La política es retórica y decisión. La crisis de la democracia en parte se explica por la creciente confusión respecto a estos dos tópicos. Podemos mirar los debates parlamentarios donde no hay intercambios de argumentos como en el siglo XIX, sino más bien enunciaciones sin mucho contenido. Pensemos, además, en el modo en que quienes han sido electos o designados como autoridades ejercen su rol como tales. Es un hecho que nuestros políticos en vez de tomar decisiones buscan ganar simpatías. En cierto modo no cumplen sus obligaciones y deberes.
La crisis política en Chile es una crisis de los modos de gobernar en ese sentido. La expansión del Estado, que se viene produciendo hace varios gobiernos atrás, es un reflejo de esto mismo. Ahí donde no hay decisiones políticas surge como respuesta, ilusa por lo demás, la expansión de la burocracia. Aquello, obviamente, no se traduce en soluciones, sino más bien en la creciente disolución de las responsabilidades en torno a los problemas. Paulatinamente, el ciudadano queda sometido a una maquinaria impersonal donde nadie es garante. Ejemplos de este fenómeno es posible verlos desde lo que ocurre con menores al cuidado del estado hasta lo que sucede con la educación. Podríamos evaluar en unos años más cuál fue el efecto del reciente Ministerio de Seguridad respecto a la crisis de criminalidad que afecta al país.
Así, mientras crece la burocracia en la forma de ministerios y agencias de todo tipo, los liderazgos políticos van siendo reemplazados por cabilderos partidarios cuya actividad política en realidad no está centrada en los asuntos públicos, sino en la distribución de prebendas. Así, las decisiones políticas son reemplazadas por la simple administración de puestos de poder. Ello explica el surgimiento compulsivo de partidos políticos que no son más representativos que un club de futbol de barrio y cuya principal lucha responde a usufructuar del financiamiento estatal u obtener algún cargo bajo el alero de partidos más grandes.
Bajo ese proceso de descomposición de la política, el largo plazo del estadista y la toma de decisiones responsable son reemplazados por el cortoplacismo del cazador de rentas. Los ciudadanos comienzan a percibir el fenómeno, lo sufren en carne propia a través de una serie de disfuncionalidades. Perciben que lo que hacen los cabilderos partidarios es a costa suya, de sus bolsillos y su bienestar. Ello explica la creciente desconfianza que generan los actores partidarios en las encuestas y el auge liderazgos que se muestran más decididos o son más controversiales.
Lo anterior también explica la creciente desconfianza en la democracia como régimen. Un recelo que no se produce porque la gente no crea en la democracia, sino porque la política en su sentido estricto, en tanto res pública, ha sido reemplazada por la simple lucha de intereses y por cargos en el Estado entre operadores políticos y demagogos.
Un detalle no menor es que esa pugna entre cabilderos partidarios va acompañada de una creciente demagogia disfrazada de dos fenómenos paralelos, por un lado se produce una intelectualización de la esfera política que se expresa en un lenguaje absurdo y totalmente ajeno a la realidad. Por otro lado, se produce la vulgarización del debate político donde el insulto es el modo predominante. Frente a esta descomposición, los ciudadanos y líderes políticos tienen dos opciones, guardar silencio o comenzar a hacer política en serio.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado