"Si estamos atrapados en visiones ideológicas desde las cuales la conversación reflexiva no es posible, no hay democracia". Mensaje póstumo que nos dejó el gran Humberto Maturana, en su libro "La Revolución Reflexiva".
Lo escribió desde nuestra realidad. La misma que envuelve a nuestra política y pone en jaque nuestra democracia. Porque, en definitiva, son las ideologías de lado y lado las que al final se quieren imponer por sobre la realidad y la honestidad. Al respecto agregaba: "Hemos dicho también que vivimos una crisis de honestidad cada vez que declaramos un cierto propósito, pero tenemos otro, somos deshonestos. Si declaro que tengo una responsabilidad social y cometo actos en contra de eso, entonces estoy siendo deshonesto".
Cuando hay deshonestidad el diálogo se hace imposible, porque siempre uno está pensando no en lo que dice su contendor, sino en lo que no dice, pero está detrás de esa opción. ¿Cómo nos podríamos entender así? Los intereses subyacentes, las mentiras y medias verdades como parte del diálogo, lo hacen insostenible.
La superioridad moral, en medio de una actividad donde todos han cometidos errores y horrores de distinto calibre, no es posible. La política se debe construir a partir de la humildad y no de la altivez, de la sencillez y no de la soberbia, de la real preocupación por el bien común por sobre sus intereses personales, de una verdadera misión de servicio y no de servirse como misión.
Louis Dumur, escritor y periodista francés, decía que "la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos". Aparente inspiración de muchos de nuestros políticos.
La política es la más noble actividad de servicio, señala la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Que extraordinario sería si fuese realidad. Es actuar con verdadero respeto a la dignidad humana de quienes representa y con quienes parlamenta. Lo que conlleva escuchar real y genuinamente antes que reclamar. Valorar al otro y a los otros en base a esa dignidad y no imponer su posición a rajatabla.
Para el gran José Mujica, "la política es el arte de extraer sabiduría colectiva poniendo la oreja". Para ello hay que escuchar mucho, antes que escucharse. Dialogar con la gente, estar cerca de sus dolores y sueños.
Humberto Maturana y Ximena Dávila, en el libro citado, marcan muy claramente el horizonte: "La democracia no es solo una forma de elegir autoridades a través del voto- y no podemos reducirlo a eso- sino un acuerdo de convivencia en la honestidad, en el mutuo respeto, en la conducta ética, en la colaboración y en la equidad social" (p. 45).
Muchas veces se ve lejano el interés por el bien común, ya que priman las mediciones en función de los votos.
Es hora de que exijamos a nuestros políticos un cambio de conducta. Quienes no estén dispuestos a hacerlo deben ser castigados por el voto. Para ello es necesario que los electores seamos mucho más responsables y evaluemos muy bien a quiénes damos nuestra preferencia.
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