Un nuevo ciclo en Chile y América Latina

Con el cambio presidencial en Chile, este 11 de Marzo, se afianza un nuevo ciclo en los países sudamericanos, desde la izquierda o centroizquierda hacia bloques políticos de derecha o centro derecha.

El péndulo cruza el escenario y el núcleo más conservador de la sociedad busca reemplazar las políticas de protección e inclusión social por la acción del mercado, que los ricos ganen mucha plata para “ayudar” a los pobres. Lo que llaman conservadurismo compasivo.

En el nuevo escenario, en la centroizquierda habrá ácidas lamentaciones, se querrán ajustes de cuentas y la autocrítica necesaria, pero lo perdido, perdido está y la derecha ya ganó lo que quería: el control del sector público, la toma de decisiones en el Estado, mientras los derrotados valoran demasiado tarde lo que no supieron mantener. Ahora bien, ¿qué pasó, que vientos trajeron el mal sabor “de lo que pudo haber sido y no fue”?

En Argentina, la positiva etapa de sentido popular bajo el liderazgo de Nestor Kirchner, que supo resolver una aguda inestabilidad en el sistema político, fue seguida por la gestión de su viuda, Cristina Fernández, que aumentó fuertemente el gasto fiscal para financiar los compromisos sociales e intentó un giro al proteccionismo, en pugna con los llamados “capitales buitres”. Así surgió una dura polarización. En este clima de fuertes tensiones, su ciclo acabó con un viraje a la derecha, con Mauricio Macri, a la cabeza de fuerzas mayoritarias, pero heterogéneas, cuyo discurso fue acabar con los abusos, la manipulación del gasto y la corrupción.

En Brasil, la Presidenta Rouseff fue destituida por el Parlamento, a través de una acusación constitucional que entregó el poder a una variopinta alianza de centro derecha, que indicó un fuerte aislamiento de su Partido, el PT, imposibilitado de prestarle respaldo eficiente en tan difícil situación, al verse anulado por el cuestionamiento sufrido por la recesión económica y graves violaciones a las normas de la probidad y la transparencia para gobernar, incluido el ex mandatario y líder popular, Ignacio Lula da Silva.

En Colombia se forjó el Acuerdo de Paz que puso fin a la guerra con las FARC, cuyos efectos fueron devastadores para la sociedad colombiana, ello a pesar de la oposición de la derecha belicista liderada por el ex Presidente Uribe y de la resistencia de núcleos internos de la guerrilla y de una organización militar, el ELN.

Se trata de un proceso que sufre retrocesos y tensiones, pero que remarca que no hay camino para afianzar las conquistas democráticas que no sea la de erigir una sólida base institucional que las consolide y robustezca en el tiempo.

En Perú, el ex Presidente Ollanta Humala y su esposa, representantes de una propuesta nacionalista de izquierda, están presos por una imputación de recibir sobornos del consorcio Odebrecht.

Asimismo, su sucesor, el Presidente Kuczynski, su principal opositora Keiko Fujimori y otros personeros aparecen ellos o sus cercanos envueltos en esas mismas redes de injerencia empresarial, vía sobornos en la política. El balance final es observar la gobernabilidad democrática en Perú conmovida por una funesta crisis.

En Ecuador, el áspero enfrentamiento entre el actual Presidente, Lenin Moreno y su antecesor, Rafael Correa, crea una brecha que genera en la derecha una ola de activismo para reinstalarse en el poder, sin que con ello pueda borrar el enorme mérito de la izquierda que dio al país estabilidad institucional, progreso económico e inclusión social, terminando con décadas de intermitentes golpes castrenses.

En Bolivia, el balance de Evo Morales tiene de positivo haber detenido la alternancia de golpes castrenses y débiles gobiernos civiles; aunque ahora, como es habitual, en líderes de origen caudillista, intenta eternizarse, usando el ultra nacionalismo, cambiando las reglas de reelección y socavando la estabilidad institucional, por la que él mismo tanto se esforzó.

En Uruguay, la coalición de izquierda y centroizquierda, Frente Amplio, logró la ruptura de la alternancia tradicional, de centro y derecha gobernante por décadas, excepto la dictadura del 73 al 84, generando un nuevo horizonte al sistema político y a la economía del país, instalando una mayoría nacional tres periodos sucesivos, el Presidente socialista Tabaré Vasquez, luego José Mujica y de nuevo Tabaré Vasquez, dando a Uruguay un ciclo de cambios en democracia que lo distingue en el continente.

En Cuba, las reformas económicas aplicadas  por el gobierno liderado por Raúl Castro, y su aporte a procesos tan importantes como la paz en Colombia, tuvieron un estímulo desde los propios Estados Unidos con la normalización de relaciones que tuvo como protagonista al ex Presidente Barack Obama, ciclo inmediatamente interrumpido por la asunción de Donald Trump que azuza de nuevo el bloqueo usado ya casi 60 años.

En Chile, los casos SQM, Penta, Corpesca, Caval y Odebrecht desde Brasil, dañaron profundamente la credibilidad del sistema político y afectaron la consecución del programa cuyo propósito era enfrentar la desigualdad. Este proceso gradual, se vio afectado por la falta de unidad necesaria para lograr la amplitud que hiciera viable cambios sociales largo tiempo requeridos.

Aún así, la aplicación de reformas de sentido popular y social a lo largo de varios y sucesivos gobiernos, en especial, en el sistema de educación, el reconocimiento de derechos negados o arrebatados durante décadas, tanto al movimiento sindical como a los pueblos indígenas, el fortalecimiento sucesivo de las políticas de género, los esfuerzos redistributivos y de regulación en los mercados, crear competencia y nuevas tecnologías en sectores monopolizados como el eléctrico, las tareas destinadas a una mayor justicia laboral y la agenda por la diversidad y la tolerancia, sin duda, son impulsos de alcance histórico en Chile y en el continente que, en forma lamentable, se empañaron por malas prácticas, abusos de poder y la avaricia por pagos indebidos.

Luego que América Latina estuvo sometida en los años 70 y 80 a dictaduras castrenses que ejercieron una dominación con crueles sistemas represivos, en los 90 volvió la autoridad civil y terminó esa dura etapa.

Fue la vuelta a la democracia, una tarea de largo aliento, con sus logros y debilidades, que permitió estabilidad institucional, respeto a los Derechos Humanos, desarrollo social, crecimiento económico y la interlocución internacional que las dictaduras nunca tuvieron. En ese lapso, dentro de lo positivo, la ineficiencia, falta de transparencia y la corrupción, fueron ganando un espacio fatal.

En Chile, por vacilaciones o concesiones indebidas a los poderes fácticos, el sistema político se erosionó y creció una visión refundacional, que rechazó el conjunto del periodo de consolidación de la democracia.

Este desencanto incluyó el menoscabo a la gestión, el crecimiento económico, control de la inflación, del desempleo y resolver la deuda externa que fueron ninguneados como “economicistas”, pero los avances sociales no hubiesen sido posible sin los recursos para financiarlos.

La crítica fundada en la idea que “las cosas no se hicieron porque no se quisieron hacer” trasluce un antiguo populismo, enraizado en la tradición del caudillismo latinoamericano, que desprecia la política y los partidos tras la creencia que la acción de grandes líderes determina la historia, argumento hermano del subjetivismo que concibe el cambio social como un acto discursivo, que basta decirlo para hacerlo, esa visión validó una oposición más a la izquierda, pero también impulsó y alimentó el tosco discurso populista con que ganó la derecha.

Asimismo, en América Latina, el populismo autoritario de derecha ganó adeptos en el ámbito de las políticas de seguridad pública, ya que no hubo un cambio significativo en la situación. En las ciudades, el narcotráfico y otros crímenes, han atomizado la organización social y las patotas se toman barrios y sectores urbanos ante la ineficacia de las medidas aplicadas, muchas de las cuales quedaron a medio camino.

Tampoco colaboró a la consolidación de mayorías nacionales de centroizquierda, la política de confrontación y de persecución a las fuerzas que no le sean incondicionales, practicada en Venezuela por el régimen de Nicolás Maduro, que actúa con un criterio similar a las dictaduras de los 70 y 80, al que disiente lo aplasto. Esa estrategia de lógica bélica crea un impacto tan negativo que resulta funcional al discurso regresivo de la derecha neoliberal en América Latina.

Asimismo, en el nuevo escenario global, se generó una confusión conceptual que hizo sinónimos dos términos que no lo son, democracia y neoliberalismo, se les trata en el mismo tiempo y espacio y, por tanto, fatalmente se les confunde, lo que ha llevado a que el rechazo de las distorsiones neoliberales haya pasado a ser un errado desprecio o menoscabo de la democracia.

En la década de los 80 se logró reponer la democracia, en este periodo, Chile y América Latina se transformaron, ya no son lo que fueron; esa misma democracia, débil, recortada o como fuera los hizo cambiar, hay más riqueza y también más codicia. La derecha pretende satisfacer tales apetitos, con su fórmula invariable, el mercado. Es lo que intentará en esta etapa.

En suma, en un proceso que no es lineal, en países gravitantes de América Latina la derecha volvió al poder, eso pasa por que el cambio social es fruto de robustas mayorías que se deben consolidar y preservar, el reto de la izquierda está en la responsabilidad política para gobernar, de tener amplitud para afianzar la democracia, gradualidad, respeto a los partidos políticos y el pluralismo que representan, asegurando la gobernabilidad democrática, garantía que los abusos dictatoriales nunca regresen.

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