Un gobierno sin ilusión y sin rumbo

Nunca se había visto a la UDI tan deslucida como en el recientemente concluido Consejo General. Tiene nueva directiva pero no nuevos ánimos. Acostumbrada a fijar líneas estratégicas de largo plazo, aparece atrapada en la coyuntura.

Por una parte los intereses partidarios han entrado en colisión con la conducción política de La Moneda, en el caso de Rodrigo Alvarez, lo han defendido, se han ofendido, pero no se han decidido a actuar en consecuencia.

Lo que tendrían que decir es que este gobierno muestra algunos resultados positivos, pero tiene una falla política medular. Y este último es el factor que verdaderamente importa, lo sabe de sobra un partido acostumbrado a perfilarse en períodos largos.

El desenlace del caso Alvarez no lo puede atribuir a la militancia de los actores del Ejecutivo. De hecho entre ellos han tenido papeles protagónicos algunos de sus militantes o de personas cercanas al gremialismo. Es simplemente que el liderazgo de gobierno, desde el Presidente hasta su equipo de conducción central, no ha conseguido cumplir a cabalidad con su papel.

No se entenderá nada de lo que va a pasar de aquí en adelante si no se tiene en cuenta esta secreta confesión de fracaso, que está quedando impregnada en las actuaciones de los principales líderes de la derecha.

Los antiguos decían que los dioses a veces castigan a los hombres dándoles lo que desean.

La derecha ha aspirado y suspirado por llegar a La Moneda desde su salida del poder con Pinochet. Después de tanto intentarlo lo ha logrado, sólo para comprobar que la cantidad de errores cometidos en el ejercicio del mando, parece superar el número de aciertos.

A lo mejor hay algunos que sean más optimistas, y que consideren que los resultados de la gestión de Piñera (bien mirados, mejor analizados y todavía mejor explicados) terminarán por imponerse como una evidencia a la mayoría.

Puede ser, pero lo más creíble es que esta argumentación corresponda más a un anhelo siempre defraudado que a un diagnóstico certero. En realidad ya no es tiempo para planificar, innovar o sorprender; lo que se ha estado esperando es que se cumpla con eficiencia y diligencia con lo prometido. Esto ya no ocurrió. La gestión sectorial es desigual (con altos y bajos) pero la conducción política es, simplemente, deficiente.

Ya no queda qué esperar. Es más, lo que reina es un amplio consenso de hastío y desaliento. De este gobierno no se dice que lleva dos años, sino que “aún quedan dos años” para que termine. De allí que se hable tanto de los presidenciales en el oficialismo. Es una forma de recuperar ánimo y confianza. Se pide del futuro lo que el presente no puede entregar.

Lo que de verdad ha afectado a la derecha, y lo que más patente está quedando –dejando de lado, por cierto, el pésimo desempeño presidencial- es la falta de hábitos republicanos, practicados por sus dirigentes.

La prueba más evidente que se tiene a mano es la renuncia de Alvarez al ministerio de Energía. Por supuesto que el dirigente gremialista tenía todo el derecho a considerar que fue maltratado en la negociación con el movimiento social de Aysén.

Mal que mal se le hizo dar la cara, sin capacidad de negociación y sin posibilidad de salir bien parado. Y cuando todo se resuelve se le excluye de la mesa de diálogo.Todo esto es cierto y entendible.

Pero lo que no se podía hacer, era convertir su caso en una exhibición de queja al Presidente, al Gobierno y a sus colegas de La Moneda. Lo que correspondía, para proteger las instituciones involucradas era guardar silencio.

Por cierto, los gremialistas y los amigos de Alvarez podían poner el grito en el cielo y hacer ver lo inapropiado del trato que se le dio. El único que debía guardar silencio era el ex ministro. Sin embargo, el ex ministro ha sido más locuaz tras su salida que en el gabinete.

Y eso no corresponde. Si no se entiende esto en la UDI, está claro que no saben en lo que están medidos al hacerse parte de un gobierno.

Hay que tener un estado de espíritu muy especial para deshacerse en alabanzas al presidente Piñera, al tiempo que se declara que el diseño original de gobierno ha fracasado. La ceguera que demuestra un dirigente gremialista de primera fila es abismante. Cree que se puede dar públicamente como frustrado, dolido, maltratado y desengañado por la falta de mística en el oficialismo y que después, nadie sabe cómo ni por qué, la administración puede seguir el trayecto que le queda como si nada.

Sinceramente, tras estas palabras, a la Concertación le queda poco espacio propio para ejercer la crítica al oficialismo desde su lado de la cancha: lo peor se lo dicen sus partidarios sin necesidad de complementos más duros.

Lo más extraño de todo, es la costumbre oficialista de darse todos los gustos verbales que les vienen en gana y luego, como si nada, dar por superadas las crisis.Es como si se partiera de la base de que todo está permitido, nada deja huella y que cada día se parte de nuevo. Sin heridas, sin compromisos rotos y sin necesidad de lealtades honradas. Hay demasiada superficialidad en la forma como se está conduciendo el país.

En definitiva, el mayor problema de la derecha es su baja tolerancia a la frustración.

Cuando las cosas no resultan como se esperaba se repliegan o se privatizan. Pero ni los mejores ven razones para mantener la disciplina, la compostura y una conducta republicana consecuente.

Muchos han reconocido en la derecha el que no se estaba preparado para gobernar. A decir verdad, han tenido toda la razón.

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