Al conmemorarse 50 años del golpe de Estado cívico-militar, en todo el mundo civilizado, gobiernos, parlamentos, universidades y movimientos sociales recuerdan la figura del Presidente Allende, su legado como demócrata y su trágica muerte en La Moneda. Cabe preguntarse por qué Allende, de forma universal, se ha transformado en todo este tiempo en un ícono de la democracia, la libertad y la lucha social contra la desigualdad en el mundo entero. Por qué cientos de plazas, calles, escuelas y hospitales llevan su nombre.
Creo que su fortaleza está dada por su apego inquebrantable a los principios y valores de la democracia y la libertad. Su defensa del pluralismo democrático y del Estado de derecho hasta el último día de su vida.
Esto es precisamente lo que hace que la potencia de su figura haya trascendido de generación en generación. Pese a la persecución, los apremios, el exilio y la violación sistemática de los derechos humanos contra sus ideales, como a sus seguidores y partidarios, su legado persiste en el alma de Chile.
Aún recuerdo a mis 12 años el día que, acompañado de mis padres y mi hermano, fuimos en una procesión en la que confluimos miles y miles de chilenos y chilenas de todas las edades, a dejar los restos de Salvador Allende al Cementerio General. Era todo el pueblo allendista, que le rendía un último adiós al compañero Presidente. Esa masa de gente, diversa y multifacética, llevaba en sus propias trayectorias de vida un trozo de la historia y la memoria, que hacía transcender a Allende.
Cuesta entender cómo luego de las atrocidades vividas y los efectos directos que provocó la dictadura en miles de compatriotas, aún existan parlamentarios, partidos y movimientos políticos que justifiquen y de este modo, banalicen el golpe de Estado.
Se le acusa a la izquierda que asuma su responsabilidad en el quiebre democrático. Cabe recordar que toda el área socialista hizo su autocrítica respecto del proceso de la Unidad Popular y una profunda reflexión sobre la importancia de la democracia, como un valor en sí mismo para el socialismo. Este proceso autocrítico partió inmediatamente consumado el golpe de Estado, tuvo distintos hitos, como es el documento de marzo de 1974 de la dirección clandestina del PS o los encuentros de Ariccia, Italia, desde 1979, organizados por Raúl Ampuero, y que fueron parte de los orígenes de lo que se denominó "renovación socialista".
No se puede decir lo mismo de la derecha chilena. Ellos siguen eludiendo la necesaria reflexión y autocrítica respecto a su rol en el golpe de Estado y su participación directa en la dictadura cívico-militar. Es cuestión de revisar sus declaraciones vertidas en el último tiempo, muchas de las cuales ponen en duda la violación a los derechos humanos e inclusive el abuso sexual hacia las mujeres, todas acciones debidamente estudiadas e incluso establecidas como verdades jurídicas. Si recordamos las críticas que recibió el exPresidente Piñera con su frase respecto a los cómplices pasivos queda en evidencia la incapacidad de desprenderse de ese legado autoritario.
Un mínimo civilizatorio en estos 50 años del golpe de Estado debe ser la condena de la violación de los derechos humanos, el nunca más y la defensa de la democracia. No existe espacio alguno, ni para la justificación del golpe, menos aún para la banalización de los crímenes de lesa humanidad y la interrupción del régimen democrático. Éste debe ser un consenso compartido por todo el espectro político, es un resguardo y una demostración transversal de que nos respetaremos, y que nuestras diferencias se resolverán a través de los mecanismos democráticos.
Por ello, tanto en el mundo como en Chile, debemos enfrentar el negacionismo que quiere imponer la ultraderecha, que se cuela en el debate público y el Parlamento, porque es una amenaza real a la democracia y sus instituciones. La declaración pública que sacaran los partidos de oposición se titula "50 años del quiebre de la democracia" y es una demostración clara de una revisión de nuestro pasado, es un eufemismo para esconder e invisibilizar el acontecimiento clave del último medio siglo: el golpe de Estado y la dictadura cívico-militar, la ausencia del Estado de Derecho y la violación sistemática de los derechos humanos.
Pese a todo lo anterior, en estos 50 años la figura de Allende se amplía en todo el planeta. Es una bandera que ondea porque los valores de la democracia y la libertad fueron parte de su ideario y forma consecuente de actuar. Contra el autoritarismo, la figura indeleble de Salvador Allende, demócrata, humanista y hombre profundamente libertario.
Por último, aprovecho desde acá en rendirle un homenaje a Carlos Lorca Tobar, diputado y secretario general de la Juventud Socialista de Chile, mismos cargos que también tuve el honor de ejercer, como líder del socialismo en los primeros años de la dictadura y quien hasta hoy permanece en calidad de detenido y desaparecido.
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