Sube a nacer conmigo, Lagos

Tras la decisión del Comité Central del Partido Socialista de optar por llevar como candidato a la presidencia de la República a Alejandro Guillier y no Ricardo Lagos Escobar, al escuchar a los comentaristas radiales y leer a los columnistas de rigor, si uno no hubiera conocido la noticia podría haberse preguntado si lo que oíamos era un obituario del ex Presidente o el comentario de una derrota electoral.

Fue el fin del político Lagos. Y con ella, la derrota definitiva de la Concertación.

Su ocaso, anticipadamente predecible dados los resultados de las encuestas, igualmente fue noticioso. Porque hay formas y formas de perder. Y la de Lagos, por una serie de razones, edad, dificultad de reinventarse, cantidad de anticuerpos que demostró su candidatura, da cuenta de una cierta imposibilidad de levantarse.

Es cierto aquello que Churchill decía de que lo emocionante de la política es que la guerra se puede morir una sola vez pero en política, muchas, pero también lo es que la forma de la muerte marca la capacidad de resucitar. Da lo mismo su intacta brillantez, o el magnetismo que genera entre los suyos. Tras esta derrota, casi con certeza, la Concertación no volverá del fondo de las rocas, no volverá del tiempo subterráneo, no volverá su voz endurecida, no volverán sus ojos taladrados.

La primera lectura frente a una situación como la que enfrentó Lagos es cuestionarse su causa. ¿Fueron los socialistas los que lo bajaron? La votación secreta del Comité Central del Partido Socialista - vaya nombre, casi sacado del Politburó soviético, nada sorprendente en un Partido que aún reconoce como inspiración al pensamiento marxista - responde más que nada a la necesidad de conservar el poder que  adoptar una concepción política determinada.

Fue el propio Lagos quien propició su destino, al inmiscuirse en política electoral, bajando desde el Olimpo consagrado a quienes el tiempo ha puesto por sobre el bien y el mal. Las comparaciones son injustas, pero por ejemplo Aylwin supo cuando refugiarse en el silencio y perpetuar su memoria. El esplendor de Lagos, el de la valentía de enfrentar a Pinochet con estudiado pero certero gesto ante las cámaras, el del primer gobierno socialista después del fracaso político de Allende, el primero que pudo gobernar con el ocaso de Pinochet silente después de su retorno desde Londres, se opacó, imperceptiblemente para los que lo rodeaban, con cada intervención en política de terreno que tenía.

Ese fenómeno fue imperceptible, seamos justos, incluso para el mismo Lagos. Después de su salida de La Moneda, nada volvió a ser lo mismo. Nunca lo fueron a buscar a Caleu como esperaba, no entendió que los códigos habían cambiado, que ya no bastaba con bajar candidatos por secretaría, confieso que pensé que, como antes, le alcanzaría, y que el poder del MAPU sería, como siempre, imbatible, sino que era necesario algo más.

Es que mientras más bajaba del Olimpo, más discutible se volvía su legado. El socialista amado por los empresarios, el que derivó a concesiones variadas obras públicas, felicitaciones por aquello, pero que no cuidó el precio a pagar por las mismas. El presidente de la pérdida de la inocencia: MOP Gate fue probablemente la estocada más dura sufrida por la ética de la Concertación, hasta entonces premunida de una superioridad moral –autoasignada, por cierto- de la ética del combate a una dictadura. Nada, reitero, volvió a ser lo mismo. Nada, salvo las fórmulas de Lagos, que fueron exitosas durante los noventa, pero que hoy no respondieron a la ciudadanía.

La segunda pregunta, inevitable, es la herencia. ¿Qué dejó Lagos como legado político? Aparte de un gobierno de luces y sombras, la dispersión socialista y la irrupción de otros movimientos cada vez más a la izquierda dan cuenta de, como diría Neruda, de que la joya no brilló o la tierra no entregó a tiempo la piedra o el grano…

No solo no dejó sucesores directos. La derrota ante un candidato sin ideas, que funda su popularidad en el carisma, que sus propios partidarios llamaban a “inyectarle contenidos”, demuestra que sus descendientes políticos no están aún a la altura de heredarlo. Por la izquierda se les abren nuevos flancos, que no solo lo denostan sino que buscan destruir su legado. Matar al padre, le llaman en psicología. Boric ha dicho que él  “…es parte de quienes han generado el malestar que hoy atraviesa al pueblo de Chile” y Jackson ha aseverado que sus planteamientos están “anclados en ideas del pasado”. Bastante evidente resulta la distancia que toman. Es difícil, parafraseando a Neruda, pensar que ellos vayan a hablar por esa, su boca, muerta.

La pregunta final, una vez superada la algarabía de haber matado al padre, ¿vendrán los arrepentimientos de la izquierda? Porque al dejar afuera a Lagos, mataron a lo que quedaba de Concertación y con ella al proyecto político más exitoso que pudieron crear.

Ahora, libre la DC de optar por otros caminos, el socialismo se deberá debatir entre la intrascendencia en la oposición o la intrascendentalidad de la levedad de las ideas de Guillier. ¿Llorarán, como el Poeta, desde la oposición, “horas, días, años, edades ciegas, siglos estelares”? Me parece que sí.

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