Esta semana se cumplen 3 años desde la asunción de Gabriel Boric a la Presidencia de la República, muchos dirán "el tiempo pasó volando", por el contrario, habrá a quienes "se les hizo eterno", otros que no fue ni lo uno ni lo otro. En fin, imposible una sola opinión. Así es la vida, especialmente, la política. Por eso, el pluralismo es esencial.
Este es el séptimo gobierno democrático desde marzo de 1990, cuando asumió la Presidencia Patricio Aylwin y se materializó el retorno a la democracia, con la instalación de un gobierno civil electo por la ciudadanía. Ya son 35 años y se ha producido la alternancia de los bloques políticos como el cambio de generaciones en la conducción del país, por eso, es posible constatar que parte de los protagonistas principales de la actualidad no vivieron la época del régimen dictatorial.
Sin embargo, paradójicamente, el peso del terrorismo de Estado, sistemáticamente practicado durante 17 años, pesa sobre Chile como una lápida acusatoria de crímenes bestiales, crueldades inenarrables y abusos de poder ejercidos para instalar un modelo de dominación, el sistema neoliberal, no importando la voluntad del pueblo chileno ni el costo que ello significaba.
En el periodo de los cuatro gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia la realidad del país cambió positivamente, aunque los frutos del crecimiento fueron acaparados por un sector reducido de la población, pero no hubo más crímenes feroces ordenados desde La Moneda y se respiró paz social después del clima de terror de la dictadura; en tales momentos, surgían voces desde la derecha y el estamento castrense pidiendo olvidarse del pasado, algunas de ellas parte directa de crímenes atroces trataban de instalar una amnesia colectiva que borrara los padecimientos terribles provocados por la dictadura y la complicidad de esos mismos personajes en esas atrocidades.
Hubo desmemoriados o acomodados a estatus de privilegio que pisaron esa trampa nefasta y dijeron que la marcha del país iba bien y que no se debía contaminar ese nuevo y "ventajoso" progreso con el recordatorio de tales "excesos".
Ese criterio surgía de una apreciación sesgada y autocomplaciente del país, sin reconocer las contradicciones de la realidad nacional y el quiebre social que se abría bajo los pies de muchos de los que se auto elogiaban con tanto esmero. Incluso los avances positivos empezaron a teñirse de una mirada plana, acrítica, que provocó una grave pérdida de percepción de conflictos y necesidades sociales profundas que se incubaban en la realidad nacional. Era más fácil la euforia y más placentero recibir el halago interesado existente en el enfoque preponderante en los medios hegemónicos.
Respondiendo a las contradicciones sociales, el gobierno de la Nueva Mayoría, también liderado por Bachelet, dio un paso enorme al avanzar hacia la gratuidad de la Educación Superior, ese fue un logro esperado por décadas con el fin que los hijos de los hogares de la clase trabajadora lograran materializar el sueño del ingreso a la universidad.
No obstante, la falta de un liderazgo adecuado de la izquierda y centroizquierda fue un factor, entre otros, que creó las condiciones para el triunfo de la derecha cohesionada con un programa de gobierno inspirado en el revanchismo hacia las conquistas sociales. Así, la situación política se agravó con la soberbia del segundo gobierno de Piñera y áreas tan importantes como educación quedaron en manos de personas fanáticas, partidarias de un libre mercantilismo a ultranza que les favorecía individualmente, asegurándoles contratos seudoacadémicos con pagos de 17 millones mensuales, de esa manera, no hicieron más que apagar el descontento popular con bencina.
Los secundarios resistieron el alza de las tarifas del transporte público y la respuesta indolente de la autoridad que se mofo de los reclamos estudiantiles fue lo que faltaba y el país se vio envuelto en el estallido social de octubre-noviembre de 2019.
Las dimensiones que cobró la insubordinación de la civilidad no tienen precedente conocido en Chile. No hay duda que remeció los cimientos del sistema político. Por eso, el conjunto de los partidos participantes en el Congreso Nacional se embarcaron en el proceso constituyente con vistas a lograr una nueva Constitución Política para Chile. Pero, primó un voluntarismo insensato. La propuesta que se entregó a la ciudadanía fue rechazada. Un segundo intento también fracasó, esta vez por la locura de la ultraderecha.
En este período crítico, el Estado se mantuvo en pie y se eligió al nuevo Presidente, Gabriel Boric, y al Congreso Nacional. El gobierno que asumió en marzo de 2022 logró estabilizar la situación nacional y recobró la gobernabilidad democrática. La derecha en su odiosidad no lo reconoce, pero así fue. La gestión económica frenó un grave brote inflacionario sin recortar derechos sociales fundamentales, en particular, creció el salario mínimo, además avanzó la jornada laboral de 40 horas y la reforma de las pensiones. Asimismo, se legisló para pagar la deuda histórica con el magisterio, pendiente más de 40 años.
Pero, el descrédito del sistema político creó una ultraderecha populista y dogmática, cuyo sentido de ser es cuestionar la tradición política existente y golpear duramente a los partidos, instalando una sombra autoritaria que cuestiona el régimen democrático. Por ello, las fuerzas del cambio social no pueden dividirse o dispersarse. El último año de gobierno necesita la unidad del conjunto de los demócratas chilenos de izquierda y centroizquierda. La gobernabilidad democrática lo requiere. La candidata de la derecha tradicional ha implorado y expuesto, claramente, como su preocupación política principal entenderse con la ultraderecha que desprecia el régimen democrático. Según dice "no son tantas las diferencias". Hace un siglo, los monárquicos reaccionarios alemanes decían lo mismo del nazi fascismo y les facilitaron el control del Estado.
Ante ello, la tarea clave es frenar la regresión autoritaria y preservar los avances sociales que tantas luchas costo conseguir. La derecha chilena de hoy es una expresión reaccionaria, revanchista, contestataria del progreso social. Hay que derrotarla, ese es el gran desafío.
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