¿Vale la pena?

Soledad Araya
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Lloro y no dejo de llorar, aunque no quiero hacerlo. Siento que mi alma se rompe.

No quiero perder esta emoción porque quiero escribir sobre ella, y entonces preparo la grabadora del móvil y registro estas palabras. Qué estúpido suena decir que no quiero perder la magia de lo que estoy sintiendo, porque esto de magia no tiene nada, y las lágrimas siguen corriendo por mis mejillas sin que yo haga nada porque eso ocurra y tampoco porque pare de una vez.

Dejo sobre la mesa el libro que leo, de Baradit, “La Dictadura. Historia Secreta de Chile”. Lo abrí en cualquier hoja… y me encuentro con el capítulo acerca de la desaparición y posterior muerte de los profesores Guerrero, Parada y Nattino, y pienso que estamos en 2020 y poco o nada ha cambiado.

La misma brutalidad, el mismo odio, la misma irracionalidad hoy enfrenta otro enemigo más antiguo aún, más desprotegido, más ancestral: los mapuche. El fondo es el mismo, los buitres los mismos, los carroñeros los mismos.

Me siento impotente, indefensa, traicionada. Me da tanta ira no poder hacer nada, no tener fuerzas, no tener bríos, no tener cojones para pararme de esta silla donde tomo el tibio sol de invierno y hacer algo más que escribir, algo más que grabar, algo más que llorar…

Y entonces doy una mirada a mi entorno, a lo que pasa en el mundo. Ahora con esta maldita epidemia que hasta dudo que sea verdad, y me tiento con suscribir alguna de las decenas de teorías conspirativas que circulan; a veces dudo en serio... otras, creo que efectivamente el virus existe y es todo lo mortal que se dice; o también, que el virus existe pero no tiene la letalidad que le han asignado y que la idea es mantenernos quietos como la única forma de preparar las condiciones para un nuevo orden mundial a la pinta de los que tienen y quieren mantener el poder.

Y obviamente sigo divagando, y miro a Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, y me encuentro con que lo gobierna un payaso ególatra que podría perfectamente volver a ser presidente de ese país, y tiemblo de ira y desazón de pensar que eso es muy posible, y que tengamos dirigiendo los destinos del mundo a un hombre que es la personificación del odio, de la desigualdad, del poder absoluto y no me lo quiero creer. Me niego.

Y cuál es mi protesta, me pregunto, y es llorar más copiosamente aún, lo que aumenta mi ira, si cabe. Me siento menos que un insecto.

Estoy con Mafalda (con Quino realmente). “Paren el mundo que me quiero bajar”. Paren esta mierda que no quiero seguir en ella. Repaso las imágenes de la asquerosa proclamación de mentiras de dicho Presidente,  en una Convención de Burlesque y no puedo obviar la cara de asco de su mujer… algo de decencia en esa comedia putrefacta en la que decidió participar… obviamente por algún interés inconfesable.

Sigo en el continente y aparece otro loco desquiciado que solo nos avergüenza, en esas tierras verdes donde se defiende de la depredación el fabuloso Amazonas.

Otro perturbado con aires de grandeza, con ínfulas de emperador, que ha logrado que los cadáveres de sus connacionales se amontonen en las puertas de hospitales y cementerios, por el solo hecho de obedecer a su patrón del norte que tampoco quiso creer en el maldito virus.

Y me quedaré en este lado del globo terráqueo porque no quiero agregarle más rabia, más ira, más dolor, más odio a mis lágrimas.

Vuelvo la cara a mi tierra, al país que me vio nacer, al que amo, por el que bailé, canté, aprendí folcklore para exhibirlo con orgullo donde quiera que me tocó vivir. Orgullosa hasta el tuétano de ser chilena.

Que vergüenza y qué pena me da recordarlo. ¿Orgullosa de qué? De la bandera más linda del mundo (hoy inmersa en un pedazo de la bandera de USA según la presentó ufano nuestro Presidente); de nuestros valientes soldados (que en 17 años han matado y desaparecido más gente que en todo un siglo); de nuestras Fuerzas Armadas incorruptibles (en un par de años han robado 5 veces nuestro PIB); de nuestra hospitalidad (no resiste análisis; pregúnteselo al hermano extranjero).

Y hoy nos encontramos enfrentados a una verdad histórica: queremos o no queremos una nueva Constitución. Dejar atrás para siempre aquella parida en dictadura por una camarilla de los peores secuaces de los que se tenga conocimiento. Y aun hay personas que defienden el derecho a seguir igual.

Cuando veo el paro de camioneros, tan insolentemente parecido al otro que creó las condiciones para acabar con un gobierno democráticamente electo. Cuando oigo voces de gente joven, educada, que sigue repitiendo como loro que el Gobierno de la Unidad Popular iba a acabar con las libertades cuando en rigor ha sido el más demócrata del que se tenga memoria.

Cuando siento los disparos y los fuegos artificiales que anuncian la llegada de la droga en algunas comunas.

Cuando veo que las mujeres se descrestan trabajando por sueldos por la mitad del de los hombres con igual responsabilidades.

Cuando las mujeres siguen siendo maltratadas y asesinadas por sus parejas sin castigos ejemplares para los hombres.

Cuando los jóvenes no pueden seguir estudiando en la Universidad porque es imposible pagar una carrera. Cuando hay tantos  jóvenes hombres y mujeres sin trabajo y sin oportunidades.

Cuando se sigue penalizando a las mujeres que abortan pero siguen llenando el Sename de niños candidatos a ser abusados y violados. Cuando mueren ciudadanos por falta de atención en salud.

Cuando se descubre que con la Ley Reservada del Cobre se pagan viajes y hasta ramos del flores.

En fin. Para qué seguir. Pero cuando pensamos en todo lo anterior y en muchísimo más que no está enunciado allí, no solo da pena, tristeza, rabia… Da ira, impotencia, y sobre todo ganas de tomarse la justicia por las propias manos.

No se asombren, entonces, por muchos octubres más.

¿Será un sueño, una utopía, poesía barata, despertarse un día y saber que aun con nuestra diferencias somos hermanos?

O tal vez deba dejar de leer, de escribir, de oír, y deba encerrarme en mi mundo donde están mis discos sesenteros, mis libros de tapa dura, mis fotos y diapositivas, mis diarios de vida, mis recuerdos de viejos y nuevos amores, mi canto aunque sin voz, mi guitarra y últimamente los acordes de mi viejo piano?

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