Escribí sobre La Unión en este medio, sobre su ocaso y sobre mi nostalgia, sobre el vaso medio vacío. He estado de nuevo en La Unión. Un poblado de 39.000 habitantes según El Mercurio, cuando hizo amplia referencia -entrevista incluida- al nuevo Einstein, el matemático don Héctor Pastén, en el suplemento Sábado hace una par de semanas atrás. Y qué decir, no me extraña. La Unión, tierra de campeones. Déjenme contarles ahora algunas cosas del vaso a medio llenar, cuando la nostalgia se transforma en memoria y orgullo.
Ya de pequeño asistía a los partidos de hockey en patines donde el club Atlanta de La Unión se batía con el club Bancario de Osorno. Esto era singular, porque basketball sí que se practicaba en todos los pueblos -gana sin orgullo, pierde sin rencor-. En ocasiones estuve a cargo de la bolsa con ruedas de repuesto de madera que los jugadores cambiaban con la velocidad de un rayo, como los neumáticos de las 24 horas de Le Mans. También hubo un autódromo -Las Vegas de Quilaco- donde el mundo tuerca saciaba sus ansias de competir en velocidad con sus conspicuos automóviles. Recuerdo que era un espectáculo invisible en medio de la polvareda. Años después asfaltaron la pista.
El tren pasaba por la estación de La Unión, rumbo a Puerto Montt o de vuelta a Santiago. Desde allí se desprendía el ramal a Lago Ranco. Una familia italiana que dependía del hombre a cargo de la estación se desplegó en su momento por el pueblo plagado de alemanes y franceses. En la sala de espera, unos espejos enormes levemente inclinados y puestos frente a frente permitían que tu figura se reprodujera decenas de veces a cada lado.
La Unión tenía también un banco, el Banco Osorno y La Unión, cuyo majestuoso edificio se emplaza todavía en una esquina frente a la plaza. Y cruzando el río Llollelhue, La Unión tenía una fábrica de linos cuyos productos se ofrecían directamente a público ahí mismo y en Providencia casi esquina Suecia, por la vereda sur, a unos metros del puesto de calugas escocesas. Tenía La Unión también un despliegue de molinos, donde el trigo era transformado en harina que las familias transformaban en pan. Teófilo Grob a su llegada desde Alemania hizo construir una turbina donde se generaba energía eléctrica para el funcionamiento de su molino. Maldita turbina que se llevó por el río a nuestra prima Rosita.
En su momento una planta de Iansa se instaló en Rapaco, a nueve kilómetros del pueblo, lo que trajo consigo a una diversidad de inmigrantes, muchos santiaguinos y simpatizantes de la Unidad Popular, que vinieron a prestar servicios en tamaña actividad industrial y que ocuparon casas de novedosas poblaciones que se construyeron especialmente para esos efectos. Y lo más relevante, por su permanencia hasta la fecha, fue la Colún, resultado de un formato de cooperativa, donde los productores de leche concurren hasta hoy con este insumo básico a la diversidad productiva de esta empresa, promovida por el papá de Edgar Macker, cuyas instalaciones en los alrededores de La Unión ahora son gigantescas.
En lo cultural, mi padre pertenecía a un grupo de teatro llamado Los Ingenuos -qué buen nombre-, el que llegó a presentar el "Proceso a Jesús" en Santiago, con muy buenos comentarios en la prensa de la época. Alberto Daiber, médico y diputado por la zona, era el líder de tal iniciativa. El doctor Peña, de Paillaco e indirectamente sus hijas, compañeras de curso nuestras en el Liceo Coeducacional de La Unión -somos hijos de la educación pública- dirigieron al menos dos obras de teatro que ganaron sendos concursos en el recinto.
Juan Mendy, pintor de La Unión, hijo de los franceses del pueblo, ganó muy precozmente el primer premio de la bienal de pintura de Valparaíso, a comienzos de los '80. Antes que él, el "mono" Olivares había ganado el primer premio de la revista Paula con su cuento "Concentración de Bicicletas".
Más adelante, los primeros bailarines de breakdance, con Fernando Heinsohn a la cabeza, se desplegaron de manera rotunda en los espacios públicos del pueblo. El new wave local, alimentado desde Concepción a través de los hermanos Conejeros, dio origen más tarde en Santiago a una banda underground trascendente, los Pinochet Boys. Al igual que Cancamusa, nacida en Valdivia pero oriunda de La Unión, como dijeron en la tele, nieta del señor bajo y gordito que trabajaba en el negocio de Jacob Hales. Y también cabe hacer notar, en ánimo farandulero, el noviazgo y matrimonio del bajista de Los Bunker con una descendiente de la familia Espinoza, de la zapatería de calle Pratt, hija de Darling.
Y así, estos destellos rutilantes de este "poblado" que tuvo tiempos memorables en su actividad económica e industrial, pero que desbordó por el lado de la herencia cultural, que con el tiempo fue quedando instalada y hasta el día de hoy prevalece, nuevo Einstein incluido.
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