Se veía venir

La encuesta CEP, entregada a la opinión pública el 19 de agosto recién pasado, ha causado fuertes repercusiones en el debate político del país. Sin embargo, nada de lo constatado es tan realmente nuevo o sorpresivo, el descrédito del sistema político que hay en esos números o gráficos se veía venir.

En efecto, por una parte, la derecha es castigada por tolerar -con malas excusas- la corrupción, y por su fiel defensa de los privilegiados y poderosos, como hace ahora con los controladores de las AFP; por la otra, cae el respaldo a la izquierda y al centro político, ya que se constata que en sus filas también hay quienes toman dinero sucio, cometen otros actos de corrupción, y porque sus equipos al gobernar han estado bajo las expectativas que se esperaban.

Además, no obstante el descrédito de la "política oficial" o formal, en las diversas encuestas publicadas se puede apreciar que el discurso populista o de perfil contestatario, tampoco tiene un apoyo significativo a pesar de su tono bombástico.

A riesgo de repetir lo dicho en otras columnas, un hecho fundamental es el rechazo a la corrupción, a la frescura, al uso del poder para obtener dinero fácil y en cantidades desproporcionadas. Esta conclusión se proyecta duramente sobre un sistema político desacreditado, cuando el 80% en la encuesta, afirma que los políticos roban. Eso es lo penoso y lo grave. Algunos no sacan nada con hablar de grandes cambios si se invierten mal o defraudan los recursos públicos. En la imagen, las boletas de SQM y la ruina del puente Cau Cau, son una mezcla letal.

Hay que tomar este dato en toda su dimensión, dice que en el seno de la ciudadanía muchas personas se han convencido que hechos condenables como boletas, coimas, jubilazos se repiten injustificadamente, llegando a la conclusión que han dejado de ser prácticas ocasionales y toman una periodicidad inaceptable. Las leyes de probidad y transparencia impulsadas desde el Ejecutivo, junto con la Comisión Engel, son una contribución positiva no cabe duda, pero no bastan, además como deben ser implementadas en el tiempo, en particular, las de gasto electoral no tienen un efecto inmediato.

Es decir, hay un problema en la capacidad práctica de atacar con fuerza la corrupción y la penetración del dinero en la política, ya que esa injerencia sigue influyendo en el ejercicio de diversas organizaciones e instituciones que no dan término efectivo, contundente, a los actos de enriquecimiento ilegal e indebido, los que producen un hondo malestar social, golpeando a la elite política, la que ante esta lacra de perverso efecto, no logra probar que cuenta con una respuesta efectiva, potente, creíble, porque cuando la situación parece amainar vuelve a surgir, desde las regiones con la pesca o en un servicio público, o una investigación judicial, otro escándalo de colusión, soborno o lo que sea el caso.

Otro capítulo constante del deterioro de la política es la incapacidad de escuchar, se advierte un diálogo de sordos. La autoridad ve como su respaldo y popularidad caen sistemáticamente, pero insiste que lo hecho se seguirá haciendo igual, aún con más ahínco por que pareciera que lo correcto es la rigidez. Así da la impresión que no hay ánimo de oír y más hermético se observa el sistema político. No se puede tener temor a precisar los objetivos a corto plazo, hacerlo no es claudicar, por que todo no se puede hacer de una sola vez.

Además, la intolerancia en el debate, el estilo destemplado en las críticas, se convierten en una labor de auto destrucción que llega a lo absurdo o lo increíble. La retroexcavadora generó mutuas descalificaciones y su falso concepto de lo que era ser de avanzada social ha causado estragos, dado que ciertos actores para ganar las simpatías de los grupos refundacionales de ultra izquierda, implantaron un mensaje radicalizado y maximalista, que aisló el proceso de reformas y causó grave daño al gobierno.

En los hechos se impuso un "relato" que conllevaba un claro desapego a la necesidad de la gradualidad en las reformas. Los voceros de esa visión ahora se hacen los desentendidos, algunos dicen que se van de la Nueva Mayoría, la deserción para ellos es habitual, abandonan la tarea para eludir su responsabilidad. No obstante, esa conducta frívola, se requiere insistir en la gradualidad  del proceso de reformas y en la configuración de mayorías que lo respalden para no proponerse lo irrealizable, ni en este ni en un futuro gobierno.

Los que propiciaron la estrategia de hacerlo todo al mismo tiempo, con el criterio que la carga se arreglaba en el camino, ahora menoscaban los resultados generados por las metas que ellos impusieron y se apartan con ácidas críticas, preparando sus candidaturas desde fuera, como expresiones contestatarias. Esa deslealtad se veía venir ya que son oportunistas incapaces de responder a su condición de gobierno, aunque se alimentan de el hace ya un cuarto de siglo. Venden una imagen extra sistema, para acomodar el discurso.

Recuerdo cuando a mí y a otros se nos descalificaba por sostener que las reformas debían ser sucesivas, graduales, que pretender que todas ellas fuesen simultáneas no iba a funcionar se nos replicaba con tono de censura y autosuficiencia que esta vez no se trataba de "reformitas" sino que "la cosa iba en serio".

No se sabe que dicen ahora quienes entregaron áreas claves en sus ministerios, para que los ideólogos refundacionales ensayaran a sus anchas una visión política confusa, seudo igualitarista, que distorsionó la estrategia reformista ayudando a fortalecer los argumentos de la derecha y que, en suma, sólo consiguió poner freno a las reformas y aisló al propio gobierno.

La conclusión es que pocas veces un grupo de fuerzas políticas, como las de la Nueva Mayoría, deben haberse empeñado tanto en su propio debilitamiento, en una tarea tan miope, tan contraria de sus propias perspectivas, como la que se ha llevado a cabo este último tiempo. El balance indica que el debilitamiento de la acción común en el bloque de gobierno pasó a ser un factor decisivo para socavar sus bases de sustentación, las que daban respaldo a sus compromisos ante el país.

Se ha provocado un daño enorme. La confianza y seguridad en lo que uno cree, en sus ideas y convicciones no puede significar soberbia. Sobretodo cuando se trata de gobernar, ya que tal responsabilidad significa atender y valorar el país en su conjunto. Chile es uno sólo, enfatizó Patricio Aylwin al comenzar la reinstalación de la democracia. Para ello hay que forjar mayorías nacionales sólidas, así se avanza y robustece la gobernabilidad democrática.

Los hechos no admiten doble lectura, si no existe la voluntad de ser mayoría se termina siendo minoría. La teoría de no cambiar nada para no "desfondarse" por la izquierda es un grave error y coarta la amplitud necesaria para las reformas. Creer que su base es dogmática, 100% ajena a demandas masivas como las exigencias de mejorar la gestión en salud y otras áreas, de combatir la delincuencia y cansarse ante la corrupción, indica que hay ideólogos que se creen de izquierda, pero que no la conocen ni la comprenden en su cultura popular. Piensan con las caricaturas de la derecha.

Ahora, tomar como línea de acción el desorden y el escapismo no enaltece a nadie, que cada cual se salve como pueda y proclamar el término del acuerdo político que dio vida a la Nueva Mayoría vendría a ser un último acto de irresponsabilidad política que concluiría de manera penosa una etapa que se advertía como promisoria y que no debe terminar como está aconteciendo.

Para recuperarse hay que mantener la unidad, respaldar las candidaturas a los comicios municipales y realizar una clarificación programática y política que nos permita asumir el desafío presidencial y parlamentario del próximo año. Es evidente que nadie sobra, que todas las fuerzas son necesarias y que la exclusión no se justifica. Pero, hay que saber el rumbo y definir bien hacia donde vamos y lo que proponemos a Chile.

Asimismo, hay que rechazar a los corruptos y darle confianza al país que no tendrá espacio para seguir lucrando desde el servicio público en exclusivo provecho personal. El Presidente Allende, nos dejó ese legado que señala, "se podrán meter las patas pero no las manos". Ese es el compromiso.

Dejarse llevar por el derrotismo o no asumir la realidad tal como es, no hará sino que facilitar el regreso de la derecha al poder. Hay que reponerse y reconstituir una ruta de reformas, con acuerdos que permitan mayorías reales y eficaces que las apoyen, hagan viables y sostenibles en el tiempo, con una preparación social, política y técnica que así lo determine, hay que dejar de improvisar, volver a un rumbo de unidad y rehacer el respaldo que nos permitió hacer progresar a Chile. 

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