Elección en el BID, un ejercicio para nuestra política exterior

La fallida candidatura de Chile para presidir el BID y su magra cosecha en la votación final brinda elementos que nuestro país no puede (ni debe) ignorar, en especial ante la decisión del gobierno de fomentar la integración latinoamericana.

La elección del candidato de Brasil, propuesto por el presidente Jair Bolsonaro y que tuvo el apoyo de EE.UU. y a última hora de Argentina, constituye una prueba que reafirma cuales son los países en los que Washington fija sus prioridades. Esta elección también devela el pragmatismo de Argentina al bajar su candidatura para permutarla por cargos de importancia en el BID, y sorprende a México, obligándolo a reconfigurar sus alianzas en la región. En el caso de Chile, la elección del BID deja como gran lección que todo proceso de integración regional cuenta con varias capas, no lineales, donde algunos países privilegian relaciones policéntricas y, lo más importante, lazos de carácter estratégicos (microlateralismo). No basta un buen candidato, se requiere un análisis realista y pragmático.

La interdependencia actual entre los Estados está siendo revisada a nivel mundial. Ésta fue una estrategia principalmente impulsada por Occidente para impulsar la paz, universalizar normas liberales, estabilizar las cadenas globales y facilitar el ingreso a mercados y materias primas. Sin embargo, la pandemia primero y la guerra en Ucrania después, han llevado a Europa a una dependencia estratégica del gas ruso y del mercado chino, de la cual procura hoy liberarse. En Estados Unidos de América la situación se centra en material y partes tecnológicas y su dependencia del mercado chino. De ahí que la ruta para Occidente y los EE.UU. sea lograr una soberanía estratégica y poner más énfasis en cadenas de valor resilientes o diversificar mercados. Lo anterior es un impulso que permea a nuestra región, con países que encaran desde distintas posiciones de fortaleza esta nueva era.

Para la política exterior chilena ello constituye un gran desafío. La competitividad de Chile depende en gran medida de las cadenas de suministros, así como del acceso a las fuentes de energía y a los mercados. Nuestra riqueza futura dependerá de una serie de factores, tales como el autoabastecimiento energético y la apertura de mercados de rápido crecimiento y no saturados.

De esta manera, nuestra política exterior debiese asumir lo expuesto que está el país ante procesos en marcha de mayor proteccionismo económico, lo que requiere una lectura prolija del escenario, sus vulnerabilidades y oportunidades para Chile.

Volver a UNASUR, sin antes revisar los riesgos internacionales que encara el país, no parece un ejercicio que sirva a los intereses de Chile y su población. En cambio, estrechar los vínculos con México y volcarse hacia un potenciamiento de la Alianza del Pacífico, donde convergen países que enfrentan similares problemas comerciales que Chile, es prioritario y altamente conveniente. En otras palabras, parece más prioritario volcar la mirada a un espacio regional que concentra economías abiertas, globalizadas y competitivas, y en el cual se recrea un lenguaje de necesidades y riesgos con más similitudes.

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