criminal y siniestra Caravana de la Muerte mató a estudiantes que usaban el uniforme escolar. Una de tantas jóvenes víctimas fue Luis Valenzuela, detenido desaparecido que, en noviembre de 1972, postuló a la Feses por el MIR.

La campaña estudiantil se dio paralela a la escalada desestabilizadora de dirigentes empresariales, inmersos en una conjura confrontacional, funcional a los planes golpistas de la oposición ultraconservadora y, por eso, articulados y financiados con el afán de impedir las transformaciones económicas y sociales implementadas por el gobierno del Presidente Allende.

Fue el paro patronal de octubre-noviembre de 1972 el que paralizó los principales centros productivos, cerró los comercios, boicoteó el transporte, desbarató la economía y obligó al Presidente Salvador Allende a integrar los máximos jefes de las Fuerzas Armadas y Carabineros al gabinete ministerial, en una decisión de Estado difícil, incomprendida incluso en ciertos grupos maximalistas de la Unidad Popular, pero inevitable para restablecer la marcha del país.

En efecto, en la ultra izquierda cualquier decisión política del gobierno popular tendiente a restaurar la estabilidad democrática era vista como un abandono de principios, una renuncia al programa de gobierno o una claudicación ante la conjura golpista. Asimismo, en el centro político se impuso una línea visceral e intolerante que fue fatal. En suma, en el curso del paro patronal de octubre y noviembre las críticas afiebradas hostigaron sin cesar al Presidente Allende.

La resolución presidencial significó que el general Carlos Prats, comandante en Jefe del Ejército, asumiera como ministro del Interior y también vicepresidente de la República, al ausentarse el Presidente Allende del territorio nacional. Los conspiradores debieron levantar el paro, y así se aseguró la realización de los comicios parlamentarios de marzo de 1973.

En el Senado de Estados Unidos se confirmó, años después, que la CIA fue el principal financista de los involucrados. Esa verdadera insurrección de la burguesía no pudo quebrar la institucionalidad democrática y doblegar al pueblo por el hambre. El Presidente Allende estuvo en lo correcto al convocar a los jefes castrenses al gabinete, así logró el término del paro desestabilizador. No obstante, el daño al sistema económico fue brutal.

La autoridad del general Prats logró mantener la cohesión del Ejército y su respeto a la autoridad del jefe de Estado. Su responsabilidad republicana y su compromiso con la institucionalidad democrática fue factor determinante para la realización de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Por eso, el odio furioso que desataron en su contra los conspiradores de ultraderecha.

Pero, a la postre, la conjura fascista generó una crisis institucional que el 11 de septiembre de 1973 provocó la más cruenta dictadura de la historia de Chile. En octubre-noviembre del '72, los grupos de choque "Patria y Libertad" y "Comando Rolando Matus" agredían a los obreros que rechazaban el paro patronal y apedreaban los comercios y transportes que cumplían con sus labores. Así lo narra el dirigente de derecha Andrés Allamand, en un eufórico relato publicado después del golpe de Estado llamado "No virar izquierda".

Los estudiantes de izquierda nos volcamos al trabajo voluntario para enfrentar el mercado negro y el desabastecimiento. Desplegamos una energía inagotable. Era una lucha difícil y tensa contra el plan golpista que pretendía doblegar por el hambre a la población. A veces los trenes no llegaban por la voladura de vías férreas ejecutadas por terroristas de ultraderecha, incluidas acciones clandestinas de efectivos castrenses que violaban el juramento de respeto a la Constitución y la legalidad vigente. A su modo, la ultra izquierda con declaraciones incendiarias le hacía el juego al golpismo. En definitiva, el odio sembrado en la oficialidad socavaba día a día la disciplina militar.

En esos días tremendos, en La Moneda viví un hecho inolvidable, junto a Carlos Lorca, secretario general de la Juventud Socialista, visitamos al Presidente Allende. Lo recuerdo atento escuchando la gravedad de la confrontación en el movimiento estudiantil y su respuesta: "Todo lo que hacemos es por el porvenir de la juventud chilena, por lograr una sociedad más justa", concluyendo que "no hay razón válida para incitar al estudiantado a enfrentar con violencia las reformas de la Unidad Popular, así se asoma el fascismo". Sus reflexiones abordaron las intrincadas circunstancias que él vivía intensamente como líder de "la vía chilena al socialismo".

Luego, llamó a su jefe de prensa, el "Negro" Jorquera, instruyéndole me presentara a los directores de medios que apoyaban su gobierno. Fuimos a hablar con ellos, al enterarse que era una solicitud del "Chicho" se pusieron en la tarea con entusiasmo. La elección de la Feses ese año rebasó con creces los límites del movimiento estudiantil. El recuento de votos acabó en un duro enfrentamiento y ambas listas se declararon vencedoras. Al día siguiente, miles de estudiantes secundarios llenamos la Alameda con los sueños más vivos que nunca, convencidos de contribuir activamente a defender el gobierno popular.

Esa era la condición necesaria para la victoria de la vía chilena al socialismo y avanzar hacia una sociedad en que la dignidad y la libertad se unieran en una comunidad fraternal. Esa fue la visión histórica de Carlos Lorca, si el Presidente Allende era derrocado serían destruidas las conquistas del movimiento popular, forjadas desde el siglo XIX en adelante. Así ocurrió. Después del golpe de Estado vino la masacre, en las poblaciones, el Estadio Chile y el Nacional, con la Caravana de la Muerte, luego la DINA y la CNI, los sátrapas se ensañaron y quedó una huella de miles de víctimas, jóvenes en su gran mayoría.

El 11 de septiembre de 1973, miles de obreros y estudiantes no logramos resistir. Quisimos luchar y no tuvimos cómo hacerlo. El fascismo derribó la democracia, el escenario institucional necesario para realizar las transformaciones sociales. Desde entonces, muchos hechos pasaron, luchas grandiosas y flaquezas humanas, avances que parecían imposible y retrocesos inesperados, tras una brega que pareció eterna el pueblo chileno se movilizó poniendo término a la dictadura, pero no alcanzó una nueva Constitución, nacida en democracia.

Sin embargo, hay que valorar esa brega ardua y terrible en toda su dimensión, en correspondencia a las circunstancias históricas en que debió librarse, así, los hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad de Chile jamás serán olvidados.

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