Telecolumna

Seis comunas de la región Metropolitana permanecen en una fase de cuarentena obligatoria producto de la pandemia que afecta al mundo entero. Esto, por cierto, supone una serie de desafíos sociales. Desde la aglomeración en supermercados y farmacias hasta el trascendental rol educador que se encuentran cumpliendo los padres de aquellos niños que están imposibilitados de asistir a sus jardines y colegios. Considerando muchos otros retos, lo cierto es que el paradigma de la vida en comunidad parece estar cambiando rotundamente, tanto desde una dimensión familiar, económica y, por cierto, laboral.

Durante estos días, resulta absolutamente natural ver a profesores dando clases universitarias por plataformas digitales u observarnos a nosotros mismos desempeñando algunos oficios de manera telemática. Sin embargo, por más comprensible y naturales que sean estas realidades, lo cierto es que es un fenómeno absolutamente novedoso que, hasta hace algunas semanas, era mirado con recelo y crítica.

Haciendo algo de historia, recordemos que durante el año 2010 el presidente Piñera envió al Congreso un proyecto que pretendía regular el trabajo a distancia. Por esos años, la iniciativa estuvo lejos de contar con el apoyo necesario, quedando sólo en el primer trámite constitucional en la Cámara de Diputados. Ocho años después, en su segundo gobierno, el mandatario presenta un nuevo proyecto para normar el teletrabajo. Esta vez la iniciativa del ejecutivo no pasó desapercibida, logrando despertar las pasiones de aliados y opositores.

Algunos sostenían que la medida iba a aportar flexibilidad laboral, la que se consideraba esencial para enfrentar un contexto económico complejo (¡sin saber lo que se venía!). Otros argumentaban que la iniciativa iba a precarizar las condiciones de los trabajadores, trastocando la limitación horaria diaria y dejando abierta la puerta a no pagar horas extras.

Así mismo, se sostenía que sólo el 1% del mercado laboral teletrabajaba y que Chile no estaba preparado para esa modalidad. Pero bueno, el virus llegó, y hoy, como muchos, me encuentro escribiendo esta opinión desde mi hogar, en una oficina improvisada y bajo una normativa que desconozco.

Paradójicamente, el proyecto de teletrabajo recientemente promulgado por el ejecutivo vino a regular una práctica que desde ya se encontraba bastante precarizada.

La define, le pone límites, establece los requisitos que se deben cumplir y hasta le confiere poder a la Dirección del Trabajo con el fin de que ejerza un importante rol fiscalizador. En esta línea, la primera disposición transitoria de la normativa es elocuente. El legislador admite que es una realidad generalizada, obligando al empleador a ajustarse a la nueva ley (que se traducirá, en abril probablemente, en un nuevo título del Código del Trabajo).

Pero es evidente que la normativa, por más aplicable que sea durante estos meses, se circunscribe a algo más profundo y subyacente.

Durante el 2018, algunos laboralistas chilenos sostenían que los beneficios que se le atribuía al teletrabajo no eran tales. Alguno, incluso, acusó al gobierno de caer en una argumentación de bajo nivel basada en lugares comunes que no contaban con evidencia. Lo cierto, sin embargo, es que el tema del teletrabajo ha sido ampliamente estudiado en ciencias sociales. Ya en el año 2007, Gajendran y Harrison publicaban en una importante revista académica un meta-análisis que destacaba los beneficios de esta modalidad.

Entre otras cosas, los autores concluían que incrementaba los índices de autonomía y la percepción de una mejor compatibilización entre familia y trabajo, sin dañar las relaciones laborales producto de la distancia. Además, sostenían que aumentaba la satisfacción laboral y disminuía el estrés. 

Es imposible negar los desafíos que supone una modalidad de trabajo a distancia o telemático. Habrá que hacer una evaluación como corresponde, y distinguir los beneficios y problemas que podría suponer el caso chileno.

Sin embargo, es esencial que este proceso se haga desde la buena fe y sin prejuicios. Aunque la normativa se haya aprobado por la crisis que nos afecta, es fundamental reconocer que es una realidad que seguirá afectando a muchos trabajadores chilenos. Para varios oficios, el teletrabajo llegó para quedarse.

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